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MENSAJE DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE CUBA CON MOTIVO DEL X ANIVERSARIO
DE LA VISITA DE JUAN PABLO II AL PAÍS

 

Queridos Hermanos en el Episcopado:

«El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo» (Rm 15,13). Estas palabras del Apóstol resuenan de nuevo entre vosotros al celebrar con emoción la memorable visita del Siervo de Dios Juan Pablo II a tierras cubanas, a las que llegó con el propósito de «animarlos en la esperanza, alentarlos en la caridad» (Ceremonia de llegada, 21 de enero de 1998, n. 3).

El rememorar diez años después aquellas inolvidables jornadas para la Iglesia y el pueblo cubano, vividas también bajo la mirada emocionada de todo el mundo, es sin duda un deber de gratitud para con mi venerado Predecesor, así como manifestación de un ardiente propósito de renovar el auténtico impulso evangelizador que él dejó profundamente impreso en el corazón de todos.

Saludo entrañablemente al Señor Cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino, Arzobispo de La Habana, al Presidente de la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba, Mons. Juan García Rodríguez, así como a cada uno de los demás Obispos que la componen. Me siento espiritualmente entre vosotros, como testimonia la presencia del Cardenal Tarcisio Bertone, Secretario de Estado, y renuevo al mismo tiempo la estima del Sucesor de Pedro por vuestros desvelos pastorales, así como mi cercanía a las aspiraciones y preocupaciones de todos los cubanos. Pido constantemente al Señor que les dé fortaleza y generosidad para vivir cada vez más intensamente su fe y trabajar en favor de un mundo iluminado por el Evangelio.

El anuncio del Evangelio de Cristo sigue encontrando en Cuba corazones bien dispuestos para acogerlo, lo que conlleva una responsabilidad constante para ayudarles a crecer en la vida espiritual, proponiéndoles ese «alto grado de la vida cristiana ordinaria» (Novo millennio ineunte, 19) propio de la vocación a la santidad de todo bautizado. Anunciar la recta doctrina, iniciar en la escucha y profundización de la Palabra de Dios, promover la participación en los sacramentos y fomentar la vida de oración, son metas primarias de la acción pastoral, pues llevar a todos la salvación de Cristo es el núcleo mismo de la misión de la Iglesia.

En ocasiones, algunas comunidades cristianas se ven abrumadas por las dificultades, por la escasez de recursos, la indiferencia o incluso el recelo, que pueden inducir al desánimo. En estos casos, el buen discípulo se verá confortado por las palabras del Maestro: «No temas, pequeño rebaño, porque vuestro Padre ha tenido a bien daros el Reino» (Lc 12, 32). El creyente sabe que siempre puede poner su esperanza en Cristo Jesús, nuestro Señor, que no defrauda (cf. 1 Ts 1,3) y colma de alegría su corazón (cf. 1P 1,6), dando sentido y fecundidad a su vida de fe.

En efecto, una pequeña luz puede iluminar toda la casa, la levadura es poca cosa, pero hace fermentar toda la masa (cf. Mt 13,33). Cuántas veces pequeños gestos de amistad y buena volunta, gestos sencillos y cotidianos de respeto, atención al que sufre o entrega desinteresada al bien de los demás, hacen entrever el amor sin límites de Dios por todos y cada uno.

Por eso adquiere también una gran importancia la misión que la Iglesia en Cuba desarrolla en favor de los más necesitados, con obras concretas de servicio y atención a los hombres y mujeres de cualquier condición, que merecen ser sostenidos no sólo en sus necesidades materiales, sino acogidos con afecto y comprensión. El Papa agradece profundamente el esfuerzo y el sacrificio de las personas y comunidades entregadas a estas tareas, siguiendo el ejemplo de Cristo, que «no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos» (Mc 10,45).

Queridos Hermanos, tenéis en vuestras manos el cuidado de la viña del Señor en Cuba, donde el anuncio del Evangelio llegó hace cinco siglos y cuyos valores tuvieron gran influencia en el nacimiento de la Nación, por obra sobre todo del Siervo de Dios Félix Varela y el propagador del amor entre los cubanos y entre todos los hombres, que fue José Martí. En esos valores veían un elemento vital también para la concordia y el porvenir venturoso de la Patria.

Esta herencia ha calado hondo en el alma cubana, que hoy necesita de vuestra generosa solicitud pastoral para reavivarla cada vez más, mostrando que la Iglesia, centrando su mirada en Jesucristo, tiende a hacer el bien, a promover la dignidad de la persona y, sembrando sentimientos de comprensión, misericordia y reconciliación, contribuye a la mejora del hombre y de la sociedad.

Sabéis que contáis con la cercanía del Papa y la fraterna oración y colaboración de otras Iglesias particulares diseminadas por el mundo entero.

Os ruego que llevéis mi afectuoso saludo a los sacerdotes, comunidades religiosas y fieles laicos, así como a todos los cubanos, por los que invoco a la Virgen de la Caridad del Cobre con las mismas palabras con las que oró ante ella mi venerado Predecesor Juan Pablo II durante la visita que estamos conmemorando: «Haz de la nación cubana un hogar de hermanos y hermanas para que este pueblo abra de par en par su mente, su corazón y su vida a Cristo, único Salvador y Redentor» (Homilía en Santiago, 24 de enero de 1998, n. 6).

Con una especial Bendición Apostólica.

El Vaticano 20 de febrero de 2008

BENEDICTUS PP. XVI



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