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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 6 de octubre de 2013

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Ante todo quiero dar gracias a Dios por la jornada que viví anteayer en Asís. Pensad que era la primera vez que visitaba Asís y ha sido un gran don realizar esta peregrinación precisamente en la fiesta de san Francisco. Agradezco al pueblo de Asís la cálida acogida: ¡muchas gracias!

Hoy, el pasaje del Evangelio comienza así: «Los apóstoles le dijeron al Señor: “Auméntanos la fe”» (Lc 17, 5). Me parece que todos nosotros podemos hacer nuestra esta invocación. También nosotros, como los Apóstoles, digamos al Señor Jesús: «Auméntanos la fe». Sí, Señor, nuestra fe es pequeña, nuestra fe es débil, frágil, pero te la ofrecemos así como es, para que Tú la hagas crecer. ¿Os parece bien repetir todos juntos esto: «¡Señor, auméntanos la fe!»? ¿Lo hacemos? Todos: Señor, auméntanos la fe. Señor, auméntanos la fe. Señor, auméntanos la fe. ¡Que la haga crecer!

Y, ¿qué nos responde el Señor? Responde: «Si tuvierais fe como un granito de mostaza, diríais a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar”, y os obedecería» (v. 6). La semilla de la mostaza es pequeñísima, pero Jesús dice que basta tener una fe así, pequeña, pero auténtica, sincera, para hacer cosas humanamente imposibles, impensables. ¡Y es verdad! Todos conocemos a personas sencillas, humildes, pero con una fe muy firme, que de verdad mueven montañas. Pensemos, por ejemplo, en algunas mamás y papás que afrontan situaciones muy difíciles; o en algunos enfermos, incluso gravísimos, que transmiten serenidad a quien va a visitarles. Estas personas, precisamente por su fe, no presumen de lo que hacen, es más, como pide Jesús en el Evangelio, dicen: «Somos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer» (Lc 17, 10). Cuánta gente entre nosotros tiene esta fe fuerte, humilde, que hace tanto bien.

En este mes de octubre, dedicado en especial a las misiones, pensemos en los numerosos misioneros, hombres y mujeres, que para llevar el Evangelio han superado todo tipo de obstáculos, han entregado verdaderamente la vida; como dice san Pablo a Timoteo: «No te avergüences del testimonio de nuestro Señor ni de mí, su prisionero; antes bien, toma parte en los padecimientos por el Evangelio, según la fuerza de Dios» (2 Tm 1, 8). Esto, sin embargo, nos atañe a todos: cada uno de nosotros, en la propia vida de cada día, puede dar testimonio de Cristo, con la fuerza de Dios, la fuerza de la fe. Con la pequeñísima fe que tenemos, pero que es fuerte. Con esta fuerza dar testimonio de Jesucristo, ser cristianos con la vida, con nuestro testimonio.

¿Cómo conseguimos esta fuerza? La tomamos de Dios en la oración. La oración es el respiro de la fe: en una relación de confianza, en una relación de amor, no puede faltar el diálogo, y la oración es el diálogo del alma con Dios. Octubre es también el mes del Rosario, y en este primer domingo es tradición recitar la Súplica a la Virgen de Pompeya, la Bienaventurada Virgen María del Santo Rosario. Nos unimos espiritualmente a este acto de confianza en nuestra Madre, y recibamos de sus manos el Rosario: el Rosario es una escuela de oración, el Rosario es una escuela de fe.


Después del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas:

Ayer, en Módena, fue proclamado beato Rolando Rivi, un seminarista de esa tierra, Emilia, asesinado en 1945, cuando tenía 14 años, por odio a su fe, culpable sólo de llevar la sotana en ese período de violencia desencadenada contra el clero, que levantaba la voz para condenar en nombre de Dios las masacres de la inmediata posguerra. Pero la fe en Jesús vence el espíritu del mundo. Demos gracias a Dios por este joven mártir, heroico testigo del Evangelio. Muchos jóvenes de 14 años tienen hoy ante sus ojos este ejemplo: un joven valiente, que sabía dónde debía ir, conocía el amor de Jesús en su corazón y dio la vida por Él. Un hermoso ejemplo para los jóvenes.

Desearía recordar juntamente con vosotros a las personas que el jueves pasado perdieron la vida en Lampedusa. Recemos todos en silencio por estos hermanos y hermanas nuestros: mujeres, hombres, niños… Dejemos llorar a nuestro corazón. Recemos en silencio.

Saludo con afecto a todos los peregrinos, especialmente a las familias y a los grupos parroquiales. Saludo a los fieles de la ciudad de Mede, a los de Poggio Rusco, y a los jóvenes de Zambana y Caserta.

Un pensamiento especial para la comunidad peruana de Roma, que ha traído en procesión la sagrada imagen del Señor de los Milagros. Desde aquí veo la imagen, allí, en medio de la plaza. Saludemos todos al Señor de los Milagros, allí, en la plaza. Saludo a los fieles procedentes de Chile y al grupo Bürgerwache Mengen de la diócesis de Rottenburg-Stuttgart, de Alemania.

Saludo al grupo de mujeres venido de Gubbio, por la así llamada «Via Francigena Francescana»; saludo a los responsables de la Comunidad de San Egidio de diversos países de Asia —son buenos, estos de San Egidio—. Saludo a los donantes de sangre de ASFA de Verona y a los de AVIS de Carpinone, al consejo nacional de AGESCI, al grupo de jubilados del hospital Santa Ana de Como, al Instituto Canosiano de Brescia y a la Asociación «Misión Effatà».

Deseo a todos un feliz domingo. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!

 



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