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PAPA FRANCISCO

ÁNGELUS

Plaza de San Pedro
Domingo, 4 de octubre de 2020

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Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

En el Evangelio de hoy (cf. Mt 21,33-43) Jesús, previendo su pasión y muerte, narra la parábola de los viñadores asesinos, para advertir a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo que están por emprender un camino errado. Tienen, en efecto, malas intenciones con él y buscan la manera de eliminarlo.

El relato alegórico describe a un propietario que, después de haber cuidado mucho su viña (cf. v. 33), tiene que ausentarse y se la arrenda a unos labradores. Luego, cuando llega el tiempo de la cosecha envía a algunos siervos a recoger los frutos; pero los viñadores los reciben a palos e incluso matan a algunos. El propietario manda a otros siervos, más numerosos, que, sin embargo reciben el mismo trato (cf. vv. 34-36). El colmo llega cuando el propietario decide enviar a su hijo: los viñadores no le tienen ningún respeto, al contrario, piensan que eliminándolo podrán adueñarse de la viña, y así lo matan también (cf. vv. 37-39).

La imagen de la viña es clara, representa al pueblo que el Señor ha elegido y formado con tanto cuidado; los siervos mandados por el propietario son los profetas, enviados por Dios, mientras que el hijo es una figura de Jesús. Y así como fueron rechazados los profetas, también Cristo fue rechazado y asesinado.

Al final del relato, Jesús pregunta a los jefes del pueblo: «Cuando venga, pues, el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos labradores?» (v. 40). Y ellos, llevados por la lógica del relato, pronuncian su propia condena: el dueño —dicen— castigará severamente a esos malvados y «arrendará la viña a otros labradores, que le paguen los frutos a su tiempo» (v. 41).

Con esta dura parábola, Jesús pone a sus interlocutores frente a su responsabilidad, y lo hace con extrema claridad. Pero no pensemos que esta advertencia valga solamente para los que rechazaron a Jesús en aquella época. Vale para todos los tiempos, incluido el nuestro. También hoy Dios espera los frutos de su viña de aquellos que ha enviado a trabajar en ella. A todos nosotros.

En cada época, los que tienen autoridad, cualquier autoridad, incluso en la Iglesia, en el pueblo de Dios pueden sentir la tentación de seguir su propio interés en lugar del de Dios. Y Jesús dice que la verdadera autoridad se cumple cuando se presta servicio, está en servir, no en explotar a los demás. La viña es del Señor, no nuestra. La autoridad es un servicio, y como tal debe ser ejercida, para el bien de todos y para la difusión del Evangelio. Es muy feo cuando en la Iglesia se ve que las personas que tienen autoridad buscan el proprio interés.

San Pablo, en la segunda lectura de la liturgia de hoy, nos dice cómo ser buenos obreros en la viña del Señor: todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta. (cf. Flp 4,8). Lo repito: todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta. Es la actitud de la autoridad y también la de cada uno de nosotros, porque cada uno de nosotros, en lo que le toca, tiene una cierta autoridad. Nos convertiremos así en una Iglesia cada vez más rica en frutos de santidad, daremos gloria al Padre que nos ama con infinita ternura, al Hijo que sigue dándonos la salvación, al Espíritu que abre nuestros corazones y nos impulsa hacia la plenitud del bien.

Nos dirigimos ahora a María Santísima, espiritualmente unidos a los fieles reunidos en el Santuario de Pompeya para la Súplica, y en octubre renovamos nuestro compromiso de rezar el santo Rosario.

 


Después del Ángelus

Ayer fui a Asís para firmar la nueva encíclica, Fratelli tutti sobre la fraternidad y la amistad social. Se la ofrecí a Dios en la tumba de San Francisco, en quien me inspiré como en la anterior Laudato si'. Los signos de los tiempos muestran claramente que la fraternidad humana y el cuidado de la creación son el único camino hacia el desarrollo integral y la paz como ya indicaron los santos papas Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo II. Hoy a vosotros que estáis en la plaza y también allí, fuera (de) la plaza tengo la alegría de regalaros la nueva encíclica en la edición extraordinaria de L'Osservatore Romano y con esta edición se reanuda la publicación diaria impresa de L'Osservatore Romano. ¡Qué San Francisco acompañe el camino de la fraternidad en la Iglesia entre los creyentes de todas las religiones y entre todos los pueblos!

Hoy termina el Tiempo de la Creación iniciado el pasado 1 de septiembre, durante el cual celebramos un Jubileo por la Tierra, junto con nuestros hermanos y hermanas de las diferentes Iglesias cristianas.

Saludo a los representantes del Movimiento católico mundial por el clima, a los diversos círculos Laudato si' y a las asociaciones de referencia comprometidas en los temas de la ecología integral. Me alegro de las iniciativas que se están llevando a cabo hoy en diferentes lugares, en particular en la zona del Delta del Po. El 4 de octubre de hace cien años nacía en Escocia la obra Stella maris para ayudar a la gente del mar. En este aniversario tan importante, animo a los capellanes y voluntarios a testimoniar con alegría la presencia de la Iglesia en los puertos entre los marineros, los pescadores y sus familias.

Hoy en Bolonia se beatifica a Don Olinto Marella, presbítero de la diócesis de Chioggia, pastor según el corazón de Cristo, padre de los pobres, defensor de los débiles. ¡Qué su extraordinario testimonio sea un modelo para tantos sacerdotes llamados a ser humildes y valientes servidores del pueblo de Dios!. Ahora un aplauso para el nuevo beato

Saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de varios países, veo tantas banderas allí. Familias, grupos parroquiales, asociaciones y fieles. En particular, saludo a las familias y amigos de los guardias suizos que han venido a asistir hoy al juramento de los nuevos reclutas. Son buenos estos jóvenes, la Guardia Suiza hace una trayectoria de vida al servicio de la Iglesia, del Sumo Pontífice. Son buenos chicos que vienen aquí durante dos, tres y cuatro años o más. Pido un caluroso aplauso para la Guardia Suiza.

¡Y os deseo a todos un buen domingo! Por favor, no os olvidéis de rezar por mí, buen almuerzo y hasta pronto.

 



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