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DISCURSO DE SU SANTIDAD BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE UCRANIA


Palacio apostólico de  Castelgandolfo
Lunes 24 de septiembre de 2007

 

Señores cardenales;
queridos y venerados hermanos en el episcopado: 

Me alegra particularmente acogeros y os doy a cada uno mi cordial bienvenida, al inicio de la visita ad limina de los obispos de rito latino. Con gran placer saludo a los obispos grecocatólicos, que han aceptado mi invitación a asistir a este encuentro. Hoy están reunidos idealmente, en torno al Sucesor de Pedro, todos los pastores de la amada Iglesia que vive en Ucrania. Se trata de un gesto de comunión eclesial, testimonio elocuente del amor fraterno que Jesús dejó a sus discípulos como signo distintivo. Hagamos nuestras las palabras del salmista:  "Ved qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos". Y también:  a los que viven en su amor, el Señor "manda la bendición y la vida para siempre" (Sal 133, 1-3). Con esta certeza, y con estos sentimientos de estima y de viva cordialidad, os agradezco a cada uno el trabajo pastoral que realizáis diariamente al servicio del pueblo de Dios.

Sé con cuánto empeño os esforzáis por proclamar y testimoniar el Evangelio en la querida tierra de Ucrania, encontrando a veces muchas dificultades, pero sostenidos siempre por la certeza de que Cristo guía con mano firme a su grey, la grey que él mismo ha puesto en vuestras manos, las manos de sus ministros. El Papa y sus colaboradores de la Curia romana están cerca de vosotros y siguen con afecto el camino de cada una de vuestras Iglesias locales, dispuestos en toda circunstancia a ofreceros su contribución, con la plena certeza de estar llamados por el Señor a servir a la unidad y a la comunión de la Iglesia.

Este encuentro pone de manifiesto la belleza y la riqueza del misterio de la Iglesia. El concilio Vaticano II recuerda que "Cristo, el único mediador, estableció en este mundo su Iglesia santa, comunidad de fe, esperanza y amor, como un organismo visible. (...). Constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en la Iglesia católica, gobernada por el sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él" (Lumen gentium, 8). Con la variedad de sus ritos y de sus tradiciones históricas, la única Iglesia católica anuncia y testimonia en todos los rincones de la tierra al mismo Jesucristo, Palabra de salvación para todos los hombres y para todo el hombre.

Por eso, el secreto de la eficacia de todos nuestros proyectos pastorales y apostólicos es sobre todo la fidelidad a Cristo. A nosotros, los pastores, como a todos los fieles, se nos pide vivir una íntima y constante familiaridad con él en la oración y en la escucha dócil de su palabra:  este es el único camino que debemos recorrer para llegar a ser en cualquier ambiente signos de su amor e instrumentos de su paz y de su concordia.

Estoy seguro de que para vosotros, queridos y venerados hermanos, al estar animados por este espíritu, no será difícil intensificar una cordial colaboración entre obispos latinos y obispos grecocatólicos, para el bien de todo el pueblo cristiano. Así podréis coordinar vuestros planes pastorales y vuestras actividades apostólicas, dando siempre testimonio de la comunión eclesial, que es también condición indispensable para el diálogo ecuménico con nuestros hermanos ortodoxos y con los de las demás Iglesias.

En particular, me permito presentar a vuestra consideración la propuesta de al menos un encuentro anual, en el que participen los obispos de rito latino y los de rito grecocatólico, con vistas a un oportuno acuerdo entre todos para que la acción pastoral sea cada vez más armoniosa y eficaz. Estoy convencido de que para todos los fieles la cooperación fraterna entre los pastores será un aliento y un estímulo a crecer en la unidad y en el entusiasmo apostólico, y favorecerá también un fructuoso diálogo ecuménico.

Queridos y venerados hermanos, gracias una vez más por haber aceptado mi invitación a participar en esta reunión fraterna. Sobre cada uno de vosotros y sobre vuestras comunidades invoco la protección materna de la Virgen, que la liturgia latina venera hoy como la santísima Virgen de la Merced. Que ella os sostenga en vuestro ministerio diario y lo haga fecundo en frutos espirituales; os consuele y os conforte en las dificultades y en la hora de la prueba; os obtenga la alegría de una comunión cada vez más profunda con su Hijo divino y consolide aún más la fraternidad entre vosotros, sucesores de los Apóstoles.

A María le encomendamos, de modo especial, la visita ad limina de los obispos de rito latino que comienza hoy y los proyectos pastorales de todas vuestras comunidades.

Con estos deseos, a la vez que invoco una abundante efusión de gracias y de consuelos celestiales sobre vuestras personas y sobre vuestras respectivas actividades eclesiales, os imparto de corazón a cada uno una bendición especial, que de buen grado extiendo a los fieles encomendados a vuestro ministerio episcopal, así como a todo el amado pueblo de Ucrania.



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