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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS NUEVOS OBISPOS DE LOS PAÍSES DE MISIÓN
QUE PARTICIPAN EN UN SEMINARIO DE ACTUALIZACIÓN


Sala de los Suizos del palacio pontificio de Castelgandolfo
Sábado 20 de septiembre de 2008

 

Amadísimos hermanos en el episcopado:

Os acojo con alegría, con ocasión del seminario de actualización organizado por la Congregación para la evangelización de los pueblos. Agradezco vivamente el saludo fraterno que me ha dirigido el prefecto, señor cardenal Ivan Dias, en nombre de todos vosotros. El seminario en el que participáis tiene lugar durante el Año paulino, que estamos celebrando en toda la Iglesia con el fin de profundizar el conocimiento del espíritu misionero y de la personalidad carismática de san Pablo, considerado por todos como el gran Apóstol de los gentiles.

Estoy seguro de que el espíritu de este "maestro de los gentiles en la fe y en la verdad" (1Tm 2,7; cf. 2Tm 1,11) se ha hecho presente en vuestra oración, en vuestras reflexiones y en vuestro intercambio de experiencias, y no dejará de iluminar y enriquecer vuestro ministerio pastoral y episcopal. En la homilía para la inauguración del Año paulino, comentando la expresión "maestro de los gentiles", hice notar cómo estas palabras se abren al futuro, proyectando el corazón del Apóstol hacia todos los pueblos y hacia todas las generaciones. San Pablo no es para nosotros simplemente una figura del pasado, que recordamos con veneración. Es también nuestro maestro, es el apóstol y el heraldo de Jesucristo también para nosotros. Sí, es nuestro maestro y de él debemos aprender a mirar con simpatía a los pueblos a los que somos enviados. De él debemos aprender también a buscar en Cristo la luz y la gracia para anunciar hoy la buena nueva; debemos seguir su ejemplo para recorrer incansablemente los senderos humanos y geográficos del mundo actual, llevando a Cristo a los que ya le han abierto el corazón y a los que aún no lo han conocido.

En muchos aspectos vuestra vida de pastores se asemeja a la del apóstol san Pablo. A menudo el campo de vuestro trabajo pastoral es muy vasto y sumamente difícil y complejo. Desde el punto de vista geográfico, vuestras diócesis, en su mayor parte, son muy extensas y con frecuencia carecen de caminos y de medios de comunicación. Esto dificulta llegar a los fieles más alejados del centro de vuestras comunidades diocesanas. Además, en vuestras sociedades, como en otras partes, se abate cada vez con mayor violencia el viento de la descristianización, del indiferentismo religioso, de la secularización y de la relativización de los valores. Esto crea un ambiente ante el cual las armas de la predicación pueden parecer, como en el caso de Pablo en Atenas, carentes de la fuerza necesaria. En muchas regiones, los católicos son una minoría, a veces incluso escasa. Esto os compromete a confrontaros con otras religiones mucho más fuertes y no siempre acogedoras con respecto a vosotros. Por último, no faltan situaciones en las que, como pastores, debéis defender a vuestros fieles ante la persecución y ataques violentos.

No tengáis miedo y no os desaniméis por todos estos inconvenientes, a veces incluso serios; al contrario, seguid los consejos y las sugerencias de san Pablo, que tuvo que sufrir mucho por esas mismas causas, como vemos en su segunda carta a los Corintios. Al recorrer los mares y las tierras, sufrió persecuciones, azotes e incluso la lapidación; afrontó los peligros de los viajes, el hambre, la sed, ayunos frecuentes, frío y desnudez; trabajó incansablemente viviendo a fondo la preocupación por todas las Iglesias (cf. 2 Co 11, 24 ss). No huía de las dificultades y los sufrimientos, porque era muy consciente de que forman parte de la cruz que, como cristianos, es necesario llevar cada día. Comprendió a fondo la condición a la que la llamada de Cristo expone al discípulo: "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame" (Mt 16, 24). Por este motivo, recomendaba a su hijo espiritual y discípulo Timoteo: "Soporta conmigo los sufrimientos por el Evangelio" (2 Tm 1, 8), indicando de este modo que la evangelización y su éxito pasan por la cruz y el sufrimiento. San Pablo nos dice a cada uno: "Sufre también tú conmigo por el Evangelio". El sufrimiento une a Cristo y a los hermanos, y expresa la plenitud del amor, cuya fuente y prueba suprema es la misma cruz de Cristo.

San Pablo llegó a esta convicción tras la experiencia de las persecuciones que tuvo que afrontar al anunciar el Evangelio; pero por este camino descubrió la riqueza del amor de Cristo y la verdad de su misión de Apóstol. En la homilía de la inauguración del Año paulino dije a este propósito: "La verdad que había experimentado en el encuentro con el Resucitado bien merecía la lucha, la persecución y el sufrimiento. Pero lo que lo motivaba en lo más profundo era el hecho de ser amado por Jesucristo y el deseo de transmitir a los demás este amor" (28 de junio de 2008: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 4 de julio de 2008, p.5). Sí, san Pablo fue un hombre "conquistado" (Flp 3, 12) por el amor de Cristo, y todo su obrar y sufrir sólo se explican a partir de este centro.

Amadísimos hermanos en el episcopado, estáis en el inicio de vuestro ministerio episcopal. No dudéis en recurrir a este poderoso maestro de la evangelización, aprendiendo de él a amar a Cristo, a sacrificaros al servicio de los demás, a identificaros con los pueblos en medio de los cuales estáis llamados a anunciar el Evangelio, a proclamar y testimoniar su presencia de Resucitado. Para aprender estas lecciones es indispensable invocar con insistencia la ayuda de la gracia de Cristo. San Pablo con frecuencia hace referencia a esta gracia en sus cartas. Vosotros, que como sucesores de los Apóstoles sois continuadores de la misión de san Pablo de llevar el Evangelio a los gentiles, inspiraos en él para comprender vuestra vocación en estrecha dependencia de la luz del Espíritu de Cristo. Él os guiará por los caminos a menudo arduos, pero siempre apasionantes, de la nueva evangelización. Os acompaño en vuestra misión pastoral con mi oración y con una afectuosa bendición apostólica, que os imparto a cada uno de vosotros y a todos los fieles de vuestras comunidades cristianas.



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