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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

Al inicio del cielo

Viernes 17 de octubre de 2014

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 43, viernes 24 de octubre de 2014

 

El cristiano no se puede permitir «ser tibio»: tiene una identidad precisa, que se la da el sello del Espíritu Santo. Vuelve la reflexión sobre el comienzo de la carta a los Efesios y sobre los cristianos «elegidos por el Señor antes de la creación del mundo», durante la misa celebrada por el Papa Francisco el 17 de octubre. Entre los presentes también estaba Enzo Camerino, superviviente de la Shoah, que ya se había encontrado con el Pontífice el 16 de octubre de 2013, con ocasión del septuagésimo aniversario del rastreo del gueto de Roma.

«El Señor —dijo el Pontífice en la homilía recordando las palabras de san Pablo— no sólo nos ha elegido», sino que también «nos ha dado una identidad». Y explicó que no hemos recibido en herencia simplemente un nombre, «sino una identidad, un modo de vivir que no es solamente una lista de hábitos, es más que eso: es precisamente una identidad». ¿Y cómo fuimos «marcados» tan profundamente? Lo escribe el apóstol: «Habéis recibido el sello del Espíritu Santo». Nuestra identidad, dijo el obispo de Roma, «es justamente este sello, esta fuerza del Espíritu Santo, que todos hemos recibido en el Bautismo».

Y ya que el Espíritu Santo que nos prometió Jesús «ha sellado nuestro corazón» y, más aún, «camina con nosotros», no sólo nos da la identidad sino que también «es prenda de nuestra herencia. Con él comienza el cielo». Por eso el cristiano actúa en la vida terrena, pero ya vive en la perspectiva de la «eternidad». El Papa Francisco reafirmó: «Con este sello, tenemos el cielo en nuestras manos».

Pero la vida diaria está llena de tentaciones, ante todo la de «no darse cuenta de esta belleza que hemos recibido». Cuando sucede esto, el Espíritu, para usar una expresión paulina, «se entristece»: ocurre, destacó, «cuando queremos, no digo cancelar la identidad, sino hacerla opaca».

Es el caso del «cristiano tibio», el que «va a misa el domingo, sí, pero en su vida no se ve la identidad», el que aun siendo cristiano, sustancialmente «vive como pagano». También hay otro riesgo, otro pecado «del que Jesús hablaba a sus discípulos», cuando les advertía: «Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía». Sucede, recordó el Papa, que se «aparente ser cristianos», que falte la «transparencia» en el comportamiento, que se profese de palabra una cosa, pero de hecho se actúe diversamente. «Y esto —añadió— es lo que hacían los doctores de la Ley», es la levadura de la «hipocresía», que amenaza con crecer dentro de nosotros.

Hacer opaca nuestra identidad y traicionarla en los hechos son «dos pecados contra este sello», que «es un hermoso don de Dios, el Espíritu», y es «prenda de lo que nos espera, de lo que se nos prometió». Por eso podemos decir que «tenemos el cielo en nuestras manos».

¿Cuál es, entonces, se preguntó el Pontífice, «el comportamiento verdadero de un cristiano?». Lo aprendemos de Pablo mismo: «El fruto del Espíritu, el que viene de nuestra identidad, es amor, alegría, paz, magnanimidad, benevolencia, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio de sí». Este es, concluyó el Papa Francisco, «nuestro camino al cielo».

 



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