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PALABRAS DEL PAPA BENEDICTO XVI
AL FINAL DE UN CONCIERTO CON OCASIÓN DEL 80º ANIVERSARIO
DEL ESTADO DE LA CIUDAD DEL VATICANO


Sala Pablo VI
Jueves 12 de febrero de 2009

 

Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amables señores y señoras:

Al final de esta hermosa velada, me alegra dirigiros un cordial saludo a todos vosotros, que habéis participado en el concierto organizado con ocasión del 80° aniversario de la fundación del Estado de la Ciudad del Vaticano. Saludo a las autoridades religiosas, civiles y militares; a las ilustres personalidades, y en particular a los prelados de la Curia romana y los colaboradores de las diversas oficinas de la Gobernación del Vaticano, que han venido para recordar, también con esta iniciativa, un aniversario tan significativo.

Deseo manifestar mi profunda gratitud sobre todo al señor cardenal Giovanni Lajolo, presidente de la Comisión pontificia para el Estado de la Ciudad del Vaticano, a quien agradezco también las palabras llenas de afecto y devoción que me ha dirigido al inicio del concierto. Extiendo mi saludo al secretario general, monseñor Renato Boccardo, y a los demás responsables de la Gobernación; y naturalmente expreso mi gratitud a todos los que han cooperado de diversas maneras en la organización y en la realización de este acontecimiento musical.

Con la seguridad de interpretar los sentimientos de todos los presentes, deseo dirigir unas palabras especiales de agradecimiento y aprecio a los componentes de la RTE Concert Orchestra (Orquesta de la Radiotelevisión irlandesa), a los coristas de la Our Lady's Choral Society, de Dublín, al director Proinnsias O Duinn, al director del coro Paul Ward, y a los solistas. Deseo dirigir un saludo particular a la numerosa representación de fieles de Dublín, que han venido para acompañar a la coral de su ciudad.

Nos han ofrecido la ejecución de fragmentos del conocido oratorio Mesías, de Georg Friedrich Händel, capaz de crear un sugestivo clima espiritual gracias a una rica antología de textos sagrados del Antiguo y del Nuevo Testamento, que constituyen como el entramado de toda la partitura musical. De igual modo, la orquesta y el coro han logrado evocar admirablemente la figura del Mesías, de Cristo, a la luz de las profecías mesiánicas del Antiguo Testamento. Así, la riqueza del contrapunto musical y la armonía del canto nos han ayudado a contemplar el intenso y arcano misterio de la fe cristiana. Una vez más se ha puesto de manifiesto que la música y el canto, gracias a su hábil unión con la fe, pueden revestir un elevado valor pedagógico en el ámbito religioso. La música como arte puede ser una manera particularmente adecuada de anunciar a Cristo, porque logra hacer perceptible el misterio con una elocuencia muy suya.

Este concierto, con el que se ha querido conmemorar un aniversario significativo para el Estado de la Ciudad del Vaticano, se inserta en el programa del congreso organizado para esta circunstancia sobre el tema: "Un territorio pequeño para una gran misión". Ciertamente, no es ahora el momento para una disquisición sobre dicho acontecimiento histórico, al que varios expertos están aportando en el congreso la contribución de su competencia desde múltiples perspectivas. Por lo demás, el sábado próximo tendré la oportunidad de encontrarme con los participantes en estas jornadas de estudio y dirigirles mi palabra.

En esta circunstancia también deseo dar las gracias a cuantos han contribuido a solemnizar una celebración tan significativa para la Iglesia católica. Al conmemorar los 80 años de la Civitas Vaticana, se siente la necesidad de rendir homenaje a cuantos han sido y son los protagonistas de estos ocho decenios de historia de una pequeña franja de tierra. En primer lugar, quiero recordar al protagonista principal, mi venerado predecesor Pío XI, el cual, al anunciar la firma de los Pactos lateranenses, y sobre todo la constitución del Estado de la Ciudad del Vaticano, se refirió a san Francisco de Asís. Dijo que la nueva realidad soberana era para la Iglesia, al igual que para el Poverello, "la parte de cuerpo que bastaba para mantener unida el alma" (cf. Discurso del 11 de febrero de 1929).

Pidamos al Señor, que dirige firmemente el destino de la "barca de Pedro" en medio de las vicisitudes no siempre tranquilas de la historia, que siga velando sobre este pequeño Estado. Pidámosle, sobre todo, que asista con la fuerza de su Espíritu a aquel que gobierna el timón de la barca, al Sucesor de Pedro, para que pueda cumplir con fidelidad y eficacia su ministerio como fundamento de la unidad de la Iglesia católica, que tiene en el Vaticano su centro visible y se extiende hasta los confines del mundo. Encomiendo esta oración a la intercesión de María, Virgen Inmaculada y Madre de la Iglesia, y, a la vez que renuevo en nombre de los presentes un agradecimiento cordial a quienes idearon esta velada, a los miembros de la orquesta y a los cantores, en especial a los solistas, aseguro a cada uno un recuerdo en la oración y sobre todos invoco la bendición de Dios.



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