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DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A UNA DELEGACIÓN DEL COMITÉ JUDÍO INTERNACIONAL
PARA LAS CONSULTAS INTERRELIGIOSAS


Jueves 30 de octubre de 2008

 

Queridos amigos:

Me alegra dar la bienvenida a esta delegación del Comité judío internacional para las consultas interreligiosas. Desde hace más de treinta años, vuestro Comité y la Santa Sede mantienen contactos regulares y fructíferos, que han contribuido a un entendimiento y aceptación mayores entre católicos y judíos. Aprovecho de buen grado esta ocasión para reafirmar el compromiso de la Iglesia de llevar a la práctica los principios expuestos en la histórica declaración Nostra aetate del concilio Vaticano II. Esta Declaración, que condenó firmemente toda forma de antisemitismo, ha constituido tanto un hito en la larga historia de las relaciones entre católicos y judíos, como una invitación a una renovada comprensión teológica de las relaciones entre la Iglesia y el pueblo judío.

Hoy los cristianos son cada vez más conscientes del patrimonio espiritual que comparten con el pueblo de la Torá, el pueblo elegido por Dios en su misericordia inefable, un patrimonio que impulsa a un aprecio, respeto y amor mutuo mayor (cf. Nostra aetate, 4). También a los judíos se les exhorta a descubrir lo que tienen en común con todos los que creen en el Señor, el Dios de Israel, quien se reveló primero a sí mismo a través de su Palabra poderosa y que da la vida. Como nos recuerda el salmista, la Palabra de Dios es lámpara para nuestros pasos, luz en nuestro sendero; nos mantiene vivos y nos da nueva vida (cf. Sal 119, 105). Esta Palabra nos impulsa a dar un testimonio común del amor, de la misericordia y de la verdad de Dios. Este es un servicio vital en nuestro tiempo, amenazado por la pérdida de los valores morales y espirituales que garantizan la dignidad humana, la solidaridad, la justicia y la paz.

En nuestro atormentado mundo, marcado con tanta frecuencia por la pobreza, la violencia y la explotación, el diálogo entre las culturas y las religiones debe considerarse cada vez más como un deber sagrado que incumbe a todos aquellos que están comprometidos en la construcción de un mundo digno del hombre. La capacidad de aceptarnos y respetarnos unos a otros, y de decir la verdad con amor, es esencial para superar diferencias, prevenir incomprensiones y evitar enfrentamientos inútiles. Como vosotros mismos habéis experimentado a lo largo de los años en los encuentros del Comité internacional de unión, el diálogo sólo es serio y honrado cuando respeta las diferencias y reconoce a los otros en su alteridad. Un diálogo sincero necesita tanto apertura como un fuerte sentido de identidad por ambas partes, a fin de enriquecerse mutuamente con los dones del otro.

En los meses pasados, tuve el placer de encontrarme con comunidades judías en Nueva York, en París y aquí en el Vaticano. Doy gracias al Señor por estos encuentros y por el progreso de las relaciones entre católicos y judíos que reflejan. Con este espíritu, por tanto, os animo a perseverar en vuestra importante labor con paciencia y con renovado empeño. Os expreso mis mejores deseos y mi oración por el encuentro que vuestro Comité prepara para el mes próximo en Budapest con una delegación de la Comisión de la Santa Sede para las relaciones religiosas con los judíos, a fin de tratar sobre el tema: "La religión y la sociedad civil hoy".

Con estos sentimientos, queridos amigos, pido al Todopoderoso que continúe velando sobre vosotros y vuestras familias, y que guíe vuestros pasos por el sendero de la paz.



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