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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DEL CONSEJO PONTIFICIO
PARA LA PROMOCIÓN DE LA UNIDAD DE LOS CRISTIANOS


Sala Clementina
Viernes 12 de diciembre de 2008

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos hermanos y hermanas:

Os doy una cordial bienvenida a todos los que participáis en la sesión plenaria del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos. En primer lugar, saludo al cardenal presidente, al que también expreso mi agradecimiento por las amables palabras con que ha ilustrado el trabajo que habéis llevado a cabo en estos días.

Mi saludo se extiende al secretario y a los demás colaboradores del Consejo pontificio, así como a cuantos, procedentes de diversas partes, han aportado la contribución de su experiencia a la reflexión común sobre el tema de vuestra reunión: "Recepción y futuro del diálogo ecuménico". Se trata de un tema de notable interés para el camino hacia la unidad plena entre los cristianos; un tema que presenta dos dimensiones esenciales: por un lado, el discernimiento del itinerario recorrido hasta ahora; y, por otro, la búsqueda de nuevos caminos para proseguirlo, tratando de descubrir juntos cómo superar las divergencias que lamentablemente siguen existiendo en las relaciones entre los discípulos de Cristo.

No cabe duda de que el diálogo teológico constituye un componente esencial para restablecer la comunión plena que todos deseamos; por esto, es preciso sostenerlo e impulsarlo. Este diálogo se realiza cada vez más en el contexto de las relaciones eclesiales que, por gracia de Dios, se van ampliando e implican no sólo a los pastores, sino también a todos los diversos componentes y articulaciones del pueblo de Dios.

Demos gracias al Señor por los significativos pasos adelante realizados, por ejemplo, en las relaciones con las Iglesias ortodoxas y con las antiguas Iglesias ortodoxas de Oriente, tanto por lo que atañe al diálogo teológico, como por la consolidación y el crecimiento de la fraternidad eclesial. El último documento de la Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y las Iglesias ortodoxas sobre el tema: "Comunión eclesial, conciliaridad y autoridad", al que aludió explícitamente Su Santidad Bartolomé I al hablar a la reciente Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos, ciertamente abre una perspectiva positiva de reflexión sobre la relación que existe entre primado y sinodalidad en la Iglesia, tema de importancia crucial en las relaciones con los hermanos ortodoxos, y que será objeto de profundización y confrontación en próximas reuniones.

Es consolador constatar cómo en estos años un sincero espíritu de amistad entre católicos y ortodoxos ha ido creciendo y se ha manifestado también en los múltiples contactos mantenidos entre responsables de la Curia romana y obispos de la Iglesia católica con responsables de las diversas Iglesias ortodoxas, así como en las visitas de altos exponentes ortodoxos a Roma y a Iglesias particulares católicas.

En vuestra sesión plenaria habéis reflexionado, de modo especial, sobre el así llamado Harvest Project: "Consenso-convergencia ecuménica sobre algunos aspectos fundamentales de la fe cristiana identificados en las relaciones de los primeros cuatro diálogos bilaterales internacionales en los que ha participado la Iglesia católica desde el concilio Vaticano II". Esta confrontación os ha llevado a examinar los resultados de cuatro importantes diálogos: los mantenidos con la Federación luterana mundial; con el Consejo mundial metodista; con la Comunión anglicana; y con la Alianza reformada mundial. Aunque habéis delineado lo que, con la ayuda de Dios, ya se ha logrado alcanzar en el entendimiento recíproco y en el descubrimiento de elementos de convergencia, no habéis evitado poner de manifiesto, con gran honradez, lo que aún queda por realizar. Se podría decir que nos encontramos todavía en camino, en una situación intermedia, donde sin duda es útil y oportuno un examen objetivo de los resultados conseguidos. Y estoy seguro de que el trabajo de vuestra sesión dará una valiosa aportación para elaborar, en esta perspectiva, una reflexión más amplia, precisa y detallada.

Queridos hermanos y hermanas, hoy en muchas regiones ha cambiado y sigue cambiando la situación ecuménica, lo cual implica el esfuerzo de una confrontación sincera. Van surgiendo nuevas comunidades y grupos; se van perfilando tendencias inéditas y, a veces incluso, tensiones entre las comunidades cristianas. Por ello, es importante el diálogo teológico, que también afecta al ámbito concreto de la vida de las diferentes Iglesias y comunidades eclesiales.

En esta luz se sitúa el tema de vuestra plenaria, y el discernimiento indispensable para delinear de modo concreto las perspectivas del compromiso ecuménico que la Iglesia católica quiere proseguir e intensificar con prudencia y tacto pastoral. En nuestro espíritu resuenan el mandamiento de Cristo, el "mandatum novum", y su oración por la unidad: "ut omnes unum sint... ut mundus credat quia tu me misisti" (Jn 17, 21).

La caridad ayudará a los cristianos a cultivar la "sed" de la comunión plena en la verdad y, siguiendo dócilmente las inspiraciones del Espíritu Santo, podemos esperar que pronto se alcanzará la anhelada unidad, el día en que lo quiera el Señor. Precisamente por eso el ecumenismo nos estimula a un intercambio fraterno y generoso de dones, conscientes de que la comunión plena en la fe, en los sacramentos y en el ministerio, sigue siendo el objetivo y la meta de todo el movimiento ecuménico. El ecumenismo espiritual es el corazón vivo de esa vasta empresa, como afirmó claramente el concilio ecuménico Vaticano II.

Estamos viviendo los días del Adviento, que nos prepara al Nacimiento de Cristo. Este tiempo de vigilante espera debe mantener viva en nosotros la esperanza de la llegada del reino de Dios, de la Basileia tou Theou. Que María, Madre de la Iglesia, nos acompañe y guíe en el camino, no fácil, hacia la unidad.

Con estos sentimientos, formulo mi cordial felicitación por las próximas fiestas navideñas y, dándoos de nuevo las gracias por el trabajo que habéis llevado a cabo en esta asamblea, invoco sobre todos y sobre cada uno la bendición de Dios.



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