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PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL FINAL DE LA COMIDA CON LOS PADRES SINODALES


Sábado 23 de octubre de 2010

 

Queridos amigos:

Según una hermosa tradición iniciada por el Papa Juan Pablo II, los Sínodos se concluyen con una comida, un acto convival que se inscribe bien también en el clima de este Sínodo, que habla de la comunión: no sólo ha hablado de ella, sino que nos ha hecho realizar la comunión.

Para mí este es el momento de decir gracias. Gracias al secretario general del Sínodo y a su equipo, que han preparado y están preparando también la prosecución de los trabajos. Gracias a los presidentes delegados; gracias, sobre todo, al relator y al secretario adjunto, que han realizado un trabajo increíble. ¡Gracias! También yo fui una vez relator en el Sínodo sobre la familia y puedo imaginar un poco qué trabajo habéis realizado. Gracias también a todos los padres que han presentado la voz de la Iglesia en Oriente, a los auditores, a los delegados fraternos, a todos.

Comunión y testimonio. En este momento agradecemos al Señor la comunión que nos ha dado y nos da. Hemos visto la riqueza, la diversidad de esta comunión. Siete Iglesias de ritos distintos, que sin embargo forman, junto con todos los demás ritos, la única Iglesia católica. Es hermoso ver esta verdadera catolicidad, que es tan rica en la diversidad, tan rica en posibilidades, en culturas diferentes; y, sin embargo, precisamente así crece la polifonía de una única fe, de una verdadera comunión de los corazones, que sólo el Señor puede dar. Por esta experiencia de comunión damos gracias al Señor, os doy las gracias a todos vosotros. Me parece que este es quizás el don más importante del Sínodo que hemos vivido y realizado: la comunión que nos une a todos y que es también un testimonio en sí misma.

Comunión. La comunión católica, cristiana, es una comunión abierta, dialogal. Así estábamos también en diálogo permanente, interior y exteriormente, con los hermanos ortodoxos, con las demás comunidades eclesiales. Y hemos sentido que precisamente en esto estamos unidos, aunque haya divisiones exteriores: hemos sentido la profunda comunión en el Señor, en el don de su Palabra, de su vida, y esperamos que el Señor nos guíe para avanzar en esta comunión profunda.

Estamos unidos con el Señor y así, podríamos decir, la verdad nos «encuentra». Y esta verdad no cierra, no pone fronteras, sino que abre. Por eso, también estábamos en diálogo franco y abierto con los hermanos musulmanes, con los hermanos judíos, todos juntos responsables por el don de la paz, por la paz precisamente en esa parte de la tierra bendita por el Señor, cuna del cristianismo y asimismo de las otras dos religiones. Queremos seguir por este camino con fuerza, ternura y humildad, y con la valentía de la verdad que es amor y que en el amor se abre.

He dicho que concluimos este Sínodo con la comida. Pero la verdadera conclusión mañana es la convivialidad con el Señor, la celebración de la Eucaristía. La Eucaristía, en realidad, no es una conclusión sino una apertura. El Señor camina con nosotros, está con nosotros; el Señor nos pone en movimiento. Así, en este sentido, estamos en Sínodo, es decir, en un camino que sigue incluso dispersos: estamos en Sínodo, en un camino común. Pidamos al Señor que nos ayude. ¡Y gracias a todos!



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