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SANTO ROSARIO ORGANIZADO POR LA DIÓCESIS DE ROMA
EN EL PRIMER ANIVERSARIO DE LA MUERTE
DEL SIERVO DE DIOS JUAN PABLO II

PALABRAS DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI

Plaza de San Pedro
Domingo 2 de abril de 2006

 

Queridos hermanos y hermanas: 

Nos hemos reunido esta noche, en el primer aniversario de la muerte del amado Papa Juan Pablo II, para esta vigilia mariana organizada por la diócesis de Roma. Saludo con afecto a todos los presentes en la plaza de San Pedro, comenzando por el cardenal vicario Camillo Ruini y los obispos auxiliares. Saludo en particular a los cardenales, a los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles laicos, especialmente a los jóvenes. En realidad, para este emotivo momento de reflexión y oración está aquí congregada simbólicamente toda la ciudad de Roma. Saludo en especial al cardenal Stanislaw Dziwisz, arzobispo metropolitano de Cracovia, durante muchos años fiel colaborador del recordado Pontífice, y que está unido a nosotros en conexión televisiva.

Ya ha transcurrido un año desde la muerte del siervo de Dios Juan Pablo II, acaecida casi a esta misma hora —eran las 21.37—, pero su recuerdo sigue estando muy vivo, como lo atestiguan las numerosas manifestaciones programadas para estos días en todo el mundo. Sigue estando presente en nuestra mente y en nuestro corazón; sigue comunicándonos su amor a Dios y su amor al hombre; sigue suscitando en todos, y de modo especial en los jóvenes, el entusiasmo del bien y la valentía para seguir a Jesús y sus enseñanzas.

¿Cómo resumir la vida y el testimonio evangélico de este gran Pontífice? Podría intentar hacerlo utilizando dos palabras:  "fidelidad" y "entrega"; fidelidad total a Dios y entrega sin reservas a su misión de Pastor de la Iglesia universal. Fidelidad y entrega que fueron aún más convincentes y conmovedoras en sus últimos meses, cuando encarnó en sí lo que escribió en 1984 en la carta apostólica Salvifici doloris:  "El sufrimiento está presente en el mundo para provocar amor, para hacer nacer obras de amor al prójimo, para transformar toda la civilización humana en la "civilización del amor"" (n. 30).

Su enfermedad, afrontada con valentía, logró que todos estuviéramos más atentos al dolor humano, a todo dolor físico y espiritual; confirió al sufrimiento dignidad y valor, testimoniando que el hombre no vale por su eficiencia, por su apariencia, sino por sí mismo, por haber sido creado y amado por Dios.

Con las palabras y los gestos, el querido Juan Pablo II no se cansó de advertir al mundo que si el hombre se deja abrazar por Cristo, no menoscaba la riqueza de su humanidad; si se adhiere a él con todo su corazón, no le falta nada. Al contrario, el encuentro con Cristo hace nuestra vida más apasionante. Nuestro amado Papa, precisamente porque se acercó cada vez más a Dios en la oración, en la contemplación, en el amor a la Verdad y a la Belleza, pudo hacerse compañero de viaje de cada uno de nosotros y hablar con autoridad también a los que están alejados de la fe cristiana.

Esta noche, en el primer aniversario de su vuelta a la casa del Padre, somos invitados a acoger nuevamente la herencia espiritual que nos ha dejado; nos sentimos estimulados, entre otras cosas, a vivir buscando incansablemente la Verdad, la única que puede colmar nuestro corazón. Nos sentimos impulsados a no tener miedo de seguir a Cristo, para llevar a todos el anuncio del Evangelio, que es levadura de una humanidad más fraterna y solidaria.

Que Juan Pablo II nos ayude desde el cielo a proseguir nuestro camino, como dóciles discípulos de Jesús, para ser, como él mismo solía repetir a los jóvenes, "centinelas de la mañana" en este inicio del tercer milenio cristiano. Para esto invocamos a María, la Madre del Redentor, a la que él tuvo siempre una tierna devoción.

Me dirijo ahora a los fieles que desde Polonia están en conexión con nosotros.

Nos unimos en espíritu a los polacos que están reunidos en Cracovia, en Varsovia y en los demás lugares para la vigilia. Sigue vivo en nosotros el recuerdo de Juan Pablo II y no se apaga el sentido de su presencia espiritual. El recuerdo del gran amor que sentía por sus compatriotas sea siempre para vosotros la luz en vuestro camino hacia Cristo. "Permaneced fuertes en la fe". Os bendigo de corazón.

Ahora imparto de corazón a todos mi bendición.



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