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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
DURANTE SU VISITA A LA BIBLIOTECA APOSTÓLICA VATICANA
Y AL ARCHIVO SECRETO VATICANO


Lunes 25 de junio de 2007

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

He aceptado con alegría la invitación que me dirigió el señor cardenal Jean-Louis Tauran, archivero y bibliotecario de la santa Iglesia romana, a visitar la Biblioteca apostólica vaticana y el Archivo secreto vaticano. Ambas instituciones, por el importante servicio que prestan a la Sede apostólica y al mundo de la cultura, merecen una atención particular por parte del Papa.

Por tanto, de buen grado he venido a encontrarme con vosotros y, a la vez que os agradezco la cordial acogida, os dirijo a todos mi saludo cordial. Saludo en primer lugar al señor cardenal Jean-Louis Tauran, agradeciéndole las palabras que me ha dirigido y los sentimientos que ha expresado en vuestro nombre. Con igual afecto saludo al obispo mons. Raffaele Farina, y al prefecto del Archivo secreto vaticano, padre Sergio Pagano, así como a vosotros, aquí presentes, y a todos los que, con funciones diversas, prestan su colaboración en la Biblioteca y en el Archivo.

Queridos amigos, vuestra actividad no es sólo un trabajo, sino, como acabo de decir, un singular servicio que prestáis a la Iglesia y, de modo especial, al Papa.

Por lo demás, ya es sabido que la Biblioteca vaticana, la cual —como anunció el cardenal Tauran— se dispone a llevar a cabo ingentes trabajos de restauración, lleva el nombre de "apostólica", porque es una institución que desde su fundación se considera la "Biblioteca del Papa", la que le pertenece directamente.

También en tiempos recientes el siervo de Dios Juan Pablo II quiso recordar este vínculo que une a la Biblioteca apostólica con el Sucesor de Pedro, vínculo que pone de manifiesto su misión peculiar, ya subrayada por el Papa Sixto IV: "Ad decorem militantis Ecclesiae et fidei augmentum", "Para decoro de la Iglesia militante y para la difusión de la fe". Algo análogo dijo otro de mis predecesores, el Papa Nicolás V, indicando su finalidad con las palabras: "Pro communi doctorum virorum commodo", "Para la utilidad y el interés común de los hombres de ciencia".

A lo largo de los siglos, la Biblioteca vaticana ha asimilado y afinado esta misión con una caracterización inconfundible, hasta llegar a ser hoy una casa acogedora de ciencia, de cultura y de humanidad, que abre sus puertas a estudiosos procedentes de todas las partes del mundo, sin distinción de origen, religión y cultura.

Vosotros, queridos amigos que trabajáis aquí todos los días, tenéis la misión de custodiar la síntesis entre cultura y fe que transpira de los valiosos documentos y de los tesoros que conserváis, de las paredes que os rodean, de los Museos que tenéis muy cerca y de la espléndida basílica que aparece luminosa en vuestras ventanas.

También conozco muy bien el trabajo que se realiza a diario, con empeño humilde y casi oculto, en el Archivo secreto, meta de numerosos investigadores procedentes del mundo entero: en los manuscritos, menos solemnes que los ricos códices de la Biblioteca apostólica, pero no menos importantes por su interés histórico, los investigadores buscan las raíces de muchas instituciones eclesiásticas y civiles, estudian la historia de los tiempos lejanos y de los más recientes, pueden esbozar los perfiles de figuras ilustres de la Iglesia y de las civilizaciones, y dar a conocer mejor la obra multiforme de los Romanos Pontífices y de numerosos Pastores.

El Archivo vaticano, abierto a la consulta de los estudiosos por la sabia clarividencia de León XIII en el año 1881, ha sido punto de referencia de enteras generaciones de historiadores, más aún, de las mismas naciones europeas, que, para favorecer las investigaciones en un scrinium tan antiguo y rico de la Iglesia de Roma, han fundado en la ciudad eterna instituciones culturales específicas.

