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VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A MUNICH, ALTÖTTING Y RATISBONA

(9-14 DE SEPTIEMBRE DE 2006)

CEREMONIA DE BIENVENIDA

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Aeropuerto Internacional Franz Joseph Strauss, Munich
Sábado  9 de septiembre de 2006

 

Señor presidente de la República;
señora cancillera y señor ministro presidente;
señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado;
ilustres señores; amables señoras; queridos compatriotas: 

Con profunda emoción piso, por primera vez después de mi elevación a la cátedra de Pedro, tierra alemana bávara. Vuelvo a mi patria, a mi gente, con el programa de visitar algunos lugares que han tenido una importancia fundamental en mi vida. Le doy las gracias, señor presidente de la República, por la cordial bienvenida que me ha brindado. En sus palabras he percibido el eco fiel de los sentimientos de todo nuestro pueblo. Agradezco a la señora cancillera, doctora Angela Merkel, y al señor ministro presidente, doctor Edmund Stoiber, la amabilidad con que han querido honrar mi llegada a la tierra alemana y bávara. Mi agradecimiento se extiende, además, a los miembros del Gobierno, a las personalidades eclesiásticas, civiles y militares aquí reunidas, así como a todos los que han querido estar presentes para acogerme en esta visita, tan importante para mí.

En mi espíritu se agolpan en este momento muchos recuerdos de los años pasados en Munich y en Ratisbona:  son recuerdos de personas y vicisitudes que han dejado en mí una huella profunda. Consciente de lo que he recibido, he venido aquí ante todo para expresar la profunda gratitud que siento hacia todos los que han contribuido a formar mi personalidad en las décadas de mi vida.

Pero estoy aquí también como sucesor del apóstol san Pedro para reafirmar y confirmar los profundos vínculos que existen entre la Sede de Roma y la Iglesia en nuestra patria.

Son vínculos que tienen una historia de siglos, alimentada por la firme adhesión a los valores de la fe cristiana, una adhesión de la que pueden enorgullecerse en especial las regiones bávaras. Lo testimonian monumentos famosos, majestuosas catedrales, estatuas y cuadros de gran valor artístico, obras literarias, iniciativas culturales y sobre todo muchas vicisitudes de personas y comunidades en las que se reflejan las convicciones cristianas de las generaciones que se han sucedido en esta tierra, que yo tanto quiero.

Las relaciones de Baviera con la Santa Sede, aunque ha habido momentos de tensión, siempre se han caracterizado por una respetuosa cordialidad. Además, en las horas decisivas de su historia, el pueblo bávaro siempre ha confirmado su profunda devoción a la Cátedra de Pedro y la firme adhesión a la fe católica. La Columna de María —Mariensäule—, que se eleva en la plaza central de nuestra capital, Munich, es un testimonio elocuente de esa devoción.

El contexto social actual, en muchos aspectos, es diferente del pasado. Sin embargo, creo que todos estamos unidos por la esperanza de que las nuevas generaciones permanezcan fieles al patrimonio espiritual que ha resistido a través de todas las crisis de la historia. Mi visita a la tierra que me vio nacer quiere ser también un aliento en este sentido:  Baviera es una parte de Alemania, ha pertenecido a la historia de Alemania con sus altibajos, y tiene razones para estar orgullosa de las tradiciones que ha heredado del pasado.

Deseo que todos mis compatriotas de Baviera y de toda Alemania participen activamente en la transmisión a los ciudadanos del mañana de los valores fundamentales de la fe cristiana, que nos sostiene a todos y que no divide, sino que abre y acerca a las personas pertenecientes a pueblos, culturas y religiones diferentes.

De buen grado habría ampliado mi visita también a otras partes de Alemania para llegar a todas las Iglesias locales, en particular a aquellas a las que me unen recuerdos personales. En este inicio de pontificado y en el transcurso de todos estos años son muchos los signos de afecto que he recibido de todas partes y especialmente de las diócesis bávaras. Esto me da fuerza día tras día.

Por eso, deseo aprovechar esta ocasión para expresaros a todos mi profunda gratitud. También he podido leer y seguir lo que se ha hecho en estas semanas y en estos meses:  numerosas personas han contribuido con todas sus fuerzas para que esta visita sea hermosa. Y ahora agradecemos al Señor que nos da también un hermoso cielo bávaro, pues esto nosotros no lo podíamos ordenar.

¡Gracias! Que Dios os recompense por todo lo que se ha hecho en las diversas partes —tendré oportunidad de repetirlo en otras ocasiones— para garantizar un desarrollo sereno de esta visita y de estos días.

Además de saludaros a vosotros, queridos compatriotas —veo aquí ante mí las etapas de mi camino, desde Marktl y Tittmoning hasta Aschau, Traunstein, Ratisbona y Munich—, quiero saludar con gran afecto a los habitantes de Baviera y de toda Alemania:  no sólo pienso en los fieles católicos, a quienes se dirige en primer lugar mi visita, sino también a los miembros de otras Iglesias y comunidades eclesiales, en particular a los cristianos evangélicos y ortodoxos. Usted, querido señor presidente de la República, con sus palabras, ha interpretado los pensamientos de mi corazón:  aunque quinientos años no se pueden eliminar simplemente con intervenciones burocráticas o con discursos inteligentes, nos comprometeremos con el corazón y con la razón a converger los unos hacia los otros.

Saludo, por último, a los seguidores de otras religiones y a todas las personas de buena voluntad que se interesan por la paz y la tranquilidad del país y del mundo. Que el Señor bendiga los esfuerzos de todos por la edificación de un futuro de auténtico bienestar y basado en la justicia que crea la paz. Encomiendo estos deseos a la Virgen María, venerada en nuestra tierra con el título de Patrona Bavariae. Lo hago con las palabras clásicas de Jakob Balde, escritas a los pies de la Mariensäule:  "Rem regem regimen regionem religionem conserva Bavaris, Virgo Patrona, tuis!", "Conserva a tus bávaros, Virgen patrona, los bienes, la autoridad política, la tierra y la religión".

A todos los presentes un cordial "¡Que Dios os bendiga!".



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