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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A UN CONGRESO SOBRE LA IDENTIDAD Y LA MISIÓN DE LAS RADIOS CATÓLICAS


Sala clementina
Viernes 20 de junio de 2008

 

Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
ilustres señores y amables señoras:

Me alegra acogeros en esta casa, que es la casa de Pedro. Con alegría os doy la bienvenida a todos vosotros, directores, redactores y administradores, que representáis a las numerosas radios católicas de todo el mundo, reunidos en Roma por el Consejo pontificio para las comunicaciones sociales para reflexionar sobre la identidad y la misión de las radios católicas hoy. Por medio de vosotros quiero saludar con afecto a vuestros numerosos oyentes de los diferentes países y continentes que diariamente escuchan vuestra voz y, gracias a vuestro servicio informativo, aprenden a conocer mejor a Cristo, a escuchar al Papa y a amar a la Iglesia.

Doy vivamente las gracias al arzobispo Claudio Maria Celli, presidente del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales, por las amables palabras que me ha dirigido. Asimismo, saludo a los secretarios, al subsecretario y a todos los oficiales del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales.

Las muchas y diversas formas de comunicación con las que contamos manifiestan de forma evidente que el hombre, en su estructura antropológica esencial, está hecho para entrar en relación con los demás. Lo hace sobre todo por medio de la palabra. En su sencillez y aparente pobreza, la palabra, insertándose en la gramática común del lenguaje, se pone como instrumento que realiza la capacidad de relación de los hombres. Esta capacidad se funda en la riqueza compartida de una razón creada a imagen y semejanza del Logos eterno de Dios, es decir, del Logos en el que todo es creado libremente y por amor. Nosotros sabemos que ese Logos no ha permanecido ajeno a las vicisitudes humanas, sino que, por amor, se ha comunicado a sí mismo a los hombres —ho Logos sarx egheneto (Jn 1, 14)— y, en el amor revelado por él y donado en Cristo, sigue invitando a los hombres a relacionarse con él y entre sí de una manera nueva.

Al haberse encarnado en el seno de María, el Verbo de Dios ofrece al mundo una relación de intimidad y amistad —"ya no les llamo siervos (...), sino amigos" (Jn 15, 15)—, que se transforma en fuente de novedad para el mundo y se pone en medio de la humanidad como comienzo de una nueva civilización de la verdad y del amor. En efecto, "el Evangelio no es solamente una comunicación de cosas que se pueden saber, sino una comunicación que comporta hechos y cambia la vida" (Spe salvi, 2). Esta autocomunicación de Dios es la que ofrece un nuevo horizonte de esperanza y de verdad a las esperanzas humanas, y de esta esperanza es de donde surge, ya en este mundo, el inicio de un mundo nuevo, de esa vida eterna que ilumina la oscuridad del futuro humano.

Queridos amigos, al trabajar en estaciones de radio católicas estáis al servicio de la Palabra. Las palabras que transmitís cada día son un eco de la Palabra eterna que se hizo carne. Vuestras palabras sólo darán fruto si están al servicio de la Palabra eterna, Jesucristo. En el plan de salvación y en la providencia de Dios, esta Palabra vivió entre nosotros, o como dice san Juan, "puso su morada entre nosotros" (Jn 1, 14), con humildad. La Encarnación tuvo lugar en una aldea distante, lejos del ruido de las ciudades imperiales de la antigüedad. Hoy, aunque utilizáis las tecnologías modernas de la comunicación, las palabras que transmitís son también humildes y a veces os podría parecer que se pierden totalmente en la competencia con otros medios de comunicación ruidosos y más poderosos. Pero no os desalentéis. Estáis sembrando la Palabra "a tiempo y a destiempo" (2 Tm 4, 2), cumpliendo de este modo el mandato de Jesús de anunciar el Evangelio a todas las naciones (cf. Mt 28, 19).

Las palabras que transmitís llegan a innumerables personas. Algunas de ellas están solas y reciben vuestra palabra como un don consolador; otras tienen curiosidad y se interesan por lo que escuchan; otras nunca van a la iglesia, porque pertenecen a otras religiones o no pertenecen a ninguna; otras nunca han escuchado el nombre de Jesucristo, pero gracias a vuestro servicio escuchan por primera vez las palabras de salvación. Esta labor de siembra paciente, realizada día tras día, hora tras hora, constituye la manera como cooperáis en la misión apostólica.

Si las múltiples formas y tipos de comunicación pueden ser un don de Dios al servicio del desarrollo de la persona humana y de toda la humanidad, la radio, con la que realizáis vuestro apostolado, propone una cercanía y una escucha de la palabra y de la música, para informar y entretener, para anunciar y denunciar, pero siempre en el respeto de la realidad y en una clara perspectiva de educación en la verdad y la esperanza. En efecto, Jesucristo nos da la Verdad sobre el hombre y la verdad para el hombre, y a partir de esta verdad, una esperanza para el presente y para el futuro de las personas y del mundo.

Desde esta perspectiva, el Papa os alienta en vuestra misión y os felicita por el trabajo realizado. Pero como subrayó la Redemptoris missio, "no basta usar los medios de comunicación social para difundir el mensaje cristiano y el magisterio auténtico de la Iglesia, sino que conviene integrar el mensaje mismo en la "nueva cultura" creada por la comunicación moderna" (n. 37).

Por este vínculo con la palabra, la radio participa en la misión de la Iglesia y en su visibilidad, pero al mismo tiempo genera una nueva manera de vivir, de ser y de hacer Iglesia; implica desafíos eclesiológicos y pastorales. Es importante hacer atractiva la palabra de Dios, dándole cuerpo a través de vuestras producciones y emisiones, para tocar el corazón de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, y para participar en la transformación de la vida de nuestros contemporáneos.

Queridos hermanos y hermanas en Cristo: ¡qué perspectivas tan entusiasmantes se abren ante vuestro compromiso y vuestro trabajo! Vuestras redes pueden representar, ya desde ahora, un eco pequeño pero concreto en el mundo de la red de amistad que la presencia de Cristo resucitado, Dios con nosotros, inauguró entre el cielo y la tierra, y entre los hombres de todos los continentes y de todas las épocas. Así, vuestro trabajo se insertará plenamente en la misión de la Iglesia, a la que os invito a amar profundamente. Ayudando al corazón de cada hombre a abrirse a Cristo, ayudaréis al mundo a abrirse a la esperanza y a la civilización de la verdad y el amor, que es el fruto más elocuente de su presencia entre nosotros. Imparto a todos mi bendición.



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