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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL CONSEJO EJECUTIVO DE LAS UNIONES INTERNACIONALES
DE SUPERIORES Y SUPERIORAS GENERALES


Lunes 18 de febrero de 2008

 

Queridos hermanos y hermanas:

Al final de esta mañana de reflexión común sobre algunos aspectos particularmente actuales e importantes de la vida consagrada en nuestro tiempo, quiero ante todo dar gracias al Señor porque nos ha ofrecido la posibilidad de este encuentro sumamente provechoso para todos. Hemos podido analizar juntos las potencialidades y las expectativas, las esperanzas y las dificultades que encuentran hoy los institutos de vida consagrada.

He escuchado con gran atención e interés vuestros testimonios, vuestras experiencias, y he tomado nota de vuestras peticiones. Todos constatamos que en la sociedad moderna globalizada resulta cada vez más difícil anunciar y testimoniar el Evangelio. Si esto vale para todos los bautizados, con mayor razón es verdad para las personas que Jesús llama a su seguimiento de manera más radical a través de la consagración religiosa. Por desgracia, el proceso de secularización que avanza en la cultura contemporánea afecta también a las comunidades religiosas.

Sin embargo no hay que desalentarse porque, como se ha recordado oportunamente, aunque no pocas nubes se ciernen sobre el horizonte de la vida religiosa, también van surgiendo, más aún, aumentan constantemente las señales de un despertar providencial que suscita motivos de esperanza consoladora. El Espíritu Santo sopla con fuerza por doquier en la Iglesia, suscitando un nuevo compromiso de fidelidad en los institutos históricos, junto a formas nuevas de consagración religiosa en consonancia con las exigencias de los tiempos.

Hoy, como en todas las épocas, no faltan almas generosas dispuestas a dejarlo todo y a todos para abrazar a Cristo y su Evangelio, consagrando a su servicio su existencia dentro de comunidades impregnadas de entusiasmo, generosidad y alegría. Lo que caracteriza a estas nuevas experiencias de vida consagrada es el deseo común, compartido con pronta adhesión, de pobreza evangélica practicada radicalmente, de amor fiel a la Iglesia, de dedicación generosa al prójimo necesitado, prestando atención especial a las pobrezas espirituales más generalizadas en la época contemporánea.

Al igual que mis venerados predecesores, en varias ocasiones yo también he reafirmado que los hombres de hoy experimentan una fuerte atracción religiosa y espiritual, pero sólo están dispuestos a escuchar y a seguir a quienes testimonian con coherencia su adhesión a Cristo. Y es interesante constatar que tienen abundantes vocaciones precisamente aquellos institutos que han conservado o han escogido un estilo de vida con frecuencia muy austero y fiel al Evangelio vivido "sine glossa".

Pienso en tantas comunidades de fieles y en las nuevas experiencias de vida consagrada que vosotros conocéis muy bien; pienso en el trabajo misionero de numerosos grupos y movimientos eclesiales, de los que surgen muchas vocaciones sacerdotales y religiosas; pienso en las muchachas y en los jóvenes que lo dejan todo para entrar en monasterios y conventos de clausura. Es verdad —lo podemos decir con alegría—: también hoy el Señor sigue mandando obreros a su viña y enriqueciendo a su pueblo con muchas y santas vocaciones. Le damos las gracias por esto y le pedimos que al entusiasmo de las decisiones iniciales —muchos jóvenes emprenden la senda de la perfección evangélica y entran en nuevas formas de vida consagrada tras conmovedoras conversiones— le siga el compromiso de la perseverancia en un auténtico camino de perfección ascética y espiritual, en un camino de verdadera santidad.

Por lo que se refiere a las Órdenes y congregaciones con una larga tradición en la Iglesia, como habéis subrayado, se constata que a lo largo de los últimos decenios casi todas —tanto las masculinas como las femeninas— han atravesado una difícil crisis, debida al envejecimiento de sus miembros, a una disminución más o menos acentuada de las vocaciones, y a veces incluso a un "cansancio" espiritual y carismático.

Esta crisis, en ciertos casos, ha sido incluso preocupante. Sin embargo, junto a situaciones difíciles, que conviene mirar con valentía y verdad, se dan también signos de recuperación positiva, sobre todo cuando las comunidades deciden volver a sus orígenes para vivir en mayor consonancia con el espíritu del fundador. En casi todos los recientes capítulos generales de los institutos religiosos, el tema recurrente ha sido precisamente el redescubrimiento del carisma fundacional para encarnarlo y actuarlo de forma nueva en el tiempo presente. Redescubrir el espíritu de los orígenes, profundizar en el conocimiento del fundador o de la fundadora, ha ayudado a dar a los institutos un nuevo y prometedor impulso ascético, apostólico y misionero. De este modo se han revitalizado obras y actividades de siglos; y hay nuevas iniciativas de auténtica actuación del carisma de los fundadores. Es necesario seguir avanzando por este camino, orando al Señor para que lleve a pleno cumplimiento la obra que él mismo ha comenzado.

Al entrar en el tercer milenio, mi venerado predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II invitó a toda la comunidad eclesial a "recomenzar desde Cristo" (cf. carta apostólica Novo millennio ineunte, 29 ss). ¡Sí! También los institutos de vida consagrada, si quieren mantener o recobrar su vitalidad y eficacia apostólica, tienen que "recomenzar desde Cristo" continuamente. Él es la roca firme sobre la que debéis construir vuestras comunidades y cada uno de vuestros proyectos de renovación comunitaria y apostólica.

Queridos hermanos y hermanas, gracias de corazón por la atención que prestáis al cumplimiento de vuestro comprometedor servicio de guía de vuestras familias religiosas. El Papa está junto a vosotros, os alienta y asegura a cada una de vuestras comunidades un recuerdo diario en la oración.

Al terminar este encuentro, quiero saludar con afecto una vez más al cardenal secretario de Estado y al cardenal Franc Rodé, así como a cada uno de vosotros. Asimismo, os pido que saludéis a todos vuestros hermanos y hermanas en religión, en particular a los ancianos que han servido durante mucho tiempo a vuestros institutos, a los enfermos que contribuyen a la obra de redención con sus sufrimientos, a los jóvenes que son la esperanza de vuestras diferentes familias religiosas y de la Iglesia. A todos os encomiendo a la maternal protección de María, modelo excelso de vida consagrada, a la vez que os bendigo cordialmente.



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