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PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL FINAL DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES DE LA CURIA ROMANA


Sábado 7 de marzo de 2009

 

Eminencia;
queridos y venerados hermanos:

Una de las gratas funciones del Papa es decir "gracias". En este momento quiero darle las gracias, en nombre de todos nosotros y de todos vosotros, a usted, eminencia, por estas meditaciones que nos ha dado. Nos ha dirigido, iluminado, ayudado a renovar nuestro sacerdocio. No ha hecho una acrobacia teológica. No nos ha ofrecido acrobacias teológicas, sino que nos ha dado una doctrina sana, el pan bueno de nuestra fe.

Al escuchar sus palabras, me vino a la mente una profecía del profeta Ezequiel interpretada por san Agustín. En el libro de Ezequiel, el Señor, el Dios pastor, dice al pueblo: "Pastorearé a mis ovejas por los montes de Israel (...). Las apacentaré en buenos pastos" (cf. Ez 34, 13-14). Y san Agustín se pregunta dónde se encuentran esos montes de Israel y cuáles son esos buenos pastos, y dice: los montes de Israel, los buenos pastos son la Sagrada Escritura, la Palabra de Dios que nos proporciona el verdadero alimento.

Su predicación ha estado impregnada de Sagrada Escritura, con una gran familiaridad con la Palabra de Dios leída en el contexto de la Iglesia viva, desde los santos Padres hasta el Catecismo de la Iglesia católica, siempre contextualizada en la lectura, en la liturgia. Precisamente así la Escritura ha estado presente con su plena actualidad. Su teología, como nos ha dicho, no ha sido una teología abstracta, sino marcada por un sano realismo.

He admirado y me ha agradado esta experiencia concreta de sus cincuenta años de sacerdocio, de los que ha hablado y a la luz de los cuales nos ha ayudado a concretar nuestra fe. Nos ha dirigido palabras apropiadas, concretas, para nuestra vida, para nuestro comportamiento como sacerdotes. Y espero que muchos lean también estas palabras y las aprecien.

Al inicio comenzó con el hermoso relato, siempre fascinante, de los primeros discípulos que siguieron a Jesús. Todavía un poco inciertos y tímidos preguntan: "Maestro, ¿dónde vives?". Y la respuesta, que usted nos ha interpretado, es: "Venid y lo veréis" (Jn 1, 38-39). Para ver debemos ir, debemos caminar y seguir a Jesús, que siempre nos precede. Sólo caminando y siguiendo a Jesús podemos también ver. Usted nos ha mostrado dónde vive Jesús, dónde tiene su morada: en la Iglesia, en su Palabra, en la santísima Eucaristía.

Gracias, eminencia, por habernos dirigido. Con nuevo impulso y con nueva alegría emprendemos el camino hacia la Pascua. A todos os deseo una buena Cuaresma y una feliz Pascua.



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