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HOMILÍA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
EN EL FUNERAL DEL CARDENAL DINO MONDUZZI


Lunes 16 de octubre de 2006

 

Queridos hermanos y hermanas: 

Con esta celebración eucarística despedimos a nuestro querido cardenal Monduzzi. Ante el silencio de la muerte, al desvanecerse las expectativas humanas, sentimos viva  la esperanza cristiana que, más allá  de  las apariencias, descubre el amor de Dios, fiel a sus promesas.

En la primera  lectura que se acaba de proclamar hemos escuchado estas palabras:  "Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán" (Dn 12, 2). Y el profeta Daniel añade:  "Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad" (Dn 12, 3).

Este texto sagrado destaca la sabiduría de quien ha puesto su esperanza únicamente en el Señor y ha enseñado a los demás a hacer lo mismo. Este, al final de su existencia terrena, no quedará defraudado, porque participará de la misma luz divina y recibirá de Dios la vida que no tiene fin.

El pasaje evangélico nos ofrece la consoladora certeza de que nadie es excluido del amor de Aquel que, en Cristo, "nos ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz" (Col 1, 12). El Señor Jesús nos asegura que "en la casa de mi Padre hay muchas moradas (...). Cuando haya ido y os haya preparado un lugar, volveré y os tomaré conmigo, para que donde esté yo estéis también vosotros" (Jn 14, 2-3). Jesús pronunció estas palabras en el clima de intimidad del Cenáculo, poco antes del inicio de su pasión.

Como a los discípulos, también a nosotros hoy Jesús nos dirige su exhortación a afrontar las vicisitudes de la vida con plena confianza en su presencia misteriosa, que nos acompaña en todos los momentos, especialmente en los más difíciles. En la hora de la prueba y del abandono escuchamos estas palabras suyas, fuente de consolación:  "No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios:  creed también en mí" (Jn 14, 1). La esperanza cristiana, arraigada en una fe sólida en la palabra de Cristo, es el ancla de salvación que nos ayuda a vencer las dificultades aparentemente insuperables y nos permite vislumbrar la luz de la alegría también más allá de la oscuridad del dolor y de la muerte.

Nos alegra pensar que el querido cardenal Monduzzi se encuentra entre los brazos amorosos del Padre celestial, que lo ha llamado a sí después de una larga y dolorosa enfermedad. Repasemos con la memoria su larga existencia, animada por una fe evangélica sencilla y profunda, recibida desde su más tierna infancia en la familia y en la comunidad cristiana de Brisighella, donde nació el 2 de abril de 1922. Gracias al ejemplo y a las enseñanzas de sus padres, de los sacerdotes y los educadores de la asociación de Acción católica, en la que ingresó desde su adolescencia, el Señor preparó su corazón para recibir el gran don de la vocación sacerdotal. Respondió con prontitud y generosidad a la llamada de Dios, entrando muy joven aún en el seminario diocesano de Faenza, donde realizó sus estudios de secundaria, así como los teológicos.

Ordenado sacerdote en 1945, en Brisighella, comenzó su ministerio sacerdotal en la diócesis; seguidamente fue enviado a Roma, donde, terminados los estudios jurídicos, fue llamado a formar parte del grupo de sacerdotes y laicos comprometidos en interesantes actividades pastorales encaminadas a la renovación religiosa y moral, denominadas "misiones sociales". Esa forma moderna de evangelización lo llevó a Calabria y a Cerdeña, y lo preparó para el compromiso, prácticamente pionero, de capellán de los braceros y los campesinos en el Instituto para la reforma agraria, de Fucino, que tantas esperanzas suscitaba en una zona caracterizada por una intensa depresión humana. Durante casi un decenio, con paciencia, tenacidad y empeño, estuvo presente entre las familias, en las obras de construcción y en los centros parroquiales.

Después de esos intensos años de trabajo apostólico, en 1959 fue llamado al servicio de la Santa Sede para desempeñar el cargo de secretario de la Oficina del maestro de cámara y, en 1967, tras la reforma de la Curia realizada por el siervo de Dios Pablo VI, fue nombrado secretario y regente del Palacio apostólico. Su largo y apreciado servicio a cuatro Pontífices culminó en 1986 con el nombramiento de prefecto de la Casa pontificia y con la elevación a obispo titular de Capri.

En ese cargo confirmó sus extraordinarias cualidades organizativas, tanto en la actividad ordinaria de la Prefectura de la Casa pontificia como en los viajes apostólicos del Papa en Italia. Como conclusión de una larga y fiel colaboración con el Sucesor de Pedro, el siervo de Dios Juan Pablo II, en el consistorio público del 21 de febrero de 1998, lo incluyó entre los miembros del Colegio cardenalicio.

En la segunda lectura que se ha proclamado en nuestra asamblea orante, el apóstol san Pablo recuerda a los Filipenses que "nuestra patria está en el cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3, 20-21).

El cardenal Monduzzi, después de un largo itinerario humano y sacerdotal, llega ahora a la patria celestial, patria prometida a los que consagran su vida al servicio de Dios y de los hermanos. Por el reino de los cielos trabajó, viendo en los encuentros con la gente ocasiones valiosas para suscitar la nostalgia de las cosas de arriba y el amor a la Iglesia, "germen e inicio" del reino de Dios.

Se sentía un humilde colaborador de la misión que Cristo encomendó a Pedro y a sus Sucesores. Como prefecto de la Casa pontificia se encontró con los hombres más poderosos de la tierra, a los que acogió con la cortesía, la cordialidad y la simpatía que brotaban de su fe convencida y de sus orígenes romañolos. Al tratar con ellos, al igual que con las personas comunes que se dirigían a él presentándole todo tipo de peticiones, tanto al organizar grandes momentos eclesiales como en el ejercicio ordinario de su ministerio de prefecto de la Casa pontificia, se inspiraba constantemente en el lema episcopal que había elegido:  "Patientiam praeficere caritati". En efecto, en todas las circunstancias supo encontrar en la virtud de la paciencia el camino real para conformar su vida a la de Cristo, soportando dificultades y sufrimientos, y tratando de practicar la caridad con todos.

Lo encomendamos ahora a la paternal bondad de Dios, que transfigurará su cuerpo consumido por la enfermedad en el cuerpo glorioso de Cristo. Al tributar al querido cardenal Monduzzi la última despedida, damos gracias al Señor por el bien que realizó y, al mismo tiempo, invocamos para él la misericordia divina.

Quiera Dios que él, que fue llamado a encargarse de la Casa del Vicario de Cristo y que había hecho de la acogida una dimensión primaria de su vida sacerdotal, encuentre en el Señor Jesús al amigo fiel que lo tome consigo para asignarle un lugar en la casa del Padre, morada de luz y de paz.

Que la Virgen María, a la que amó tiernamente, se muestre a él como Madre de misericordia y lo acoja en la comunión de los santos. Amén.



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