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AUDIENCIA DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A UNA PEREGRINACIÓN DE LAS DIÓCESIS DE LAS MARCAS
POR EL IV CENTENARIO DE LA MUERTE DEL PADRE MATTEO RICCI

Sala Pablo VI
Sábado
29 de mayo de 2010

 

Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y en sacerdocio;
distinguidas autoridades;
queridos hermanos y hermanas:

Me alegra encontrarme con vosotros para recordar el iv centenario de la muerte del padre jesuita Matteo Ricci. Saludo fraternalmente al obispo de Macerata-Tolentino-Recanati-Cingoli-Treia, monseñor Claudio Giuliodori, que guía esta numerosa peregrinación. Junto a él saludo a los hermanos de la Conferencia episcopal de Las Marcas y a las respectivas diócesis, a las autoridades civiles, militares y académicas; a los sacerdotes, a los seminaristas y a los estudiantes, y también a los pueri cantores. Macerata se siente orgullosa de un ciudadano, un religioso y un sacerdote tan ilustre. Saludo a los miembros de la Compañía de Jesús, de la que formó parte el padre Ricci, en particular al prepósito general, padre Adolfo Nicolás, a sus amigos y colaboradores y a las instituciones educativas vinculadas a ellos. Un saludo también para todos los chinos.

El 11 de mayo de 1610, en Pekín terminaba la vida terrena de este gran misionero, verdadero protagonista del anuncio del Evangelio en China en la era moderna, después de la primera evangelización del arzobispo Giovanni da Montecorvino. Un signo de la gran estima que lo rodeaba en la capital china y en la misma corte imperial es el privilegio extraordinario que se le concedió, impensable para un extranjero, de recibir sepultura en tierra china. Aún hoy se puede venerar su tumba en Pekín, oportunamente restaurada por las autoridades locales. Las múltiples iniciativas promovidas en Europa y en China para honrar al padre Ricci, muestran el vivo interés que su obra sigue suscitando en la Iglesia y en ambientes culturales distintos.

La historia de las misiones católicas comprende figuras de gran talla por el celo y la valentía de llevar a Cristo a tierras nuevas y lejanas, pero el padre Ricci es un caso singular de feliz síntesis entre el anuncio del Evangelio y el diálogo con la cultura del pueblo al que lo anuncia, un ejemplo de equilibrio entre claridad doctrinal y prudente acción pastoral. No sólo el aprendizaje profundo de la lengua, sino también la asunción del estilo de vida y de las costumbres de las clases cultas chinas, fruto del estudio y del ejercicio paciente y clarividente, hicieron que los chinos aceptaran al padre Ricci con respeto y estima, no ya como a un extranjero, sino como al «Maestro del gran Occidente». En el «Museo del milenio» de Pekín sólo se recuerda a dos extranjeros entre los grandes de la historia de China: Marco Polo y el padre Matteo Ricci.

La obra de este misionero presenta dos aspectos que no deben separarse: la inculturación china del anuncio evangélico y la presentación a China de la cultura y de la ciencia occidentales. A menudo los aspectos científicos han despertado mayor interés, pero no hay que olvidar la perspectiva con la cual el padre Ricci entró en relación con el mundo y la cultura chinas: un humanismo que considera a la persona insertada en su contexto, cultiva sus valores morales y espirituales, apreciando todo lo que de positivo se encuentra en la tradición china y ofreciendo enriquecerla con la contribución de la cultura occidental, pero sobre todo con la sabiduría y la verdad de Cristo. El padre Ricci no va a China para llevar la ciencia y la cultura de Occidente, sino para llevarle el Evangelio, para dar a conocer a Dios. Escribe: «Durante más de veinte años cada mañana y cada noche he rezado llorando con la mirada hacia el cielo. Sé que el Señor del cielo tiene piedad de las criaturas vivas y las perdona (…). La verdad sobre el Señor del cielo ya está en el corazón de los hombres. Pero los seres humanos no la comprenden inmediatamente y, además, no están inclinados a reflexionar sobre semejante cuestión» (Il vero significato del «Signore del cielo», Roma 2006, pp. 69-70). Y precisamente mientras lleva el Evangelio, el padre Ricci encuentra en sus interlocutores la petición de una confrontación más amplia, de modo que el encuentro motivado por la fe se convierte también en diálogo entre culturas; un diálogo desinteresado, sin intereses, que no busca poder económico o político, vivido en la amistad, que hace de la obra del padre Ricci y de sus discípulos uno de los puntos más altos y felices en la relación entre China y Occidente. El «Tratado de la amistad» (1595), una de sus primeras y más conocidas obras en chino, es elocuente al respecto. En el pensamiento y en las enseñanzas del padre Ricci ciencia, razón y fe encuentran una síntesis natural: «Quien conoce el cielo y la tierra —escribe en el prólogo a la tercera edición del mapamundi— puede experimentar que quien gobierna el cielo y la tierra es absolutamente bueno, absolutamente grande y absolutamente uno. Los ignorantes rechazan el cielo, pero la ciencia que no se remonta al Emperador del cielo como a la primera causa, no es para nada ciencia».

