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CONCIERTO OFRECIDO POR EL GEWANDHAUS DE LEIPZIG
CON OCASIÓN DEL 85° CUMPLEAÑOS DEL SANTO PADRE

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI

Sala Pablo VI
Viernes 20 de abril de 2012

 

Señor ministro presidente,
distinguidos huéspedes del Estado libre de Sajonia y de la ciudad de Leipzig,
señores cardenales,
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,
amables señores y señoras:

Con esta espléndida ejecución de la sinfonía n. 2 «Lobgesang», de Felix Mendelssohn-Bartholdy, me habéis hecho un precioso regalo a mí, con ocasión de mi cumpleaños, así como a todos los presentes. En efecto, esta sinfonía es un gran himno de alabanza a Dios, una plegaria con la que hemos alabado y dado gracias al Señor por sus dones. Pero, ante todo, quiero dar las gracias a quienes han hecho posible este momento. En primer lugar, a la Gewandhausorchester, que no tiene necesidad de presentación: se trata de una de las orquestas más antiguas del mundo, con una tradición de excelente calidad de ejecución y una notable fama. Un cordial agradecimiento a los óptimos coros y solistas, pero, de modo del todo especial al maestro Riccardo Chailly por su intensa interpretación. Mi gratitud se extiende al ministro presidente y a los representantes del Estado libre de Sajonia, al alcalde y a la delegación de la ciudad de Leipzig y a las autoridades eclesiásticas, así como a los responsables del Gewandhaus y a todos los que han venido de Alemania.

Mendelssohn, sinfonía «Lobgesang» y Gewandhaus: tres elementos unidos no sólo esta tarde, sino desde los comienzos. En efecto, la gran sinfonía para coro, solistas y orquesta que hemos escuchado fue compuesta por Mendelsshon para celebrar el cuarto centenario de la invención de la imprenta, y fue interpretada por primera vez en la Thomaskirche de Leipzig, la iglesia de Johann Sebastian Bach, el 25 de junio de 1840, precisamente por la orquesta del Gewandhaus. En el estrado estaba Mendelssohn en persona, quien durante años fue director de esta antigua y prestigiosa orquesta.

Esta composición consta de tres movimientos sólo para orquesta, sin solución de continuidad, y también de una especie de cantata con solistas y coro. En una carta a su amigo Karl Klingemann, el propio Mendelssohn explicaba que en esta sinfonía «primero alaban los instrumentos de un modo muy propio de ellos, y después el coro y las voces individuales». El arte como alabanza a Dios, Belleza suprema, está en la base del modo de componer de Mendelssohn, y esto no solo por lo que respecta a la música litúrgica o sacra, sino también a toda su producción. Como refiere Julius Schubring, para él la música sacra como tal no estaba un escalón más arriba que la otra; cada una a su manera debía servir para honrar a Dios. Y el lema que Mendelssohn escribió en la partitura de la sinfonía «Lobgesang», reza así: «Quisiera ver todas las artes, en particular la música, al servicio de Aquel que las ha dado y creado». El mundo ético-religioso de nuestro autor no estaba separado de su concepción del arte; antes bien, era parte integrante de él: «Kunst und Leben sind nicht zweierlei», el arte y la vida no son dos cosas distintas, sino una sola cosa, escribió. Una profunda unidad de vida cuyo elemento unificador es la fe, que caracterizó toda la existencia de Mendelssohn y guió sus decisiones. En sus cartas descubrimos este hilo conductor. A su amigo Schirmer, el 9 de enero de 1841, refiriéndose a su familia, le decía: «Ciertamente, a veces hay preocupaciones y días serios… pero no se puede hacer otra cosa que pedir fervientemente a Dios que nos conserve la salud y la felicidad que nos ha dado»; y el 17 de enero de 1843 escribía a Klingemann: «Todos los días doy gracias a Dios de rodillas por todo el bien que me da». Por tanto, una fe sólida, convencida, alimentada de modo profundo por la Sagrada Escritura, como muestran, entre otros, los dos oratorios «Paulus» y «Elias», y la sinfonía que hemos escuchado, llena de referencias bíblicas, sobre todo de los Salmos y de san Pablo. Me resulta difícil destacar algunos de los intensos momentos que hemos vivido esta tarde; solo quiero recordar el maravilloso dúo entre las sopranos y el coro con las palabras «Ich harrete des Herrn, und er neigte sich zu mir und hörte mein Fleh’n», tomadas del salmo 40: «Yo esperaba al Señor; él se inclinó y escuchó mi grito»; es el canto de quien pone toda su esperanza en Dios y sabe con certeza que no será defraudado.

De nuevo, gracias a la orquesta y al coro del Gewandhaus, al coro del Mitteldeutscher Rundfunk (mdr), a los solistas y al director, así como a las autoridades del Estado libre de Sajonia y de la ciudad de Leipzig por la ejecución de esta «obra luminosa», como la llamó Robert Schumann, que nos ha permitido a todos alabar a Dios; y yo, de modo particular, una vez más he podido dar las gracias a Dios por los años de vida y de ministerio.

Quiero concluir con las palabras que Robert Schumann escribió en la revista Neue Zeitschrift für Musik, después de haber asistido a la primera ejecución de la sinfonía que hemos escuchado, y que quieren ser una invitación sobre la cual reflexionar: «Dejad que nosotros, como reza el texto al que tan espléndidamente puso música el maestro, cada vez más “abandonemos la obras de la oscuridad y empuñemos las armas de la luz”». Gracias a todos y buenas tardes.



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