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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A UN CONGRESO INTERNACIONAL ORGANIZADO
POR LA FUNDACIÓN "CENTESIMUS ANNUS, PRO PONTIFICE"


Sala Clementina
Sábado 19 de mayo de 2007

 

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en el presbiterado;
queridos amigos: 

Es para mí motivo de gran placer acogeros durante esta visita que sigue a la celebración de la Eucaristía, en la que habéis participado esta mañana en la basílica de San Pedro. Os dirijo a cada uno mi cordial saludo y, en primer lugar, al señor cardenal Attilio Nicora, presidente de la Administración del patrimonio de la Sede apostólica, agradeciendo a todos los representantes las palabras que me han dirigido. Mi saludo va asimismo al conde Lorenzo Rossi de Montelera, vuestro presidente, a los obispos y a los sacerdotes presentes, y se extiende a todos los miembros de vuestra benemérita asociación, también a los que no han podido participar en este encuentro, así como a vuestros familiares.

Durante vuestra reunión de este año habéis reflexionado sobre el compromiso fundamental que caracteriza a la Fundación Centesimus annus, pro Pontifice, es decir, profundizar los aspectos más actuales de la doctrina social de la Iglesia con referencia a los problemas y los desafíos más urgentes del mundo actual. En segundo lugar, habéis venido a presentar al Papa el fruto de vuestra generosidad, a fin de que disponga de él para responder a las numerosas peticiones de ayuda que le llegan de todas las partes del mundo. Y, os aseguro que verdaderamente son muchas. Así pues, gracias por vuestra contribución, gracias por lo que hacéis y por el empeño con que os dedicáis a las actividades de vuestra asociación, querida por mi venerado predecesor Juan Pablo II.

Aprovecho esta ocasión para ofrecer a vuestra consideración algunas breves reflexiones sobre el tema social, amplio y estimulante, que os ha ocupado durante vuestros trabajos. En efecto, habéis analizado desde el punto de vista económico y social el cambio que se está produciendo en los países "emergentes", con sus repercusiones de carácter cultural y religioso. En particular, habéis fijado vuestra atención en las naciones de Asia, caracterizadas por fuertes dinámicas de crecimiento económico, pero que no siempre implican un desarrollo social real, y las de África, donde, por desgracia, el crecimiento económico y el desarrollo social encuentran muchos obstáculos y desafíos.

Lo que estos pueblos necesitan, como por lo demás los de todas las partes de la tierra, es sin duda alguna un progreso social y económico armonioso y de dimensión realmente humana. A este propósito, me complace citar un incisivo pasaje de la encíclica Centesimus annus del amado Juan Pablo II, donde afirma que «el desarrollo no debe ser entendido de manera exclusivamente económica, sino bajo una dimensión humana integral». Y añade que «no se trata solamente de elevar a todos los pueblos al nivel del que gozan hoy los países más ricos, sino de fundar sobre el trabajo solidario una vida más digna, hacer crecer efectivamente la dignidad y la creatividad de toda persona, su capacidad de responder a la propia vocación y, por tanto, a la llamada de Dios» (n. 29).

Encontramos aquí una enseñanza constante de la doctrina social de la Iglesia, reafirmada en numerosas ocasiones por mis predecesores durante estos últimos decenios. Precisamente este año se celebra el 40° aniversario de la publicación de una gran encíclica social del siervo de Dios Pablo VI, la Populorum progressio. En ese texto, citado muchas veces en los documentos sucesivos, aquel gran Pontífice ya afirmaba con fuerza que «el desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico», pues, «para ser auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre» (n. 14).

La atención a las verdaderas exigencias del ser humano, el respeto a la dignidad de toda persona y la búsqueda sincera del bien común son los principios inspiradores que se han de tener presentes cuando se proyecta el desarrollo de una nación. Pero, por desgracia, esto no siempre sucede. En la sociedad actual globalizada se registran a menudo desequilibrios paradójicos y dramáticos. En efecto, cuando se considera el incremento sostenido de los índices de crecimiento económico, cuando se analizan las problemáticas relacionadas con el progreso moderno, sin excluir la elevada contaminación y el consumo irresponsable de los recursos naturales y ambientales, resulta evidente que sólo un proceso de globalización atento a las exigencias de la solidaridad puede garantizar a la humanidad un futuro de auténtico bienestar y de paz estable para todos.

Queridos amigos, sé que vosotros, profesionales y fieles laicos activamente comprometidos en el mundo, queréis contribuir a resolver estas problemáticas a la luz de la doctrina social de la Iglesia. Otro de vuestros objetivos es promover la cultura de la solidaridad y favorecer un desarrollo económico atento a las expectativas reales de las personas y de los pueblos. A la vez que os animo a proseguir vuestro compromiso, quisiera reafirmar que sólo de la unión ordenada de los tres niveles irrenunciables del desarrollo —económico, social y humano— puede nacer una sociedad libre y solidaria.

Comparto de buen grado, en esta circunstancia, lo que el Papa Montini expresó con claridad apasionada en su ya citada encíclica Populorum progressio:  «Si para llevar a cabo el desarrollo se necesitan técnicos, cada vez en mayor número, para este mismo desarrollo se exige más todavía pensadores de reflexión profunda que busquen un humanismo nuevo, el cual permita al hombre moderno hallarse a sí mismo, asumiendo los valores superiores del amor, de la amistad, de la oración y de la contemplación» (n. 20).

Esta es vuestra misión; esta es la tarea que el Señor os encomienda al servicio de la Iglesia y de la sociedad, y sé que la estáis realizando con celo y generosidad. Al respecto, he sabido con placer que vuestra Fundación está extendiendo su presencia en diversos países de Europa y América. Me alegra verdaderamente. Sobre vosotros y sobre vuestras iniciativas, así como sobre vuestras familias, invoco la abundante bendición de Dios.



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