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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE GUATEMALA
EN VISITA "AD LIMINA"

Jueves 6 de marzo de 2008

 

Señor Cardenal,
queridos hermanos en el Episcopado:

Es para mí un motivo de alegría recibiros esta mañana con ocasión de la visita ad limina con la que renováis los vínculos de comunión de vuestras Iglesias particulares con el Obispo de Roma. Agradezco las palabras que, en vuestro nombre, me ha dirigido Mons. Pablo Vizcaíno Prado, Obispo de Suchitepéquez-Retalhuleu y Presidente de la Conferencia Episcopal, y os saludo a todos con afecto, rogando que transmitáis mi estima al querido pueblo guatemalteco. Los encuentros que he mantenido con cada uno de vosotros me han acercado a la vida cotidiana y a las aspiraciones de vuestros compatriotas, así como al solícito trabajo pastoral que estáis llevando a cabo en vuestra Nación.

Lleváis en vuestro corazón de Pastores la preocupación ante el aumento de la violencia y la pobreza que afecta a grandes sectores de la población, provocando una fuerte emigración a otros Países, con graves secuelas en el ámbito personal y familiar. Es una situación que invita a renovar vuestros esfuerzos para mostrar a todos el rostro misericordioso del Señor, del que la Iglesia está llamada a ser imagen, acompañando y sirviendo con generosidad y entrega especialmente a los que sufren y a los más desamparados. En efecto, la caridad y asistencia a los hermanos necesitados «pertenece a la naturaleza de la Iglesia y es manifestación irrenunciable de su propia esencia» (cf. Deus caritas est, 25, a).

Dios ha bendecido al pueblo guatemalteco con un profundo sentimiento religioso, rico de expresiones populares, que han de madurar en comunidades cristianas sólidas, celebrando con gozo su fe como miembros vivos del Cuerpo de Cristo (cf. 1Co 12, 27) y fieles al fundamento de los Apóstoles. Sabéis muy bien que la firmeza de la fe y la participación en los sacramentos hacen fuertes a vuestros fieles ante el riesgo de las sectas o de grupos pretendidamente carismáticos, que crean desorientación y llegan a poner en peligro la comunión eclesial.

La tradición de vuestras culturas encuentra en la familia, célula fundamental de la sociedad, el núcleo básico de la existencia y de la transmisión de la fe y los valores, pero que hoy se enfrenta a serios retos pastorales y humanos. Por eso la Iglesia se dedica siempre con una atención particular a formar sólidamente a quienes se preparan para contraer matrimonio, infundiendo constantemente fe y esperanza en los hogares y velando para que, con las ayudas necesarias, puedan cumplir con sus responsabilidades.

En vuestro ministerio contáis con la colaboración inestimable de los sacerdotes, que han de ver en su Obispo un verdadero padre y maestro, muy cercano a ellos, en el que encuentren ayuda en sus necesidades espirituales y materiales, así como el consejo apropiado en los momentos de dificultad. Necesitan siempre aliento para perseverar en el camino de la auténtica santidad sacerdotal, siendo verdaderos hombres de oración (cf. Novo millennio ineunte, 32), y también medios adecuados para ampliar su formación humana y teológica que les permita asumir tareas particularmente delicadas, como las de profesores, formadores o directores espirituales en vuestros Seminarios. Ellos, con su ejemplo y celo pastoral, han de ser un llamado viviente a los jóvenes y menos jóvenes a entregarse enteramente al Señor, colaborando con la gracia divina para que el Señor «mande trabajadores a su mies» (Mt 9,38).

El II Congreso Misionero Americano celebrado en Guatemala en 2003 ha supuesto un reto para llevar a las diócesis y vicariatos una vivencia más intensa del compromiso misionero, incluyéndolo en el nuevo plan global de la Conferencia Episcopal. Ahora, a la luz también de las conclusiones de la V Conferencia del Episcopado de América Latina y del Caribe, en Aparecida, han de fortalecer vuestra identidad e impulsaros a llevar a cabo los compromisos evangelizadores que allí habéis adquirido. Por ello, tal y como lo hizo mi venerado predecesor Juan Pablo II en su primera visita a vuestro País, os aliento a continuar con espíritu renovado la misión evangelizadora de la Iglesia en el contexto de los cambios culturales actuales y de la globalización, dando nuevo vigor a la predicación y la catequesis, proclamando a Jesucristo, el Hijo de Dios, como fundamento y razón de ser de todo creyente. La evangelización de las culturas es una tarea prioritaria para que la Palabra de Dios se haga accesible a todos y, acogida en la mente y en el corazón, sea luz que las ilumine y agua que las purifique con el mensaje del Evangelio que trae la salvación para todo el género humano.

Al concluir este encuentro, deseo alentaros a continuar guiando al Pueblo de Dios que tenéis confiado. Que, con vuestra palabra y ejemplo, la Iglesia siga brillando como fuente de esperanza para todos. Llevad mi saludo afectuoso y mi bendición a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y demás fieles, especialmente a los que colaboran con mayor dedicación en la obra de la evangelización. Invoco sobre ellos y sobre vosotros la maternal protección de Nuestra Señora del Rosario, Patrona de Guatemala, y os imparto de corazón la Bendición Apostólica.



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