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PAPA FRANCISCO

REGINA COELI

Plaza de San Pedro
Lunes del Ángel, 28 de marzo de 2016

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En este Lunes después de Pascua, llamado «Lunes del Ángel» nuestros corazones están aún llenos de la alegría pascual. Después del tiempo cuaresmal, tiempo de penitencia y de conversión, que la Iglesia ha vivido con particular intensidad en este Año Santo de la Misericordia; después de las sugestivas celebraciones del Triduo Santo, nos detenemos también hoy ante la tumba vacía de Jesús y meditamos con estupor y gratitud el gran misterio de la resurrección del Señor.

La vida ha vencido a la muerte. ¡La misericordia y el amor han vencido sobre el pecado! Se necesita fe y esperanza para abrirse a este nuevo y maravilloso horizonte. Y nosotros sabemos que la fe y la esperanza son un don de Dios y debemos pedirlo: «¡Señor, dame la fe, dame la esperanza! ¡La necesitamos tanto!». Dejémonos invadir por las emociones que resuenan en la secuencia pascual: «¡Sí, tenemos la certeza: Cristo verdaderamente ha resucitado!». ¡El Señor ha resucitado entre nosotros! Esta verdad marcó de forma indeleble la vida de los apóstoles que, después de la resurrección, sintieron de nuevo la necesidad de seguir a su Maestro y, tras recibir el Espíritu Santo, fueron sin miedo a anunciar a todos lo que habían visto con sus ojos y habían experimentado personalmente.

En este Año jubilar estamos llamados a redescubrir y acoger con especial intensidad el reconfortante anuncio de la resurrección: «¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!». Si Cristo ha resucitado, podemos mirar con ojos y corazón nuevos todo evento de nuestra vida, también los más negativos. Los momentos de oscuridad, de fracaso y también de pecado pueden transformase y anunciar un camino nuevo. Cuando hemos tocado el fondo de nuestra miseria y de nuestra debilidad, Cristo resucitado nos da la fuerza para volvernos a levantar. ¡Si nos encomendamos a Él, su gracia nos salva! El Señor crucificado y resucitado es la plena revelación de la misericordia, presente y operante en la historia. He aquí el mensaje pascual, que resuena aún hoy y que resonará durante todo el tiempo de Pascua hasta Pentecostés.

María fue testigo silenciosa de los eventos de la pasión y de la resurrección de Jesús. Ella estuvo de pie junto a la cruz: no se dobló ante el dolor, sino que su fe la fortaleció. En su corazón desgarrado de madre permaneció siempre encendida la llama de la esperanza. Pidámosle a Ella que nos ayude también a nosotros a acoger en plenitud el anuncio pascual de la resurrección, para encarnarlo en lo concreto de nuestra vida cotidiana.

Que la Virgen María nos done la certeza de fe, para que cada sufrido paso de nuestro camino, iluminado por la luz de la Pascua, se convierta en bendición y alegría para nosotros y para los demás, especialmente para los que sufren a causa del egoísmo y de la indiferencia.

Invoquémosla, pues, con fe y devoción, con el Regina caeli, la oración que sustituye al Ángelus durante todo el tiempo pascual.


Después del Regina Coeli

Queridos hermanos y hermanas:

Ayer, en el centro de Pakistán, la Santa Pascua fue ensangrentada por un execrable atentado, que provocó la matanza de muchas personas inocentes, en su mayoría familias de la minoría cristiana —especialmente mujeres y niños— reunidas en un parque público para trascurrir con alegría la festividad pascual. Deseo manifestar mi cercanía a cuantos han sido golpeados por este crimen vil e insensato, e invito a rezar al Señor por las numerosas víctimas y por sus seres queridos. Hago un llamamiento a las autoridades civiles y a todos los componentes sociales de esa nación, para que realicen todos los esfuerzos para volver a dar seguridad y serenidad a la población y, de modo especial, a las minorías religiosas más vulnerables. Repito una vez más que la violencia y el odio homicida solamente conducen al dolor y a la destrucción; el respeto y la fraternidad son el único camino para llegar a la paz. Que la Pascua del Señor suscite en nosotros, de manera aún más fuerte, la oración a Dios para que se detengan las manos de los violentos, que siembran terror y muerte, y para que en el mundo puedan reinar el amor, la justicia y la reconciliación. Recemos todos por los fallecidos en este atentado, por sus familiares, por las minorías cristianas y étnicas de esa nación: Avemaría, …

En esta prolongación del tiempo pascual, saludo cordialmente a todos vosotros, peregrinos venidos de Italia y de diversas partes del mundo para participar en este momento de oración. Y recordad siempre esa bonita expresión de la Liturgia: «¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!». La decimos tres veces todos juntos. ¡Cristo, mi esperanza, ha resucitado!

Deseo que cada uno transcurra con alegría y serenidad esta Semana en la que se prolonga la alegría de la Resurrección de Cristo.

Para vivir más intensamente este período nos hará bien leer cada día un pasaje del Evangelio en el que se habla del evento de la Resurrección. En cinco minutos, no más, se puede leer un pasaje del Evangelio. ¡Recordad esto!

¡Feliz y Santa Pascua a todos! Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!



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