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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

El don de Dios es gratis

Martes 4 de noviembre de 2014

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 45, viernes 7 de noviembre de 2014

 

No debemos tener miedo a la gratuidad de Dios que rompe los esquemas humanos de la conveniencia y la recompensa. Lo destacó el Papa Francisco en la homilía de la misa del martes 4 de noviembre. La reflexión surgió del pasaje evangélico de san Lucas (14, 15-24) inmediatamente sucesivo al texto en el que Jesús explicaba que en la ley de Dios «el do ut des no funciona» y para hacer comprender mejor el concepto aconsejaba: «Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos».

Ante la respuesta de «uno de los comensales que estaban en la mesa con Él» —que exclamó: «¡Bienaventurado el que coma en el reino de Dios!»— Jesús respondió con «la parábola del hombre que dio una gran cena» y fue rechazado por los invitados. El Papa trató de explicar las tres respuestas de los otros muchos invitados: «A todos les gusta ir a una fiesta, les gusta estar invitados; pero había algo, aquí, que a estos tres no les gustaba». El problema era: «¿invitados a qué?».

Uno, en efecto, presumiendo por la compra de un campo, puso por delante su deseo de «vanidad», «orgullo» y «poder», y prefirió ir a ver su campo antes que «permanecer sentado como uno más entre muchos en la mesa de ese señor». Otro habla de negocios y piensa más en el beneficio que en ir «a perder tiempo con esa gente», imaginando: «se hablará de muchas cosas, pero yo no estaré en el centro». Por último, está el hombre que se disculpa por estar recién casado. Podría llevar también a la esposa a la fiesta, pero él quiere «el afecto para sí mismo». En este caso prevalece el «egoísmo». Al final, destacó el Pontífice, «los tres se prefieren a sí mismos» y no quieren «compartir la fiesta».

Los hombres de la parábola —«que son un ejemplo de muchos»— ponen de relieve un «interés», la búsqueda de una «recompensa». Explicó el Papa: «Si la invitación hubiese sido, por ejemplo: “Venid, que tengo dos o tres amigos de negocios de otro país, podemos hacer algo juntos”, seguramente ninguno se hubiese disculpado». En efecto, «les asustaba la gratuidad», el hecho de «ser uno como los demás». Es «el egoísmo», el querer «estar en el centro de todo». Cuando se vive en esta dimensión, cuando «uno gira alrededor de sí mismo» termina por no tener horizontes «porque el horizonte es él mismo». Entonces es «difícil escuchar la voz de Jesús, la voz de Dios». Y, añadió el Papa, «detrás de esta actitud» hay otra cosa, aún «más profunda»: es el «miedo a la gratuidad». La gratuidad de Dios, en relación con las experiencias de la vida que nos han hecho sufrir, «es tan grande que nos da miedo».

Una actitud semejante, recordó el Pontífice, a la de los discípulos de Emaús, cuando se alejaban de Jerusalén y decían: «Pero nosotros esperábamos que hubiese sido Él quien liberase Israel». Lo mismo, en el fondo, le sucedió a Tomás, que, a quien le hablaba de Jesús resucitado, decía: «Pero, no me vengas con historias», porque «si yo no veo, si no toco... Una vez he creído, y todo se derrumbó. Nada. Nunca más».

También Tomás «tuvo miedo a la gratuidad de Dios». Al respecto, el Papa recordó un dicho popular: «Cuando la limosna es grande, hasta el santo desconfía». Entonces, si «Dios nos ofrece un banquete así» pensamos: «mejor no meternos», mejor permanecer «con nosotros mismos». Estamos «más seguros en nuestros pecados, en nuestros límites», porque, de este modo, «estamos en nuestra casa». Salir, en cambio, «de nuestra casa para ir hacia la invitación de Dios, a la casa de Dios, con los demás» nos da «miedo». Y «todos nosotros cristianos —advirtió el obispo de Roma— tenemos este miedo escondido dentro», pero tampoco es mucho. Con demasiada frecuencia, en efecto, somos «católicos, pero no demasiado, confiados en el Señor, pero no demasiado». Y este «pero no demasiado» al final nos «empequeñece».

El Pontífice consideró luego, en la parábola evangélica, la actitud del dueño tras ser informado del rechazo de los invitados. Él «se enfadó porque había sido despreciado». Y entonces «mandó a llamar a todos los marginados, necesitados y enfermos, por las plazas y los caminos de la ciudad; los pobres, los lisiados, los ciegos, los cojos». Y cuando le indicaron que aún había sitio en la sala, dijo: «Sal por los caminos y senderos, e insísteles hasta que entren y se llene mi casa». Un verbo, «insísteles», que hace pensar: «Muchas veces —dijo el Papa— el Señor debe hacer lo mismo con nosotros: Él «insiste en ese corazón, en esa alma, diciendo que hay gratuidad», que su don «es gratis, que la salvación no se compra: es un gran regalo».

También nosotros, concluyó el Pontífice, tenemos miedo y «pensamos que la santidad se construye con nuestras cosas, y acabamos siendo un poco pelagianos». En cambio «la salvación es gratuita». No nos damos cuenta de que, como recuerda san Pablo en la Carta a los Filipenses (2, 5-11), todo esto «es gratis, porque Cristo Jesús, quien siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios...». Es Jesús, recordó el Papa, quien «pagó la fiesta con su humillación hasta la muerte, muerte de Cruz». Esta es la «gran gratuidad» de Dios. Sólo tenemos que «abrir el corazón, hacer de nuestra parte todo lo que podamos; pero la gran fiesta la hará Él».

 



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