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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL
DE LA REPÚBLICA CENTRO AFRICANA EN VISITA "AD LIMINA"


Viernes 1 de junio de 2007

 

Queridos hermanos en el episcopado: 

Con alegría os acojo mientras realizáis vuestra visita ad limina. Esta peregrinación a las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo es una ocasión privilegiada para confirmar los vínculos de vuestras Iglesias locales con el Sucesor de Pedro y con la Iglesia universal. Vuestros encuentros con mis colaboradores os permiten también compartir vuestras preocupaciones de pastores de la Iglesia en la República Centroafricana y recibir un aliento fraterno para vuestro ministerio episcopal.

Agradezco al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor François-Xavier Yombandje, su presentación de la vida de la Iglesia en vuestro país. Tened la seguridad de que el Papa está cercano a vuestras comunidades y a todo el pueblo centroafricano. A todos, y en particular a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a los fieles laicos de vuestras diócesis, transmitidles su afecto y su aliento, para que edifiquen una sociedad de paz y de fraternidad fundada en el respeto mutuo y en una auténtica solidaridad.

Vuestra misión al servicio del pueblo que el Señor os ha encomendado la debéis cumplir en un contexto difícil. Por eso, para responder a los desafíos que la Iglesia afronta en vuestro país, una colaboración efectiva es garantía de mayor eficacia; pero es sobre todo una necesidad fundada en una viva conciencia de la  dimensión colegial de vuestro ministerio, que os permite realizar "las diversas formas de fraternidad sacramental, que van desde la acogida y estima recíprocas hasta las atenciones de caridad y la colaboración concreta" (Pastores gregis, 59). Poniendo vuestra esperanza y vuestra humilde confianza únicamente en el Señor, encontraréis la valentía apostólica, tan necesaria en el ejercicio de vuestras responsabilidades. Tened la seguridad de que nunca estáis solos en el ejercicio de vuestro ministerio; el Señor está cerca de vosotros y os acompaña con su presencia y con su gracia. Mediante una vida de comunión cada vez más intensa y una existencia diaria ejemplar, sois testigos en medio de vuestro pueblo.

Entre los desafíos más urgentes que la Iglesia en vuestro país debe afrontar, se encuentran la paz y la concordia nacional. De modo especial los más pobres son víctimas de situaciones dramáticas, que llevan inevitablemente a profundas divisiones en la sociedad, así como al desaliento. La II Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos, que se está preparando, será un tiempo fuerte de reflexión sobre el anuncio del Evangelio en un contexto marcado por numerosos signos de esperanza, pero también por situaciones preocupantes. Deseo vivamente que ya no se olvide a África en este mundo que cambia profundamente, y que surja una auténtica esperanza para los pueblos de ese continente.

La Iglesia tiene el deber de defender a los débiles y hacerse portavoz de los que no tienen voz. Por tanto, quisiera alentar a las personas que se esfuerzan por suscitar la esperanza mediante un compromiso decidido en favor de la defensa de la dignidad de la persona humana y de sus derechos inalienables. Entre esos derechos se encuentra el bien fundamental de la paz y de una vida segura. La promoción de la paz, de la justicia y de la reconciliación es una expresión de la fe cristiana en el amor que Dios siente por cada ser humano. La Iglesia debe seguir anunciando decididamente la paz de Cristo, fomentando, juntamente con todas las personas de buena voluntad, la justicia y la reconciliación.

Invito también a todos los fieles a implorar del Señor este don tan valioso, puesto que la oración abre los corazones e inspira a los constructores de paz. Mediante sus obras sociales, especialmente en los campos de la salud y de la educación de los jóvenes, la Iglesia contribuye también, a su modo, a la edificación de la sociedad fraterna y solidaria a la que aspira vuestro pueblo. Invito en particular a las comunidades religiosas y a los laicos, que participan con competencia en este compromiso esencial para el futuro del país, a proseguir sus esfuerzos, sin desanimarse jamás, para que sean signos de la confianza que el Señor deposita en toda persona humana.

Por otra parte, para que la sociedad pueda acceder a un desarrollo humano y espiritual auténtico, hay que impulsar un cambio de mentalidad. Esta obra de amplio alcance concierne especialmente a la familia y al matrimonio. Comprometiéndose resueltamente a vivir en la fidelidad conyugal y en la unidad de su pareja, los cristianos muestran a todos la grandeza y la verdad del matrimonio. Mediante un "sí" libremente pronunciado, para siempre, el hombre y la mujer expresan su humanidad auténtica y su apertura a dar una vida nueva.

