Index   Back Top Print

[ DE  - EN  - ES  - FR  - IT  - PT ]

DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE PAPÚA NUEVA GUINEA
E ISLAS SALOMÓN EN VISITA "AD LIMINA"

Sábado 25 de junio de 2005

 

Queridos hermanos en el episcopado: 

1. En el amor de nuestro Señor os doy una cordial bienvenida a vosotros, miembros de la Conferencia episcopal de Papúa Nueva Guinea e islas Salomón, y hago mío el saludo de san Pedro:  "A vosotros gracia y paz abundantes" (1 P 1, 2). Agradezco a mons. Sarego los amables sentimientos que ha expresado en vuestro nombre. Los devuelvo afectuosamente, y os aseguro mis oraciones a vosotros y a los que han sido encomendados a vuestra solicitud pastoral. Recorriendo grandes distancias para visitar las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo, "apreciáis cada vez más el inmenso patrimonio de valores espirituales y morales que toda la Iglesia, en comunión con el Obispo de Roma, ha difundido en el mundo entero" (Pastor bonus, Anexo I, 3).

2. Jesucristo sigue atrayendo a los pueblos de vuestras dos naciones isleñas a una fe y a una vida aún más profundas en él. Como obispos, respondéis a su voz preguntándoos cómo puede la Iglesia hacerse instrumento cada vez más eficaz de Cristo (cf. Ecclesia in Oceania, 4). La reciente "asamblea general" nacional en Papúa Nueva Guinea y el "seminario" en las islas Salomón han afrontado esta tarea. Estos dos acontecimientos han ofrecido claros signos de esperanza que incluyen la participación entusiasta de los jóvenes en la misión de la Iglesia, la generosidad excepcional de los misioneros y el florecimiento de vocaciones locales. Al mismo tiempo, no habéis dudado en reconocer las dificultades que siguen afligiendo a vuestras diócesis. Frente a ellas, los fieles esperan que seáis testigos valientes de Cristo, promoviendo la búsqueda de nuevos modos de transmitir la fe, para que la fuerza del Evangelio pueda impregnar los modos de pensar, los criterios de juicio y las normas de actuación (cf. Sapientia christiana, Proemio).

3. Como sabéis, los sacerdotes son y deben ser los colaboradores más íntimos del obispo (cf. Pastores gregis, 47). El significado particular de la comunión entre un obispo y sus presbíteros exige que os intereséis sinceramente por ellos. Esta relación especial se expresa de un modo más eficaz mediante vuestro esfuerzo continuo por sostener la identidad única de vuestros sacerdotes, impulsar su santificación personal en el ministerio y fomentar una profundización de su compromiso pastoral. La identidad sacerdotal no debe compararse jamás con un título secular o confundirse con un cargo civil o político. Antes bien, configurado a Cristo, que se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo (cf. Flp 2, 7-8), el sacerdote vive una vida de sencillez, castidad y servicio humilde, que estimula a los demás con el ejemplo. En el centro del sacerdocio está la celebración diaria y fervorosa de la santa misa. En este Año de la Eucaristía, exhorto a vuestros sacerdotes:  sed fieles a este compromiso, que es el centro y la misión de la vida de cada uno de vosotros (cf. Mensaje en la Misa pro Ecclesia, 20 de abril de 2005, n. 4).

La formación adecuada de los sacerdotes y los religiosos es de importancia fundamental para el futuro de la evangelización (cf. Pastores dabo vobis, 2). Sé que desde hace bastante tiempo estáis afrontando este asunto con la debida atención. Vuestro interés por el desarrollo humano, espiritual, intelectual y pastoral de vuestros seminaristas, así como de los religiosos y religiosas en formación, dará mucho fruto en vuestras diócesis. Por eso, os aliento a asegurar una esmerada selección de los candidatos, supervisar personalmente vuestros seminarios y trazar programas regulares de formación permanente, tan necesaria para profundizar la identidad sacerdotal y religiosa y para enriquecer el gozoso compromiso del celibato. Por último, a este respecto, ofrezco mis oraciones de profunda gratitud por los que trabajan en los seminarios y en las casas de formación. Decidles que el Santo Padre les agradece su generosidad.

4. Queridos hermanos, vuestros catequistas han hecho suya con gran celo la ardiente convicción de san Pablo:  "¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!" (1 Co 9, 16). Durante el Sínodo para Oceanía muchos de vosotros notasteis con satisfacción que un número cada vez mayor de fieles laicos apreciaban profundamente su deber de participar en la misión evangelizadora de la Iglesia (cf. Ecclesia in Oceania, 19). Para que este celo logre convencer a un número cada vez mayor de creyentes de que "la fe tiene realmente la fuerza de plasmar la misma cultura, penetrando en su mismo corazón" (ib., 20), las prioridades pastorales que habéis identificado, especialmente el matrimonio y la vida familiar estable, requieren oportunos y adecuados programas catequísticos para adultos. Por eso, espero que los fieles de vuestros pueblos profundicen su comprensión de la fe, incrementen su capacidad de expresar su verdad liberadora y den razón de su esperanza (cf. 1 P 3, 15).

5. Con afecto fraterno os ofrezco estas reflexiones, deseando apoyaros en vuestro deseo de acoger la llamada al testimonio y a la evangelización que brota del encuentro con Cristo, siempre intensificado y profundizado en la Eucaristía (cf. Mane nobiscum Domine, 24). Unidos en vuestro anuncio de la buena nueva de Jesucristo, proseguid con esperanza. Invocando sobre vosotros la intercesión del beato Pedro To Rot, os imparto cordialmente mi bendición apostólica a vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos de vuestras diócesis.

 



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana