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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE BENÍN EN VISITA "AD LIMINA"


Jueves 20 de septiembre de 2007

 

Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio: 

Me alegra acogeros mientras realizáis vuestra visita ad limina, manifestación de comunión entre los obispos y la Sede de Pedro, y medio eficaz para responder a la exigencia de conocimiento mutuo que brota de la realidad misma de esta comunión (cf. Pastores gregis, 57). El presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Antoine Ganyé, me ha presentado en vuestro nombre algunas realidades de la vida de la Iglesia en Benín; se lo agradezco cordialmente.

A través de vosotros, quiero saludar con afecto a todos los miembros de vuestras comunidades diocesanas:  a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas, a los seminaristas, a los catequistas y a todos los laicos, invitándolos a crecer en la fe en Jesús, único Salvador de los hombres. Os ruego que transmitáis también mi saludo afectuoso al querido cardenal Bernardin Gantin. Por último, a todos los habitantes de Benín les expreso mis mejores deseos para que prosigan valientemente su compromiso con vistas a la construcción de una sociedad cada vez más fraterna y respetuosa de cada persona.

En los últimos años habéis dado prueba de una gran valentía evangélica al guiar al pueblo de Dios en medio de las numerosas dificultades que ha atravesado vuestra sociedad, mostrando así vuestro interés pastoral por las grandes cuestiones que ha tenido que afrontar, en particular en el campo de la justicia y de los derechos humanos. En todas esas situaciones habéis propuesto sin cesar la enseñanza de la Iglesia fundada en el Evangelio, suscitando así la esperanza en el corazón de vuestro pueblo y contribuyendo a mantener la unidad y la concordia nacionales.

Ante los numerosos desafíos que se os presentan hoy, os animo vivamente a desarrollar una auténtica espiritualidad de comunión, para "hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión" (Novo millennio ineunte, 43). En efecto, esta comunión que los obispos están llamados a vivir ante todo entre sí, para encontrar en ella fuerza y apoyo con vistas a su ministerio, favorece el dinamismo misionero, "garantizando siempre el testimonio de la unidad para que el mundo crea, y ampliando la perspectiva del amor para que todos alcancen la comunión trinitaria, de la cual proceden y a la cual están destinados" (Pastores gregis, 22).

Os invito a desarrollar también esta comunión en vuestro presbyterium, ayudando a los sacerdotes, con la calidad de las relaciones que entabláis con ellos, a asumir plenamente su ministerio sacerdotal. Quiero alentar vivamente a cada uno a mantener en su vida apostólica un equilibrio que dé a una intensa vida espiritual el lugar que le corresponde, para crear y fortalecer una relación de amistad con Cristo, a fin de servir generosamente a la porción del pueblo de Dios que se le ha confiado, así como al anuncio del reino de Dios a todos. Entonces el Evangelio se hará presente de forma concreta en la sociedad. De acuerdo con la sabiduría de la Iglesia, también han de saber discernir en las "tradiciones" de su pueblo el bien verdadero, que permite crecer en la fe y en un auténtico conocimiento de Dios, y rechazar lo que está en contradicción con el Evangelio.

Por otra parte, vuestras relaciones quinquenales muestran que la influencia de las tradiciones sigue estando aún muy presente en la vida social. Aunque deben incentivarse sus aspectos positivos, es necesario rechazar sus manifestaciones que perjudican, alimentan el temor o excluyen a los demás. La fe cristiana debe inculcar en los corazones la libertad interior y la responsabilidad que nos encomienda Cristo ante los acontecimientos de la vida.

Así pues, una sólida formación cristiana será un apoyo indispensable para ayudar a los fieles a confrontar su fe con las creencias de la "tradición". Esta formación también debe permitirles aprender a orar con confianza, para permanecer siempre cerca de Cristo, y en los momentos de dificultad, encontrar apoyo en las comunidades cristianas a través de los signos efectivos del amor de Dios, que hace libres. En esta ardua tarea, la colaboración de los catequistas es una aportación valiosa. Conozco su entrega y la atención que dedicáis a su formación y a permitirles llevar una vida digna. Los saludo cordialmente, expresándoles la gratitud de la Iglesia por su compromiso a su servicio.

Queridos hermanos, en vuestras diócesis los institutos de vida consagrada aportan una generosa contribución a la misión. Los religiosos y las religiosas han de conservar siempre el corazón y la mirada fijos en el Señor Jesús, para que, mediante sus obras y la entrega total de sí mismos, comuniquen a todos el amor de Dios que reciben en su propia existencia. Al servir, sin distinción, a los más necesitados de la sociedad, que es un compromiso esencial para la mayoría de ellos, jamás se debe dejar de lado a Dios y a Cristo, que es oportuno anunciar, sin querer imponer la fe de la Iglesia. "El cristiano sabe cuándo es tiempo de hablar de Dios y cuándo es oportuno callar sobre él, dejando que hable sólo el amor" (Deus caritas est, 31).

Invito también a los miembros de las comunidades contemplativas a seguir siendo, con su presencia discreta, una llamada permanente para todos los creyentes a buscar sin cesar el rostro de Dios y a darle gracias por todos sus beneficios.

En el contexto cultural de vuestro país, es necesario que la presencia de la Iglesia se manifieste mediante signos visibles que indiquen el sentido auténtico de su misión entre los hombres. Entre estos signos, las celebraciones litúrgicas fervorosas y entusiastas ocupan un lugar eminente. Son un testimonio elocuente de fe dado por vuestras comunidades en el corazón mismo de la sociedad. Por tanto, es importante que los fieles participen en la liturgia de manera plena, activa y fructuosa. Para favorecer esta participación, es legítimo aceptar ciertas adaptaciones adecuadas para los diversos contextos culturales, respetando las normas establecidas por la Iglesia.

Sin embargo, para que no se introduzcan en la liturgia elementos culturales incompatibles con la fe cristiana o acciones que fomentan la confusión, debe proporcionarse a los seminaristas y a los sacerdotes una sólida formación litúrgica, permitiendo la profundización del conocimiento de los fundamentos, del significado y del valor teológico de los ritos litúrgicos.

Por lo demás, la presencia de la Iglesia en la sociedad se manifiesta también a través de las intervenciones públicas de sus pastores. En diversas ocasiones habéis defendido valientemente los valores de la familia y el respeto a la vida, cuando estaban amenazados por ideologías que proponían modelos y actitudes opuestas a una concepción auténtica de la vida humana. Os animo a proseguir este compromiso, que es un servicio a toda la sociedad.

Desde esta perspectiva, también la formación de los jóvenes es una de vuestras prioridades pastorales. Quiero alabar aquí el trabajo realizado por todas las personas que contribuyen a su educación humana y religiosa, en particular en la enseñanza católica, cuya calidad es ampliamente reconocida. Al ayudar a los jóvenes a adquirir una madurez humana y espiritual, haced que descubran a Dios, haced que descubran que en la entrega de sí mismos al servicio de los demás llegan a ser más libres y más maduros.

Por otra parte, los obstáculos que encuentran para comprometerse en el matrimonio cristiano y para vivir con fidelidad los compromisos asumidos, obstáculos a menudo relacionados con su cultura y sus tradiciones, no sólo exigen una seria preparación para este sacramento, sino también un acompañamiento permanente de las familias, particularmente en los momentos de mayor dificultad.

Por último, quiero expresaros mi satisfacción al constatar que, en general, las relaciones entre cristianos y musulmanes se desarrollan en un clima de comprensión recíproca. Por eso, para evitar que se produzca cualquier forma de intolerancia y para prevenir cualquier violencia, conviene promover un diálogo sincero, fundado en un conocimiento recíproco cada vez más verdadero, en especial mediante relaciones humanas respetuosas, un entendimiento sobre los valores de la vida y una cooperación mutua en todo lo que promueve el bien común. Este diálogo exige también preparar personas competentes para  ayudar a conocer y a comprender los  valores religiosos que tenemos en común y a respetar lealmente las diferencias.

Queridos hermanos, al concluir nuestro encuentro, os animo a proseguir vuestra misión al servicio del pueblo de Dios en Benín, viviendo cada vez más intensamente el misterio de Cristo. No tengáis miedo de proponer la novedad radical de la vida traída por Cristo y ofrecida a todos los hombres para realizar su vocación integral.

Os encomiendo a cada uno de vosotros a la intercesión materna de María, Reina de África. Que ella interceda por los sacerdotes, los religiosos, las religiosas, los seminaristas, los catequistas y los fieles de cada una de vuestras diócesis. A todos imparto de corazón una afectuosa bendición apostólica.



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