La preparación seria de los jóvenes para el matrimonio debe ayudarles a superar la reticencia a fundar una familia estable, abierta al futuro. Os invito también a seguir apoyando a las familias, sobre todo favoreciendo su educación cristiana. Así, podrán dar con más vigor razón de la fe que las anima, tanto ante sus hijos como ante la sociedad.

Por lo que respecta a vuestros sacerdotes, cuya generosidad y celo alabo, ejercen, con vuestro solícito apoyo a su vida personal y pastoral, una responsabilidad fundamental en la misión de vuestras diócesis. En colaboración fraterna con todos los agentes pastorales, en primer lugar con los misioneros y los catequistas, cuyo compromiso incansable al servicio del Evangelio conozco, los invito encarecidamente a ser hombres apasionados del anuncio del Evangelio. Para lograrlo, han de encontrar la unidad de su persona y la fuente de su dinamismo apostólico en la amistad personal con Cristo y en la contemplación, en él, del rostro del Padre.

Una vida sacerdotal ejemplar, fundada en una búsqueda constante de la configuración con Cristo, es una exigencia de cada día. En la oración, arraigada en la meditación de la palabra de Dios y en la Eucaristía, fuente y cumbre de su ministerio, encontrarán fuerza y valentía para servir al pueblo de Dios y guiarlo por los caminos de la fe.

Para dar a la Iglesia los sacerdotes que necesita, la formación de los candidatos cobra una importancia que no se puede subestimar. Hoy, más que nunca, es necesario ser exigentes con respecto a su formación humana y espiritual. En efecto, puesto que los sacerdotes están llamados a asumir grandes responsabilidades en el ejercicio de su ministerio, hay que exigir a los candidatos un conjunto de cualidades humanas, para que sean capaces de adquirir una verdadera disciplina de vida sacerdotal. Hay que verificar con particular esmero el equilibrio afectivo de los seminaristas y formar su sensibilidad, a fin de tener certeza de su aptitud para vivir las exigencias del celibato sacerdotal.

Esta formación humana debe encontrar todo su sentido en una sólida formación espiritual, ya que es indispensable que la vida y la actividad del sacerdote estén arraigadas en una fe viva en Jesucristo. Por tanto, para que se pueda realizar un discernimiento auténtico, los pastores deben tener como prioridad pastoral un número suficiente de formadores y de directores espirituales competentes que guíen a los candidatos al sacerdocio. También quiero decirles a los jóvenes que da mucha alegría responder generosamente a la llamada del Señor a seguirlo para anunciar el Evangelio.

Por último, después de vivir un año que ha ayudado a los católicos a dar un nuevo impulso y un nuevo fervor eucarístico, sigue siendo fundamental una participación activa y fructuosa de los fieles en el "Sacramento del amor". Desde esta perspectiva, la prosecución de ciertas adaptaciones adecuadas a los diversos contextos y a las diferentes culturas debe apoyarse en una concepción auténtica de la inculturación, para que la Eucaristía se convierta verdaderamente "en  criterio de valorización de todo lo que el cristiano encuentra en las diferentes expresiones culturales" (Sacramentum caritatis, 78).

Mediante celebraciones entusiastas, vuestras comunidades quieren dar una expresión gozosa de la gloria de Dios; que haya siempre un justo equilibrio con una contemplación silenciosa del misterio que se celebra, pues el silencio permite ponerse a la escucha del Salvador, que se da a la comunidad que celebra. Así, una preparación interior antes de recibir el Cuerpo de Cristo permite a cada uno acoger en la fe de la Iglesia el misterio de la salvación.

Al final de este encuentro, queridos hermanos en el episcopado, quiero reafirmar mi cercanía espiritual a vosotros y a vuestras diócesis. Proseguid con valentía el arraigo de la fe en vuestro pueblo. Que todos sean constructores incansables de paz y reconciliación. Encomiendo cada una de vuestras diócesis a la Virgen María, Reina de África, para que sea vuestra protectora y la estrella que os guíe a Jesús, su Hijo. A cada uno de vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los seminaristas, a los catequistas y a todos vuestros diocesanos imparto una afectuosa bendición apostólica.



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