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CONCIERTO EN HONOR DE BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DE SU ONOMÁSTICO

DISCURSO DEL SANTO PADRE

Sala Clementina
Viernes
19 de marzo de 2010

 

Queridos amigos:

Al término de una escucha tan intensa y espiritualmente profunda, lo mejor sería guardar silencio y prolongar la meditación. Con todo, me alegra dirigiros un saludo y agradeceros a cada uno vuestra presencia en el día de mi fiesta onomástica, de modo particular a cuantos me han ofrecido este gratísimo regalo. Expreso mi cordial agradecimiento al cardenal Tarcisio Bertone, mi secretario de Estado, por las hermosas palabras que me ha dirigido. Saludo con afecto a los demás cardenales, al cardenal decano Sodano, así como a los obispos y prelados presentes. Manifiesto mi gratitud en especial a los músicos, empezando por el maestro José Peris Lacasa, compositor estrechamente vinculado a la Casa Real española. Tiene el mérito de haber elaborado una versión de Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz de Franz Joseph Haydn, que retoma la versión para cuarteto de cuerda y la realizada en forma de oratorio, escritas todas por el propio Haydn. Me congratulo también con el Cuarteto Henschel por la notable ejecución, y con la señora Susanne Kelling, que ha puesto su extraordinaria voz al servicio de las palabras santas del Señor Jesús.

La elección de esta obra ha sido realmente acertada. De hecho, si por una parte su austera belleza es digna de la solemnidad de san José —cuyo nombre llevaba también el insigne compositor—; por otra, su contenido es muy adecuado al tiempo cuaresmal; más aún, nos debe predisponer a vivir el Misterio central de la fe cristiana. Las siete últimas palabras de Cristo en la cruz es, de hecho, uno de los ejemplos más sublimes, en el campo musical, de cómo se pueden unir el arte y la fe. La invención del músico está plenamente inspirada y casi "dirigida" por los textos evangélicos, que culminan en las palabras pronunciadas por Jesús crucificado, antes de exhalar el último suspiro. Pero, más que del texto, el compositor estaba sujeto también a las condiciones precisas exigidas por quienes le encargaron la obra, dictadas para el tipo particular de celebración en el que la música sería ejecutada. Y precisamente a partir de estos condicionamientos tan estrechos el genio creativo pudo manifestarse en toda su excelencia: teniendo que imaginar siete sonatas de carácter dramático y meditativo, Haydn se centra en la intensidad, como escribió él mismo en una carta de la época, donde dice: "Cada sonata, o cada texto, está expresado únicamente con los medios de la música instrumental, de forma tal que suscitará necesariamente la impresión más profunda en el alma del oyente, incluso del menos atento" (Carta a W. Forster, 8 de abril de 1787).

Hay aquí algo parecido a la labor del escultor, que debe modelar constantemente la materia sobre la que trabaja —pensemos en el mármol de la Piedad de Miguel Ángel—, y con todo consigue que esa materia hable, que surja una síntesis singular e irrepetible de pensamiento y de emoción, una expresión artística absolutamente original, pero que, al mismo tiempo, está totalmente al servicio de ese preciso contenido de fe, está como dominada por el acontecimiento que representa, en nuestro caso por las siete palabras y por su contexto.

Aquí se esconde una ley universal de la expresión artística: saber comunicar una belleza, que es también un bien y una verdad, a través de un medio sensible: una pintura, una música, una escultura, un texto escrito, una danza, etc. Bien mirado, es la misma ley que siguió Dios para comunicarse a sí mismo a nosotros y para comunicarnos su amor: se encarnó en nuestra carne humana y realizó la mayor obra de arte de toda la creación: "el único mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús", como escribe san Pablo (1 Tm 2, 5). Cuanto más "dura" es la materia, tanto más estrechos son los vínculos de la expresión y más resalta el genio del artista. Así, en la "dura" cruz Dios pronunció en Cristo la Palabra de amor más bella y más verdadera, que es Jesús en su entrega plena y definitiva: él es la última Palabra de Dios, no en sentido cronológico, sino cualitativo. Es la Palabra universal, absoluta, pero fue pronunciada en ese hombre concreto, en ese tiempo y en ese lugar, en esa "hora", dice el Evangelio de san Juan. Esta vinculación a la historia, a la carne, es signo por excelencia de fidelidad, de un amor tan libre que no tiene miedo de vincularse para siempre, de expresar el infinito en lo finito, el todo en el fragmento. Esta ley, que es la ley del amor, es también la ley del arte en sus expresiones más altas.

Queridos amigos, quizás he ido demasiado lejos con esta reflexión, pero la culpa —o tal vez el mérito— es de Franz Joseph Haydn. Demos gracias al Señor por estos grandes genios artísticos, que han sabido y querido medirse con su Palabra, Jesucristo, y con sus palabras, las Sagradas Escrituras. Renuevo mi agradecimiento a cuantos han ideado y preparado este homenaje: que el Señor recompense abundantemente a cada uno.

(En alemán)

Expreso una vez más mi agradecimiento a todos aquellos que han hecho posible esta velada; en particular, al Cuarteto Henschell y a la mezzosoprano, la señora Susanne Kelling, que con su expresiva exhibición nos ha acercado de forma musical a las palabras del Salvador en la cruz. Muchas gracias.

(En español)

Saludo muy cordialmente al maestro José Peris Lacasa, autor de una lograda reelaboración de las Siete últimas palabras de Cristo en la cruz, de Haydn, y que hoy hemos tenido el gusto de escuchar. Saludo también a los que han venido de España para esta ocasión. Muchas gracias.

A todos os renuevo un cordial saludo con el deseo de que sigáis a Cristo de cerca, como la Virgen María, para vivir en profundidad la Semana santa, y celebrar en verdad la Pascua ya cercana. Con esta intención, os imparto a vosotros y a vuestros seres queridos mi bendición.



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