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MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DE LA 98ª REUNIÓN DE LOS CATÓLICOS ALEMANES (KATHOLIKENTAG)

 

A mi venerado hermano Robert Zollitsch,
arzobispo de Friburgo,
a los obispos,
a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos
y a todos los participantes en el Katholikentag de Mannheim

Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

«Atreverse a una nueva partida»: con este lema se reúnen en estos días numerosos fieles para el 98° Katholikentag en Mannheim. Con afecto os saludo a todos los que os habéis reunido para la apertura solemne en la Marktplatz, en el corazón de la ciudad. Mi saludo va en particular al arzobispo de Friburgo y presidente de la Conferencia episcopal alemana, Robert Zollitsch, a los cardenales y a los obispos presentes, así como al comité central de los católicos alemanes que, juntamente con la archidiócesis de Mannheim, es el dueño de casa de este Katholikentag. Saludo, además, a los representantes del ecumenismo, de la vida pública y a todos los que están conectados con vosotros a través de los medios de comunicación. En esta ocasión recuerdo de buen grado y con profunda gratitud mi visita pastoral a nuestra patria el año pasado, y los numerosos y edificantes encuentros con personas de todos los sectores de la población en aquella gran fiesta de la fe.

«Atreverse a una nueva partida» es el tema de vuestro encuentro en Mannheim. ¿Qué nos quieren decir en realidad estas palabras? Partir significa ponerse en movimiento, ponerse en camino. Pero a menudo implica también la decisión de cambiar y renovarse. Sólo puede partir quien está dispuesto a dejar atrás lo viejo y afrontar lo nuevo. Pero, ¿qué significa esto para la comunidad de la Iglesia, que según el apóstol san Pablo es el Cuerpo místico de Cristo? Cristo es la Cabeza y nosotros somos los miembros. No podemos manipular a la Iglesia en su Cabeza; más bien, como miembros, estamos llamados a orientarnos siempre de nuevo hacia la Cabeza, «que inició y completa nuestra fe» (Hb 12, 2). La renovación sólo da fruto si se realiza a partir de lo que es verdaderamente nuevo de Cristo, que es camino, verdad y vida (cf. Jn 14, 6). Por tanto, la partida implica a cada creyente de modo personal e íntimo. A través del Bautismo somos nuevos en Cristo. El Señor ha librado nuestra humanidad de la esclavitud del pecado y la ha «hecho partir» hacia la relación vivificante con Dios. Por eso, esta partida desde Dios debe llegar a ser siempre una partida personal hacia Dios. Cada uno debe preocuparse por su fe personal, por vivirla concretamente y por seguir desarrollándola. Pero en nuestra fe no estamos solos, aislados de los demás. Creemos con y en la comunidad de la Iglesia. La partida de cada bautizado es al mismo tiempo partida en la Iglesia y con ella.

En todos los tiempos ha habido personas que se han atrevido a realizar esta partida y a las cuales se ha revelado de modo particularmente claro la presencia de Dios. El testimonio de fe de los santos y de la gran multitud de cristianos que han anunciado, alegres e intrépidos, el mensaje del Evangelio a los demás puede animarnos también hoy a una nueva partida, puede estimularnos a una nueva valentía en la fe. En la Sagrada Escritura y en la historia de la Iglesia ha habido multitud de personas a las que no bastaba, a las que no podía bastar, lo que era común en su tiempo. Con corazón inquieto y abierto, han sido capaces de percibir en su vida y en las exigencias de la cotidianidad la «llamada a salir» de Dios. No ha sido la incoherencia humana lo que las ha hecho partir, sino el anhelo de la verdad y la escucha de la Palabra de Dios. La verdadera partida consiste, como ellas nos lo demuestran, en la obediencia y en la confianza respecto a las indicaciones y a la llamada de Dios. Quien se siente interpelado por Dios y modela su vida a partir de este diálogo con Dios supera las angustias y los miedos y, por tanto, puede «dar razón de su esperanza» (cf. 1 P 3, 15).

Un hijo de la ciudad de Mannheim, el padre jesuita Alfred Delp, que después fue mártir, en una reflexión escrita pocas semanas antes de su muerte, nos describe a las personas que se atreven a ponerse en camino siguiendo la llamada de Dios: «Son personas —escribe— de una mirada infinita. Tienen hambre y sed de lo definitivo; realmente hambre y sed. Por consiguiente, son capaces de decidir. Subordinan la vida a su índole definitiva. Son personas que buscan, que caminan, porque han creído más en la llamada interior y en el signo exterior —que sin hambre interior y curiosidad atenta jamás habrían notado— que en la estabilidad segura y cómoda» (Im Angesicht des Todes, 97 s).

Queridos hermanos y hermanas, el Katholikentag se celebra en una ciudad que tiene una inmensa multiplicidad de ideas y concepciones, proyectos de vida y religiones. En ese ámbito, la aventura de una nueva partida significa reconocer sus oportunidades y sus peligros y crear los espacios para una convivencia auténtica. En efecto, sólo una humanidad en la que reine la «civilización del amor» podrá disfrutar de una paz verdadera y duradera. Como Iglesia tenemos la misión de anunciar de manera abierta y clara la exigencia y el mensaje del Evangelio. La contribución de todos los bautizados a la nueva evangelización es irrenunciable. También nuestro país necesita una nueva partida misionera, apostólica.

Deseo dedicar en particular algunas palabras a los jóvenes y a los adultos jóvenes. Pude encontrarme con muchos de vosotros el año pasado, durante la Jornada mundial de la juventud en Madrid, y algunas semanas después durante la vigilia en Friburgo. A los que, como vosotros, tienen aún la vida por delante, se les pide continuamente que tomen decisiones e, incluso en el caso de desengaños, que se vuelvan a levantar y forjen con firmeza su futuro. Tened la valentía de orientaros hacia Jesucristo. Fortaleceos unos a otros en la fe. Apoyad el mensaje del Evangelio entre vuestros amigos, en la escuela y en el trabajo. Del mismo modo que Cristo ama a la Iglesia (cf. Ef 5, 25), así también nosotros queremos amar a la Iglesia. Sí, identificaos con la Iglesia, porque Cristo se identifica con la Iglesia, porque Cristo se identifica con nosotros. Acoged la vida y la verdad que Cristo nos da en la Iglesia. Todos queremos llevar este tesoro del amor de Dios a los hombres de nuestro país. Siguiendo su Palabra, queremos ponernos en camino (cf. Lc 5, 5), respondiendo así a la partida de Dios hacia nosotros, los hombres.

El 98° Katholikentag constituye, en cierto sentido, un preludio del Año de la fe, que iniciaremos dentro de poco, con ocasión del quincuagésimo aniversario de la apertura del concilio Vaticano II. Por tanto, que estos días sean una fiesta de la fe y ayuden a redescubrir la fe de la Iglesia en su belleza y su lozanía, a vivirla de manera cada vez más profunda y también a anunciarla en un tiempo nuevo. Con este deseo, pongo la celebración del Katholikentag en las manos de Dios y os imparto de corazón la bendición apostólica.

Vaticano, 14 de mayo de 2012

BENEDICTUS PP. XVI



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