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ALOCUCIÓN DEL PAPA BENEDICTO XVI
A UNA REPRESENTACIÓN DE LAS FUERZAS ARMADAS DE ITALIA


Viernes 16 de diciembre de 2005

 

Venerados hermanos;
distinguidas autoridades civiles y militares,
queridos amigos:

Con gran alegría he venido a encontrarme con vosotros al final de la santa misa celebrada aquí, en esta basílica, que conserva los vivos recuerdos del apóstol san Pedro. Ya se aproxima la solemnidad de la santa Navidad y esta es una ocasión muy propicia para expresaros mi felicitación a todos vosotros, que representáis a las Fuerzas armadas italianas. A cada uno de vosotros dirijo un afectuoso saludo. En particular, saludo a vuestro pastor, el Ordinario militar mons. Angelo Bagnasco, a quien agradezco las palabras con las que ha interpretado los sentimientos comunes. Saludo, asimismo, a los capellanes militares, vuestros guías espirituales, que han querido acompañaros también en este momento de intensa comunión eclesial.

Saludo cordialmente también al ministro de Defensa, a los subsecretarios, a los jefes de Estado mayor y a los comandantes generales, que con su adhesión han dado mayor relieve a este encuentro.

Aquel a quien adoramos en el Sacramento del altar es el Emmanuel, Dios con nosotros, que vino al mundo para nuestra redención. En la novena de Navidad, que hemos comenzado precisamente hoy, a medida que nos aproximamos a la Noche santa, la liturgia nos hace repetir cada vez con mayor intensidad:  "Maranatha!", "¡Ven, Señor Jesús!". Esta invocación se eleva desde el corazón de los creyentes en todos los rincones de la tierra y resuena de modo incesante en todas las comunidades eclesiales.

En Navidad vendrá el Mesías esperado, Aquel que en la sinagoga de Nazaret se aplicó a sí mismo las antiguas palabras proféticas:  "El Señor me ha enviado (...) a proclamar la liberación a los prisioneros" (Lc 4, 18). Vendrá a liberarnos el Redentor del hombre y romperá las cadenas del error, del egoísmo, del pecado, que nos tienen prisioneros. Vendrá Cristo a liberar con su amor el corazón del hombre. ¡Cuán importante es prepararse para acogerlo con humildad y sinceridad!

En el misterio del Nacimiento de Cristo el Padre celestial manifiesta a la humanidad su misericordia.
No quiso abandonar al hombre a sí mismo y a su pecado; al contrario, salió a su encuentro, ofreciéndole el perdón que libra de la opresión del pecado con la fuerza de su gracia. Ojalá que estos últimos días del Adviento fortalezcan aún más en cada uno de vosotros, queridos militares, el deseo del encuentro con Cristo, el Príncipe de la paz, fuente de nuestra auténtica alegría.

Cada día experimentamos la precariedad y la provisionalidad de la vida terrena, pero, gracias a la encarnación del Hijo unigénito del Padre, nuestra mirada logra captar siempre el amor providencial de Dios, que da sentido y valor a toda nuestra existencia. La liturgia de este tiempo de Adviento nos invita a la confianza, nos estimula a confiar en Aquel que puede satisfacer plenamente las expectativas de nuestro corazón.

María, con su "sí" al ángel Gabriel, se adhirió totalmente a la voluntad de Dios y dio inicio al gran misterio de la Redención. Que ella nos acompañe al encuentro con el Emmanuel, Dios con nosotros. Con estos sentimientos, queridos militares, os renuevo mi felicitación más cordial con ocasión de la santa Navidad ya cercana, a la vez que de buen grado os imparto a todos mi bendición, que extiendo a las comunidades de donde venís y a vuestras familias.

 



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