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BENEDICTO XVI

ÁNGELUS

Castelgandolfo,
Domingo 23 de agosto de 2009

(Vídeo)

 

Queridos hermanos y hermanas:

Veis la mano ya libre de la escayola, pero todavía un poco perezosa; por algún tiempo debo continuar en una "escuela de paciencia", ¡pero seguimos adelante!

Desde hace algunos domingos, como sabéis, la liturgia propone a nuestra reflexión el capítulo VI del evangelio de san Juan, en el que Jesús se presenta como el "pan de la vida bajado del cielo" y añade: "Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo" (Jn 6, 51). A los judíos que discuten ásperamente entre sí preguntándose: "¿Cómo puede este darnos a comer su carne?" (v. 52) —y el mundo sigue discutiendo—, Jesús recalca en todo tiempo:"Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros" (v. 53); motivo también para que reflexionemos si hemos entendido realmente este mensaje. Hoy, XXI domingo del tiempo ordinario, meditamos la parte conclusiva de este capítulo, en el que el cuarto evangelista refiere la reacción de la gente y de los discípulos mismos, escandalizados por las palabras del Señor, hasta el punto de que muchos, después de haberlo seguido hasta entonces, exclaman: "¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?" (v. 60). Desde ese momento "muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él" (v. 66), y lo mismo sucede continuamente en distintos períodos de la historia. Se podría esperar que Jesús buscara arreglos para hacerse comprender mejor, pero no atenúa sus afirmaciones; es más, se vuelve directamente a los Doce diciendo: "¿También vosotros queréis marcharos?" (v. 67).

Esta provocadora pregunta no se dirige sólo a los interlocutores de entonces, sino que llega a los creyentes y a los hombres de toda época. También hoy no pocos se "escandalizan" ante la paradoja de la fe cristiana. La enseñanza de Jesús parece "dura", demasiado difícil de acoger y poner en práctica. Hay entonces quien la rechaza y abandona a Cristo; hay quien intenta "adaptar" su palabra a las modas de los tiempos desnaturalizando su sentido y valor. "¿También vosotros queréis marcharos?". Esta inquietante provocación resuena en nuestro corazón y espera de cada uno una respuesta personal; es una pregunta dirigida a cada uno de nosotros. Jesús no se conforma con una pertenencia superficial y formal, no le basta con una primera adhesión entusiasta; al contrario, es necesario tomar parte durante toda la vida "en su pensar y en su querer". Seguirlo llena el corazón de alegría y da pleno sentido a nuestra existencia, pero implica dificultades y renuncias porque con mucha frecuencia se debe ir a contracorriente.

"¿También vosotros queréis marcharos?". A la pregunta de Jesús, Pedro responde en nombre de los Apóstoles, de los creyentes de todos los siglos: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios" (vv. 68-69). Queridos hermanos y hermanas, también nosotros podemos y queremos repetir en este momento la respuesta de Pedro, ciertamente conscientes de nuestra fragilidad humana, de nuestros problemas y dificultades, pero confiando en la fuerza del Espíritu Santo, que se expresa y se manifiesta en la comunión con Jesús. La fe es don de Dios al hombre y es, al mismo tiempo, confianza libre y total del hombre en Dios; la fe es escucha dócil de la palabra del Señor, que es "lámpara" para nuestros pasos y "luz" en nuestro camino (cf. Sal 119, 105). Si abrimos con confianza el corazón a Cristo, si nos dejamos conquistar por él, podemos experimentar también nosotros, como por ejemplo el santo cura de Ars, que "nuestra única felicidad en esta tierra es amar a Dios y saber que él nos ama". Pidamos a la Virgen María que mantenga siempre viva en nosotros esta fe impregnada de amor, que hizo de ella, humilde muchacha de Nazaret, la Madre de Dios y madre y modelo de todos los creyentes.


Después del Ángelus

Queridos amigos: hoy se ha abierto en Rímini la XXX edición del "Meeting para la amistad entre los pueblos", que este año tiene como título "Conocer es siempre un acontecimiento". Al dirigir un cordial saludo a cuantos participan en esta significativa cita, deseo que sea ocasión propicia para comprender que «conocer no es sólo un acto material, porque ... en todo conocimiento y acto de amor, el alma del hombre experimenta un "más" que se asemeja mucho a un don recibido, a una altura a la que se nos lleva» (Caritas in veritate, 77).

(En lengua francesa)
En medio de las transformaciones del mundo, la liturgia de hoy nos invita a elegir, a discernir lo que nos hace vivir. Por eso, es indispensable que nos apoyemos en la Palabra de Cristo porque es espíritu y vida. Antes de reanudar nuestras actividades habituales, os invito, en este final del mes de agosto, a dedicar tiempo a meditar la Palabra de Dios y a alimentaros de la Eucaristía, fuente y culmen de toda vida. Que Dios os bendiga.

(En lengua alemana)
La fe significa optar, o sea, decir totalmente sí a Jesucristo y a su mensaje. Quien cree en Cristo, quien confía en él y se deja guiar por sus palabras, puede decir con Pedro, según el Evangelio de hoy: "Señor, tú tienes palabras de vida eterna". Sí; la palabra de Jesús es verdaderamente espíritu y vida, vida divina para nosotros. Queremos renovar cada día nuestra decisión por Cristo y contribuir a que los hombres reconozcan a Aquel que quiere donar a todos salvación y vida. Que la gracia de Dios os acompañe este domingo y toda la semana.

(En lengua española)
El Evangelio de hoy nos trae las palabras de Simón Pedro a Jesús: "Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna". A todos os invito a renovar vuestra entrega a Cristo para que, encontrando en él la fuente de la verdadera vida, deis testimonio de su amor ante el mundo. Gracias por vuestra visita y feliz domingo.

(En lengua polaca)
En el Evangelio de hoy el Señor Jesús dice a los discípulos: "Hay entre vosotros algunos que no creen" (Jn 6, 64). En este Año sacerdotal pidamos en la oración que los sacerdotes, que a ejemplo de Pedro y de los Apóstoles "han creído y han reconocido que Cristo es el Santo de Dios" (Jn 6, 69), fortalezcan con el testimonio de su vida a cuantos dudan. Que todos experimenten, gracias a su ministerio, el don de la conversión y de la renovación del corazón.



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