Sin embargo, la admiración hacia el padre Ricci no debe hacer olvidar el papel y el influjo de sus interlocutores chinos. Las decisiones que tomó no dependían de una estrategia abstracta de inculturación de la fe, sino del conjunto de los acontecimientos, los encuentros y las experiencias que iba haciendo, de modo que lo que pudo realizar fue también gracias al encuentro con los chinos; un encuentro vivido de muchas maneras, pero que se profundizó mediante la relación con algunos amigos y discípulos, especialmente los cuatro célebres convertidos, «pilares de la Iglesia china naciente». El primero y más famoso de estos es Xu Guangqi, nativo de Shanghai, literato y científico, matemático, astrónomo, estudioso de agricultura, que llegó a los más altos grados de la burocracia imperial, hombre íntegro, de gran fe y vida cristiana, dedicado al servicio de su país, y que ocupa un lugar de relieve en la historia de la cultura china. Es él, por ejemplo, quien convence y ayuda al padre Ricci a traducir al chino los «Elementos» de Euclides, obra fundamental de la geometría, o quien obtiene que el emperador confíe a los astrónomos jesuitas la reforma del calendario chino. Asimismo, otro de los estudiosos chinos convertidos al cristianismo —Li Zhizao— ayuda al padre Ricci en la realización de las últimas y más desarrolladas ediciones del mapamundi, que dio a los chinos una nueva imagen del mundo. Describía al padre Ricci con estas palabras: «Creo que es un hombre singular porque vive en el celibato, no busca altos cargos, habla poco, tiene una conducta regulada y esto todos los días, cultiva la virtud en secreto y sirve a Dios continuamente». Por tanto, es justo asociar al padre Matteo Ricci también con sus grandes amigos chinos, que compartieron con él la experiencia de la fe.

Queridos hermanos y hermanas, que el recuerdo de estos hombres de Dios entregados al Evangelio y a la Iglesia, su ejemplo de fidelidad a Cristo, el profundo amor hacia el pueblo chino, el compromiso de inteligencia y de estudio, su vida virtuosa, sean ocasión de oración por la Iglesia en China y por todo el pueblo chino, como hacemos cada año, el 24 de mayo, dirigiéndonos a María santísima, venerada en el célebre santuario de Sheshan en Shanghai; y que sirvan también de estímulo y aliento a vivir con intensidad la fe cristiana, en el diálogo con las distintas culturas, pero en la certeza de que en Cristo se realiza el verdadero humanismo, abierto a Dios, rico en valores morales y espirituales y capaz de responder a los deseos más profundos del alma humana. También yo, como el padre Matteo Ricci, expreso hoy mi profunda estima al noble pueblo chino y a su cultura milenaria, convencido de que un renovado encuentro suyo con el cristianismo aportará frutos abundantes de bien, al igual que entonces favoreció una convivencia pacífica entre los pueblos. Gracias.



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