Hoy no sólo se acude al Archivo secreto para investigaciones eruditas, ciertamente útiles y dignísimas, sobre períodos lejanos de los nuestros, sino también para intereses que atañen a épocas y tiempos cercanos a los nuestros, incluso muy recientes. Lo demuestran los primeros frutos que ha producido hasta hoy la reciente apertura del pontificado de Pío XI a los estudiosos, que decidí en junio de 2006. A veces, las investigaciones, los estudios y las publicaciones, además de despertar un interés principalmente histórico, pueden suscitar también algunas polémicas.

A este respecto, no puedo por menos de alabar la actitud de servicio desinteresado y ecuánime que ha prestado el Archivo secreto vaticano, manteniéndose alejado de estériles y a menudo también débiles visiones históricas partidistas y ofreciendo a los investigadores, sin barreras o prejuicios, el material documental que posee, ordenado con seriedad y competencia.

Desde muchas partes llegan al Archivo secreto, al igual que a la Biblioteca apostólica, muestras de aprecio y de estima de parte de instituciones culturales y de estudiosos particulares de diversas naciones. Esto me parece el mejor reconocimiento al que pueden aspirar las dos instituciones. Y quisiera asegurar a ambas, a sus superiores y a todo el personal, en los diversos grados de sus plantillas, mi gratitud y mi cercanía.

Confieso que, cuando cumplí setenta años, deseaba ardientemente que el amado Juan Pablo II me concediera poder dedicarme al estudio y a la investigación de interesantes documentos y hallazgos que vosotros custodiáis con esmero, auténticas obras de arte que nos ayudan a repasar la historia de la humanidad y del cristianismo.

En sus designios providenciales, el Señor ha establecido otros programas para mí y por eso hoy no me encuentro en medio de vosotros como apasionado estudioso de textos antiguos, sino como Pastor llamado a animar a todos los fieles a cooperar en la salvación del mundo, cumpliendo cada uno la voluntad de Dios donde él nos pone a trabajar.

Para vosotros, queridos amigos, se trata de realizar vuestra vocación cristiana en contacto con valiosos testimonios de cultura, ciencia y espiritualidad, dedicando vuestras jornadas, y en definitiva buena parte de vuestra vida, al estudio, a las publicaciones, a servir al público y en particular a los organismos de la Curia romana. Para esta múltiple actividad os servís de las técnicas más avanzadas en la informática, en la catalogación, en la restauración, en la fotografía y, en general, en todo lo que atañe a la conservación y al aprovechamiento del riquísimo patrimonio que custodiáis.

A la vez que os alabo por vuestro compromiso, os exhorto a que consideréis siempre vuestro trabajo como una verdadera misión que debéis cumplir con pasión y paciencia, amabilidad y espíritu de fe. Esforzaos por ofrecer siempre una imagen acogedora de la Sede apostólica, conscientes de que el mensaje evangélico pasa también por vuestro coherente testimonio cristiano.
Ahora, al concluir este encuentro, me complace anunciar el nombramiento del señor cardenal Jean-Louis Tauran como presidente del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso. En su lugar, como archivero y bibliotecario de la santa Iglesia romana, he nombrado a mons. Raffaele Farina, elevándolo al mismo tiempo a la dignidad de arzobispo. Para desempeñar el cargo de prefecto de la Biblioteca apostólica vaticana he llamado a mons. Cesare Pasini, hasta ahora vice-prefecto de la venerable Biblioteca Ambrosiana. A cada uno de ellos le deseo ya desde ahora un fecundo cumplimiento de sus nuevas misiones.

Os doy una vez más las gracias a todos por el valioso servicio que prestáis en la Biblioteca apostólica y en el Archivo vaticano, y, a la vez que os aseguro mi recuerdo en la oración, con especial afecto imparto de corazón a cada uno mi bendición, que de buen grado extiendo a sus respectivas familias y a sus seres queridos.



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