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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL FINAL DE UN CONCIERTO OFRECIDO AL PAPA
POR LOS OBISPOS ITALIANOS


Miércoles 23 de mayo de 2007

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amables señores y señoras: 

Esta tarde, pocos días antes de la conclusión del tiempo pascual -el próximo domingo celebraremos la solemnidad de Pentecostés-, hemos tenido una nueva oportunidad de meditar sobre el acontecimiento admirable de la resurrección de Cristo. La ocasión nos la ha dado la ejecución de este sugestivo oratorio, que la Conferencia episcopal italiana, reunida en asamblea general, ha querido ofrecerme a mí y a mis colaboradores con motivo de mi 80° cumpleaños y como coronamiento de la visita ad limina de los prelados de Italia, que se ha realizado durante este año pastoral en un clima de profunda comunión eclesial.

Gracias, venerados y queridos hermanos obispos italianos, por este grato regalo. Hemos escuchado juntos la evocación de personajes y escenas del Evangelio que nos remiten al misterio central de nuestra fe:  la resurrección del Señor. Hemos podido gustar una composición poética para concierto, caracterizada por una armoniosa síntesis de expresividad  artística y simbología espiritual, melodía  y estimulantes pistas de meditación.

Al final de este hermoso concierto, siento la necesidad de dar las gracias a quienes lo han promovido, preparado atentamente y ahora ejecutado de modo magistral. Ante todo, quisiera expresar mi agradecimiento al arzobispo Angelo Bagnasco, que desde hace algunos meses ha asumido la guía de la Conferencia episcopal italiana como presidente. Lo saludo con afecto y le agradezco las cordiales palabras que me ha dirigido al inicio de este encuentro, y le aseguro mi benevolencia, acompañada con una constante oración por la importante tarea que está llamado a desempeñar al servicio de la Iglesia en Italia.

Saludo a los señores cardenales, a los obispos, a los sacerdotes, a las autoridades presentes y a cuantos no han querido faltar a esta velada musical. Con sincera gratitud saludo al coro, con el maestro Marco Faelli y la orquesta de la Arena de Verona, dirigidos por el maestro Julian Kovatchev. Doy las gracias al coro de voces blancas "Alive" y al maestro Paolo Facincani, así como al de voces blancas "Benjamin Britten", dirigido por el maestro Marco Tonini. A cada uno de vosotros, queridos artistas y músicos, os expreso mi agradecimiento cordial por la admirable ejecución de este oratorio sagrado, cuya parte musical compuso Alberto Colla y cuyo texto poético escribió Roberto Mussapi:  a ellos va mi vivo aprecio y mi gratitud.

He dicho al inicio que esta velada musical nos ha permitido meditar en el acontecimiento central de nuestra fe:  la resurrección de Cristo. El título Resurrexi, "he resucitado", tomado del incipit latino de la antífona de entrada de la misa de Pascua, es como la autopresentación de Jesús, que en la liturgia se identifica y se hace reconocer precisamente en su condición de Resucitado. El oratorio hace revivir los sentimientos de asombro y de gozo que experimentaron los primeros testigos oculares de la Resurrección. A través de cinco "cuadros", armoniosamente enlazados en una trama melódica y poética, los autores de este melodrama nos han ayudado a meditar en el alba del tercer día, llena de luz deslumbrante, que abrió el corazón de los Apóstoles y les permitió comprender en su pleno significado los acontecimientos dramáticos de la muerte y la resurrección del divino Maestro, así como sus gestos precedentes y las enseñanzas de su vida.

La Pascua constituye el corazón del cristianismo. Para cada creyente y para cada comunidad eclesial es importante el encuentro con Jesucristo crucificado y resucitado. Sin esta experiencia personal y comunitaria, sin una íntima amistad con Jesús, la fe es superficial y estéril. Deseo vivamente que también este oratorio, que hemos seguido con religiosa atención y participación, nos ayude a madurar en nuestra fe. En la Pascua de Cristo se anticipa la vida nueva del mundo resucitado:  si estamos firmemente convencidos de ello, nuestro testimonio evangélico será, en consecuencia, más consciente y nuestro celo apostólico más ardiente.

Que nos obtenga este don el Espíritu Santo, que descendió con abundancia en Pentecostés sobre la Iglesia naciente. Con estos sentimientos, a la vez que renuevo, también en nombre de los presentes, un agradecimiento cordial a quienes idearon esta velada, así como a los apreciados maestros, a los componentes de la orquesta y a los cantores, imparto a todos de corazón una especial bendición apostólica.



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