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DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS OBISPOS DE LAS REGIONES NORDESTE 1 Y 4
DE BRASIL EN VISITA «AD LIMINA»


Viernes 25 de septiembre de 2009

 

Queridos hermanos en el episcopado:

¡Sed bienvenidos! Con gran satisfacción os acojo en esta casa y de todo corazón deseo que vuestra visita ad limina os proporcione el consuelo y el aliento que esperáis. Os agradezco el amable saludo que me acabáis de dirigir por medio de monseñor José Antônio Aparecido Tosi Marques, arzobispo de Fortaleza, testimoniando los sentimientos de afecto y comunión que unen a vuestras Iglesias particulares a la Sede de Roma y la determinación con que habéis abrazado el urgente compromiso de la misión para volver a encender la luz y la gracia de Cristo en las sendas de la vida de vuestro pueblo.

Hoy deseo hablaros de la primera de esas sendas: la familia fundada en el matrimonio, como "alianza conyugal en la que el hombre y la mujer se entregan y aceptan mutuamente" (cf. Gaudium et spes, 48). La familia, institución natural confirmada por la ley divina, está ordenada al bien de los cónyuges y a la procreación y educación de la prole, que constituye su corona (cf. ib.). Hay fuerzas y voces en la sociedad actual que, poniendo en tela de juicio todo ello, parecen decididas a demoler la cuna natural de la vida humana. Vuestros informes y nuestros coloquios individuales han afrontado repetidamente esta situación de asedio a la familia, en la que la vida sale derrotada en numerosas batallas; sin embargo, es alentador percibir que, a pesar de todas las influencias negativas, el pueblo de vuestras regiones nordeste 1 y 4, sostenido por su piedad religiosa característica y por un profundo sentido de solidaridad fraterna, sigue abierto al Evangelio de la vida.

Al ser nosotros conscientes de que solamente de Dios puede provenir la imagen y semejanza propia del ser humano (cf. Gn 1, 27), como sucede en la creación —la generación y la continuación de la creación—, con vosotros y con vuestros fieles, "doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior" (Ef 3, 14-16). Que en cada hogar el padre y la madre, íntimamente robustecidos por la fuerza del Espíritu Santo, unidos sigan siendo la bendición de Dios en la propia familia, buscando la eternidad de su amor en las fuentes de la gracia confiadas a la Iglesia, que es "el pueblo unido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (Lumen gentium, 4).

Con todo, mientras la Iglesia compara la familia humana con la vida de la Santísima Trinidad —primera unidad de vida en la pluralidad de las personas— y no se cansa de enseñar que la familia tiene su fundamento en el matrimonio y en el plan de Dios, la conciencia generalizada en el mundo secularizado vive en la incertidumbre más profunda a ese respecto, especialmente desde que las sociedades occidentales legalizaron el divorcio. El único fundamento reconocido parece ser el sentimiento o la subjetividad individual que se expresa en la voluntad de convivir. En esta situación disminuye el número de matrimonios, porque nadie compromete su vida sobre una premisa tan frágil e inconstante, crecen las uniones de hecho y aumentan los divorcios. Con esta fragilidad se consuma el drama de muchos niños privados del apoyo de los padres, víctimas del malestar y del abandono, y se difunde el desorden social.

La Iglesia no puede permanecer indiferente ante la separación de los cónyuges y el divorcio, ante la ruina de los hogares y las consecuencias que el divorcio provoca en los hijos. Estos, para ser instruidos y educados, necesitan puntos de referencia muy precisos y concretos, es decir, padres determinados y ciertos que, de modo diverso, contribuyen a su educación. Ahora bien, este es el principio que la práctica del divorcio está minando y poniendo en peligro con la así llamada familia alargada o móvil, que multiplica los "padres" y las "madres" y hace que hoy la mayoría de los que se sienten "huérfanos" no sean hijos sin padres, sino hijos que los tienen en exceso. Esta situación, con las inevitables interferencias y el cruce de relaciones, no puede menos de generar conflictos y confusiones internas, contribuyendo a crear y grabar en los hijos un tipo de familia alterado, asimilable de algún modo a la propia convivencia a causa de su precariedad.

La Iglesia está firmemente convencida de que los problemas actuales que encuentran los cónyuges y debilitan su unión tienen su verdadera solución en un regreso a la solidez de la familia cristiana, ámbito de confianza mutua, de entrega recíproca, de respeto de la libertad y de educación para la vida social. Es importante recordar que "el amor de los esposos exige, por su misma naturaleza, la unidad y la indisolubilidad de la comunidad de personas que abarca la vida entera de los esposos" (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1644). De hecho, Jesús dijo claramente: "Lo que Dios unió, no lo separe el hombre" (Mc 10, 9) y añadió: "Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquella; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio" (Mc 10, 11-12). Con toda la comprensión que la Iglesia puede sentir ante tales situaciones, no existen casados de segunda unión, como los hay de primera; esa es una situación irregular y peligrosa, que es necesario resolver con fidelidad a Cristo, encontrando con la ayuda de un sacerdote un camino posible para poner a salvo a cuantos están implicados en ella.

Para ayudar a las familias, os exhorto a proponerles con convicción las virtudes de la Sagrada Familia: la oración, piedra angular de todo hogar fiel a su identidad y a su misión; la laboriosidad, eje de todo matrimonio maduro y responsable; y el silencio, fundamento de toda actividad libre y eficaz. De este modo, animo a vuestros sacerdotes y a los centros pastorales de vuestras diócesis a acompañar a las familias para que no se vean engañadas y seducidas por ciertos estilos de vida relativistas, que promueven las producciones cinematográficas y televisivas y otros medios de información. Confío en el testimonio de los hogares que toman sus energías del sacramento del matrimonio; con ellas es posible superar la prueba que se presenta, saber perdonar una ofensa, acoger a un hijo que sufre, iluminar la vida del otro, aunque sea débil o discapacitado, mediante la belleza del amor. El tejido de la sociedad se ha de restablecer a partir de estas familias.

Estos son, queridos hermanos, algunos pensamientos que os dejo al concluir vuestra visita ad limina, llena de noticias consoladoras, pero también de temor por la fisonomía que en el futuro pueda adquirir vuestra amada nación. Trabajad con inteligencia y con celo; no escatiméis esfuerzos en la preparación de comunidades activas y conscientes de su fe. En ellas se consolidará la fisonomía de la población del nordeste según el ejemplo de la Sagrada Familia de Nazaret. Estos son mis deseos, que confirmo con la bendición apostólica que os imparto a todos vosotros, extendiéndola a las familias cristianas, a las distintas comunidades eclesiales con sus pastores, y a todos los fieles de vuestras amadas diócesis.



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