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PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
DURANTE EL ENCUENTRO CON EL PATRIARCA BARTOLOMÉ I


Sábado 28 de junio de 2008

 

Santidad

Con profunda y sincera alegría lo saludo a usted y al distinguido séquito que lo acompaña; y me complace hacerlo con unas palabras tomadas de la segunda carta de san Pedro "A los que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo les ha cabido en suerte una fe tan preciosa como la nuestra. A vosotros, gracia y paz abundantes por el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesucristo" (2 P 1, 1-2).

La celebración de san Pedro y san Pablo, patronos de la Iglesia de Roma, al igual que la de san Andrés, patrono de la Iglesia de Constantinopla, nos brindan cada año la posibilidad de un intercambio de visitas, que siempre son ocasiones importantes para conversaciones fraternas y momentos comunes de oración. Así aumenta el conocimiento personal recíproco; se armonizan las iniciativas y aumenta la esperanza, que nos anima a todos, de poder llegar pronto a la unidad plena, para obedecer el mandato del Señor.

Este año, aquí en Roma, a la fiesta de nuestro patrono se une la feliz circunstancia de la inauguración del Año paulino, que convoqué para conmemorar el segundo milenario del nacimiento de san Pablo, con el fin de promover una reflexión cada vez más profunda sobre la herencia teológica y espiritual que dejó a la Iglesia el Apóstol de los gentiles, con su amplia y profunda obra de evangelización.

Me ha complacido saber que también Vuestra Santidad ha convocado un Año paulino. Esta feliz coincidencia pone de manifiesto las raíces de nuestra vocación cristiana común y la significativa sintonía de sentimientos y compromisos pastorales que estamos viviendo. Por eso, doy gracias a nuestro Señor Jesucristo, que con la fuerza de su Espíritu guía nuestros pasos hacia la unidad.

San Pablo nos recuerda que la comunión plena entre todos los cristianos tiene su fundamento en "un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo" (Ef 4, 5). Por tanto, ojalá que la fe común, el único bautismo para el perdón de los pecados y la obediencia al único Señor y Salvador se manifiesten plenamente en la dimensión comunitaria y eclesial. "Un solo Cuerpo y un solo Espíritu", afirma el Apóstol de los gentiles, y añade "como una es la esperanza a la que habéis sido llamados" (Ef 4, 4).

Además, san Pablo nos indica un camino seguro para mantener la unidad y, en caso de división, para restablecerla. El decreto sobre el ecumenismo del concilio Vaticano II retomó la indicación paulina y la volvió a proponer en el contexto del compromiso ecuménico, haciendo referencia a las palabras densas y siempre actuales de la carta a los Efesios "Os exhorto, pues, yo, preso por el Señor, a que viváis de una manera digna de la vocación con que habéis sido llamados, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, soportándoos unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" (Ef 4, 1-3).

A los cristianos de Corinto, en medio de los cuales habían surgido disensiones, san Pablo no teme instarles encarecidamente a que tengan un mismo hablar, a que desaparezcan entre ellos las divisiones y cultiven una perfecta unión de pensamientos y sentimientos (cf. 1 Co 1, 10). En nuestro mundo, en el que se va consolidando el fenómeno de la globalización, pero a pesar de ello siguen existiendo las divisiones y los conflictos, el hombre siente cada vez mayor necesidad de certezas y de paz.

Al mismo tiempo, sin embargo, queda extraviado y casi engañado por cierta cultura hedonista y relativista, que pone en duda la existencia misma de la verdad. Al respecto, las indicaciones del Apóstol son muy oportunas para impulsar los esfuerzos encaminados a la búsqueda de la unidad plena entre los cristianos, tan necesaria para dar a los hombres del tercer milenio un testimonio cada vez más luminoso de Cristo, camino, verdad y vida. Sólo en Cristo y en su Evangelio puede encontrar la humanidad una respuesta a sus expectativas más íntimas.

Ojalá que el Año paulino, que comenzará solemnemente esta tarde, ayude al pueblo cristiano a renovar el compromiso ecuménico, y se intensifiquen las iniciativas comunes en el camino hacia la comunión entre todos los discípulos de Cristo. Ciertamente, vuestra presencia aquí, hoy, es un signo alentador de ese camino. Por ello, os manifiesto una vez más a todos mi alegría, mientras juntos elevamos al Señor nuestra oración de gratitud.



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