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ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS GENDARMES DEL VATICANO


Sábado 31 de diciembre de 2005

 

Queridos amigos:

Me alegra particularmente encontrarme hoy con todos vosotros, que formáis el cuerpo de la Gendarmería del Estado de la Ciudad del Vaticano. Es una grata ocasión para conoceros mejor y para manifestaros mis sentimientos de estima y gratitud.

Saludo ante todo al cardenal Edmund Casimir Szoka, presidente de la Comisión pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano, así como a mons. Giulio Viviani, vuestro capellán. Saludo y doy las gracias al comendador Camillo Cibin, inspector general, que se ha hecho intérprete de los sentimientos comunes. Extiendo mi saludo a cada uno de vosotros.

Esta visita tiene lugar en el último día del año 2005, un año realmente especial para la Iglesia. La enfermedad, la muerte y el funeral del amado Papa Juan Pablo II, el período de sede vacante y del cónclave, y mi elección como Obispo de Roma son acontecimientos que han marcado de modo extraordinario tanto a los que viven aquí, en el Vaticano, como a los fieles del mundo entero. Para vosotros —lo sé muy bien— ha sido un período de trabajo más intenso, que habéis realizado con esmero y espíritu de sacrificio, según las mejores tradiciones del cuerpo de la Gendarmería.

Gracias, queridos amigos, por lo que cada día hacéis con abnegación y fidelidad para servir al Papa y a sus colaboradores, juntamente con el cuerpo de la Guardia suiza pontificia, contribuyendo a asegurar la tranquilidad y el orden en la Ciudad del Vaticano, y a acoger a los peregrinos que vienen a visitar las tumbas de los Apóstoles o a encontrarse con el Sucesor de Pedro, tratando de resolver los problemas que se puedan presentar en cada ocasión, especialmente en las celebraciones litúrgicas, en las audiencias en el Vaticano y en las visitas apostólicas del Papa a Roma y a otros lugares del mundo. Vuestra actividad, tan delicada como necesaria, exige entrega, prudencia y mucha disponibilidad. Gracias por vuestro servicio.

Queridos gendarmes, la liturgia de este tiempo navideño, al presentar el nacimiento del Redentor, nos indica  a  los  pastores que, mientras vigilan y velan sobre sus rebaños, acogen el anuncio de los ángeles e inmediatamente van a adorarlo a la cueva de Belén. Todos somos invitados a buscar y contemplar, como ellos, al Salvador que se hizo hombre por nosotros y por nuestra salvación. Vigilar y estar siempre dispuestos a ponerse en acción son las actitudes del espíritu propias  de  vuestro trabajo, que os compromete de día y de noche.

Estad siempre vigilantes también en el ámbito propiamente espiritual. Jesús dirige esta exhortación a todos sus discípulos para que, sin dejarse atraer por los diversos señuelos del mundo, caminen sin descanso por la senda del Evangelio y no pierdan nunca el don valioso de la fe.

Por eso, es indispensable orar siempre, conservando la unión interior con el Señor. Sólo él da sentido y valor a nuestra existencia. Que él, por tanto, os sostenga en cada momento y os recompense los sacrificios que implica vuestro servicio.

Dentro de pocas horas comenzará un año nuevo, que deseo sereno y lleno de bendiciones para cada uno de vosotros y para vuestras familias. Con ese fin os aseguro mi oración y os imparto de corazón la bendición apostólica, encomendando al Señor a todos los gendarmes actualmente en servicio y a los que ya están jubilados, a vuestros familiares y a todos vuestros seres queridos. Por intercesión de María, Madre de la Iglesia, y de san Miguel arcángel, vuestro patrono, os conceda el Niño Jesús, al que contemplamos en el pesebre, un año nuevo iluminado por su alegría y su amor.

 



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