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VISITA AL MAUSOLEO DE LAS FOSAS ARDEATINAS

PALABRAS DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Fosas Ardeatinas, Roma
Domingo 27 de marzo de 2011

 

Queridos hermanos y hermanas:

De buen grado he aceptado la invitación de la «Asociación nacional entre las familias italianas de los mártires caídos por la libertad de la patria» para peregrinar a este mausoleo, querido por todos los italianos, en particular por el pueblo romano. Saludo al cardenal vicario, al rabino jefe, al presidente de la asociación, al comisario general, al director del mausoleo y, de manera especial, a los familiares de las víctimas, así como a todos los presentes.

«Creo en Dios y en Italia, creo en la resurrección de los mártires y de los héroes, creo en el renacimiento de la patria y en la libertad del pueblo». Estas palabras fueron grabadas en la pared de una celda de tortura, en la calle Tasso, en Roma, durante la ocupación nazi. Son el testamento de una persona desconocida, que estuvo encarcelada en aquella celda, y demuestran que el espíritu humano sigue siendo libre incluso en las condiciones más duras. «Creo en Dios y en Italia»: esta expresión me ha impresionado, además, porque en este año se celebra el 150˚ aniversario de la unidad de Italia, pero sobre todo porque afirma la primacía de la fe, de la que se obtiene la confianza y la esperanza para Italia y para su futuro. Lo que sucedió aquí el 24 de marzo de 1944 es una ofensa gravísima a Dios, porque se trata de la violencia deliberada del hombre contra el hombre. Es el efecto más execrable de la guerra, de toda guerra, mientras que Dios es vida, paz, comunión.

Al igual que mis predecesores, he venido aquí para orar y renovar la memoria. He venido a invocar la Misericordia divina, la única que puede llenar los vacíos, los abismos abiertos por los hombres cuando, arrastrados por la ciega violencia, reniegan de su dignidad de hijos de Dios y hermanos entre sí. Yo también, como Obispo de Roma, ciudad consagrada por la sangre de los mártires del Evangelio del amor, vengo a rendir homenaje a estos hermanos, asesinados a poca distancia de las antiguas catacumbas.

«Creo en Dios y en Italia». En ese testamento grabado en un lugar de violencia y de muerte, el vínculo entre la fe y el amor a la patria aparece en toda su pureza, sin retórica alguna. Quien escribió esas palabras lo hizo sólo por íntima convicción, como último testimonio de la verdad en que creía, que hace regio el espíritu humano incluso en la máxima humillación. Cada hombre está llamado a realizar de este modo su propia dignidad: testimoniando esa verdad que reconoce con su propia conciencia.

Me ha impresionado otro testimonio, que se encontró precisamente aquí, en las Fosas Ardeatinas. Una hoja de papel en la que un caído escribió: «Dios mío, Padre grande, te rogamos que protejas a los judíos de las bárbaras persecuciones. Un padrenuestro, diez avemarías, un Gloria al Padre». En ese momento tan trágico, tan inhumano, en el corazón de esa persona surgió la invocación más elevada: «Dios mío, Padre grande». ¡Padre de todos! Como en los labios de Jesús poco antes de morir en la cruz: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». En ese nombre, «Padre», está la garantía segura de la esperanza; la posibilidad de un futuro diferente, libre del odio y de la venganza, un futuro de libertad y de fraternidad para Roma, para Italia, para Europa, para el mundo. Sí, en todo lugar, en todo continente, sea cual sea el pueblo al que pertenezca, el hombre es hijo del Padre que está en los cielos, es hermano de todos en humanidad. Pero ser hijo y hermano no es algo que se puede dar por descontado. Lo demuestran, por desgracia, también las Fosas Ardeatinas. Hay que quererlo, hay que decir sí al bien y no al mal. Es necesario creer en el Dios del amor y de la vida, y rechazar cualquier otra falsa imagen divina, que traiciona su santo Nombre y traiciona, por consiguiente, al hombre, hecho a su imagen.

Por eso, en este lugar, memorial doloroso del mal más horrendo, la respuesta más verdadera es la de tomarse de la mano, como hermanos, y decir: Padre nuestro, creemos en ti, y con la fuerza de tu amor queremos caminar juntos, en paz, en Roma, en Italia, en Europa, en todo el mundo. Amén.



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