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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA CAPILLA MUSICAL PONTIFICIA "SIXTINA",
AL FINAL DEL CONCIERTO OFRECIDO AL PAPA


Martes 20 de diciembre de 2005

 

Querido maestro monseñor Liberto;
queridos muchachos de la Capilla Sixtina;
queridos cantores, profesores, colaboradores y colaboradoras: 

No he tenido tiempo de preparar un discurso, aunque mi idea era muy sencilla: decir que estos días antes de la Navidad son días de acción de gracias por los dones; deciros, en estos días, gracias por lo que nos dais a lo largo de todo el año, por esta gran contribución a la gloria de Dios y a la alegría de los hombres en la tierra.

En la noche del nacimiento del Salvador los ángeles anunciaron a los pastores el nacimiento de Cristo con las palabras:  "Gloria in excelsis Deo et in terra pax hominibus". La tradición ha estado desde siempre convencida de que los ángeles no solamente hablaron como hacen los hombres, sino que cantaron y que fue un canto de una belleza celestial, que revelaba la belleza del cielo.

La tradición también está convencida de que los coros de voces blancas pueden hacernos escuchar una resonancia del canto de los ángeles. Y es verdad que en el canto de la Capilla Sixtina, en las grandes liturgias, podemos sentir la presencia de la liturgia celestial, un poco de la belleza con la que el Señor nos quiere comunicar su alegría.

En realidad, la alabanza a Dios exige el canto. Por eso, en todo el Antiguo Testamento —con Moisés y con David— hasta el Nuevo Testamento —en el Apocalipsis— volvemos a escuchar los cantos de la liturgia celestial, la cual nos brinda una enseñanza para nuestra liturgia en la Iglesia de Dios. Por eso, vuestra contribución es esencial para la liturgia:  no es un adorno marginal, sino que la liturgia como tal exige esta belleza, exige el canto para alabar a Dios y para dar alegría a los participantes.

Os quiero dar las gracias de todo corazón por esta gran contribución. La liturgia del Papa, la liturgia en San Pedro, debe ser la liturgia ejemplar para el mundo. Ya sabéis que hoy, con la televisión, con la radio, en todas las partes del mundo numerosas personas siguen esta liturgia. Aprenden de aquí, o no aprenden de aquí, lo que es la liturgia, cómo se debe celebrar la liturgia. Por eso es tan importante no sólo que nuestros ceremonieros enseñen al Papa cómo celebrar bien la liturgia, sino también que la Capilla Sixtina sea un ejemplo de cómo se debe embellecer con el canto para alabanza de Dios.

Dado que gracias a mi hermano he experimentado directamente la belleza de un coro de voces blancas, sé muy bien que esta belleza exige mucho esfuerzo y también muchos sacrificios de vuestra parte. Vosotros, los muchachos, debéis levantaros muy pronto para ir a la escuela; conozco el tráfico romano y, por tanto, puedo adivinar la dificultad que tenéis para llegar a tiempo. Además, hay que trabajar duro hasta el final para lograr esta perfección, con la competencia que ahora hemos comprobado nuevamente.

Por todo esto os doy las gracias; también porque en estas fiestas, mientras vuestros compañeros hacen grandes excursiones, vosotros debéis estar en la basílica para cantar y algunas veces también esperar una hora antes de cantar. Y, a pesar de ello, siempre estáis dispuestos a dar vuestra contribución.

Yo siento esta gratitud cada vez y, en esta ocasión, quería expresárosla.

La Navidad es la fiesta de los dones. Dios mismo nos hizo el don más grande. Se nos dio a sí mismo. Se encarnó, se hizo niño. Dios nos dio el verdadero don y así nos invita también a nosotros a dar, a dar con el corazón; a donar a Dios y al prójimo algo de nosotros mismos. Y a donar también los signos de nuestra bondad, de la voluntad de comunicar alegría a los demás.

Así, también yo he tratado de hacer visible mi gratitud a través de los dones que ahora se os entregarán, como expresión de la gratitud, para la que me faltan palabras.

 



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