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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
PARA LA CAMPAÑA DE FRATERNIDAD EN BRASIL

 

Al venerable hermano
en el episcopado
Monseñor Geraldo Lyrio Rocha
Presidente de la Conferencia
episcopal de Brasil
Arzobispo de Mariana (MG)

Al comenzar el itinerario espiritual de la Cuaresma, camino hacia la Pascua de resurrección del Señor, deseo adherirme una vez más a la Campaña de Fraternidad que, en este año 2009, está destinada a considerar el lema: "La paz es fruto de la justicia". Es un tiempo de conversión y de reconciliación de todos los cristianos, para que se puedan satisfacer las aspiraciones más nobles del corazón humano y prevalezca la verdadera paz entre los pueblos y las comunidades.

Mi venerable predecesor el Papa Juan Pablo II, en la Jornada mundial de la paz de 2002, al poner de relieve que la verdadera paz es fruto de la justicia, hacía notar que "la justicia humana es siempre frágil e imperfecta" y "debe ejercerse y en cierto modo completarse con el perdón, que cura las heridas y restablece en profundidad las relaciones humanas truncadas" (n. 3: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de diciembre de 2001, p. 7).

El Documento final de Aparecida, al tratar del reino de Dios y la promoción de la dignidad humana, recordaba los signos evidentes de la presencia del Reino: la vivencia personal y comunitaria de las Bienaventuranzas, la evangelización de los pobres, el conocimiento y cumplimiento de la voluntad del Padre, el martirio por la fe, el acceso de todos a los bienes de la creación, el perdón mutuo, sincero y fraterno, aceptando y respetando la riqueza de la pluralidad, y la lucha para no sucumbir a la tentación y no ser esclavos del mal (cf. 8. 1).

La Cuaresma nos invita a luchar sin desmayo para hacer el bien, precisamente porque sabemos cuán difícil es que nosotros, los hombres, nos decidamos seriamente a practicar la justicia; y aún falta mucho para que la convivencia se inspire en la paz y en el amor, y no en el odio o en la indiferencia. Tampoco ignoramos que, aunque se consiguiera llegar a una razonable distribución de los bienes y a una armoniosa organización de la sociedad, jamás desaparecerá el dolor de la enfermedad, de la incomprensión o la soledad, de la muerte de las personas que amamos, de la experiencia de nuestras limitaciones.

Nuestro Señor odia las injusticias y condena a quien las comete, pero respeta la libertad de cada persona y por eso permite que existan, pues forman parte de la condición humana después del pecado original. Con todo, su corazón lleno de amor a los hombres lo impulsó a cargar, juntamente con la cruz, todos esos tormentos: nuestro sufrimiento, nuestra tristeza y nuestra hambre y sed de justicia. Pidámosle que sepamos testimoniar los sentimientos de paz y de reconciliación que lo inspiraron en el Sermón de la Montaña, para alcanzar la eterna Bienaventuranza.

Con estos deseos, invoco la protección del Altísimo, para que su mano benéfica se extienda sobre todo Brasil y para que la vida nueva en Cristo alcance a todos en su dimensión personal, familiar, social y cultural, derramando los dones de la paz y la prosperidad, despertando en todo corazón sentimientos de fraternidad y de viva cooperación.

Con una bendición apostólica especial.

Vaticano, 8 de diciembre de 2008

 

BENEDICTUS PP. XVI



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