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MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS ESTADOUNIDENSES ANTES DE INICIAR SU VIAJE APOSTÓLICO

 

Queridos hermanos y hermanas de Estados Unidos:

¡La gracia y la paz de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo estén con todos ustedes! Dentro de pocos días comenzaré mi visita apostólica a su amado país. Antes de partir, quiero enviarles un cordial saludo y una invitación a la oración. Como saben, sólo podré visitar dos ciudades:  Washington y Nueva York. Pero la intención de mi visita es abrazar espiritualmente a todos los católicos de Estados Unidos. Al mismo tiempo, espero de corazón que mi presencia entre ustedes sea considerada como un gesto de fraternidad hacia todas las comunidades eclesiales, y como un signo de amistad hacia los miembros de las demás tradiciones religiosas y hacia todos los hombres y mujeres de buena voluntad. El Señor resucitado confió a los Apóstoles y a la Iglesia su Evangelio de amor y de paz para que el mensaje se transmita a todos los pueblos.

En este momento deseo añadir unas palabras de agradecimiento, porque soy consciente de que muchas personas están trabajando intensamente desde hace mucho tiempo, tanto en el ámbito de la Iglesia como en los servicios públicos, para preparar mi viaje. De modo especial, doy las gracias a todos los que están rezando por el éxito de mi visita, puesto que la oración es lo más importante. Queridos amigos, lo digo porque estoy convencido de que, como nos enseña nuestra fe, sin la fuerza de la oración, sin la unión íntima con el Señor, valen muy poco nuestros esfuerzos humanos. Es Dios quien nos salva, quien salva al mundo y toda la historia. Él es el Pastor de su pueblo. Yo voy, enviado por Jesucristo, para llevarles su palabra de vida.

Junto con sus obispos, he elegido como tema de mi viaje tres palabras sencillas, pero esenciales:  "Cristo, nuestra esperanza". Siguiendo las huellas de mis venerables predecesores Pablo VI y Juan Pablo II, iré por primera vez a Estados Unidos como Papa, para proclamar esta gran verdad:  Jesucristo es la esperanza para los hombres y las mujeres de toda lengua, raza, cultura y condición social. Sí, Cristo es el rostro de Dios presente entre nosotros. Gracias a él, nuestra vida alcanza la plenitud, y juntos, como individuos y como pueblos, podemos formar una familia unida por el amor fraterno, según el designio eterno de Dios Padre.

Sé cuán profundamente arraigado está en su país este mensaje evangélico. Voy para compartirlo con ustedes, en una serie de celebraciones y encuentros. También llevaré el mensaje de esperanza cristiana a la gran Asamblea de las Naciones Unidas, a los representantes de todos los pueblos del mundo. En efecto, el mundo tiene hoy más necesidad que nunca de esperanza:  esperanza de paz, de justicia y de libertad, pero esta esperanza no puede realizarse sin obediencia a la ley de Dios, que Cristo llevó a su plenitud con el mandamiento del amor mutuo. Haz a los demás lo que quieras que te hagan a ti, y no hagas lo que no quieras que te hagan a ti. Esta "regla de oro" se encuentra en la Biblia, pero es válida para todos, incluso para los no creyentes. Es la ley escrita en el corazón humano. En ella todos podemos estar de acuerdo, de modo que, al afrontar otras cuestiones, podamos hacerlo de una manera positiva y constructiva para toda la comunidad humana.

Dirijo un cordial saludo a los católicos de lengua española y les manifiesto mi cercanía espiritual, en particular a los jóvenes, a los enfermos, a los ancianos y a los que pasan por dificultades o se sienten más necesitados. Les expreso mi vivo deseo de poder estar pronto con ustedes en esa querida nación. Mientras tanto, les aliento a orar intensamente por los frutos pastorales de mi inminente viaje apostólico y a mantener en alto la llama de la esperanza en Cristo resucitado.

Queridos hermanos y hermanas, queridos amigos de Estados Unidos, deseo vivamente estar entre ustedes. Quiero que sepan que, aunque mi itinerario sea breve, con pocos encuentros, mi corazón está cerca de todos ustedes, especialmente de los enfermos, los débiles y los abandonados. Les doy una vez más las gracias por apoyar con sus oraciones mi misión. A cada uno expreso mi afecto e invoco sobre ustedes la protección materna de la santísima Virgen María.

Que la Virgen María les acompañe y proteja. Que Dios les bendiga.

Que Dios los bendiga a todos.



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