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PAPA FRANCISCO

MISAS MATUTINAS EN LA CAPILLA
DE LA DOMUS SANCTAE MARTHAE

Una jornada para escuchar

Jueves 23 de marzo de 2017

 

Fuente: L’Osservatore Romano, ed. sem. en lengua española, n. 13, viernes 31 de marzo de 2017

 

Entre las muchas jornadas especiales que se celebran por los más variados motivos, sería útil dedicar una «jornada para escuchar». Sumergidos como estamos en la «confusión», en las palabras, en las prisas, en nuestro egoísmo, en la «mundanidad», corremos el riesgo de hecho de permanecer «sordos a la Palabra de Dios», de «endurecer» nuestro corazón, y de «perder la fidelidad» al Señor. Es necesario «detenerse» y «escuchar».

Lo sugirió el Papa Francisco celebrando la misa en Santa Marta el jueves 23 de marzo. En la homilía, retomando los textos de la liturgia del día, hizo notar en seguida: «Precisamente a mitad de la Cuaresma, en este camino hacia la Pascua, el mensaje de la Iglesia hoy es muy sencillo: “Parad. Parad un momento”». Pero «¿por qué —se preguntó— debemos pararnos?». La respuesta llega con la antífona del salmo responsorial (94): «Escuchad hoy la voz del Señor: no endurezcáis vuestro corazón». Por tanto: «Parad para escuchar».

De aquí partió la reflexión del Pontífice, que después comentó la lectura del profeta Jeremías (7, 23-28) en la cual se cuenta, a través de las palabras de Dios mismo, «el drama de ese pueblo que no ha querido, no ha sabido escuchar. “Escuchad mi voz y yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo”». La invitación del Señor es clara: «y seguiréis todo camino que yo os mandaré, para que os vaya bien». Es decir, explicó el Papa, es como si el Señor hubiera dicho a su pueblo: «Las cosas que yo os diré son para vuestra felicidad. No seáis necios. Creed en esto. Parad: escuchad». Una invitación caída en el vacío. Tanto que «después el Señor se lamenta un poco; es un lamento de un padre dolorido: “Pero estos no han escuchado, ni prestaron atención a mi palabra, es más, procedieron con obstinación según su corazón malvado. En vez de dirigirse hacia mí, me han dado la espalda”».

En seguida Francisco comparó el pasaje bíblico con la situación del hombre de hoy: «cuando nosotros no nos paramos a escuchar la voz del Señor terminamos por alejarnos, nos alejamos del Él, damos la espalda». Una actitud, añadió, que conlleva consecuencias: «si no se escucha la voz del Señor, si escuchamos otras voces. Y de tanto cerrar los oídos, nos convertimos en sordos: sordos a la Palabra de Dios». Nadie puede sentirse fuera de esta situación, como evidenció el Papa dirigiéndose a los fieles presentes. «Todos nosotros, si hoy nos paramos un poco y miramos nuestro corazón, veremos cuántas veces — ¡cuántas veces!— hemos cerrado los oídos y cuántas veces nos hemos convertido en sordos».

¿Qué conlleva esta sordera? «Cuando un pueblo, una comunidad, pero decimos también una comunidad cristiana, una parroquia, una diócesis —explicó el Pontífice— cierra los oídos y se hace sorda a la Palabra del Señor, busca otras voces, otros señores y termina con ídolos, los ídolos que el mundo, la mundanidad, la sociedad les ofrece». Se aleja, de hecho, «del Dios vivo».

Pero no es esta la única consecuencia. El Papa de hecho observó que «dar la espalda hace que nuestro corazón se endurezca. Y cuando no se escucha, el corazón se hace más duro, más cerrado en sí mismo, pero duro e incapaz de recibir algo». Por tanto: «no solo cerrazón», sino también «dureza de corazón». En esta situación el hombre, «vive en ese mundo, en esa atmósfera que no le hace bien», en una realidad que «lo aleja cada día más de Dios».

Es un proceso negativo que conduce del «no escuchar la Palabra de Dios» al alejarse, por tanto al «corazón endurecido, cerrado en sí mismo», hasta perder «el sentido de la fidelidad». De hecho, también en el pasaje de Jeremías, se lee el lamento del Señor: «La fidelidad ha desaparecido». También aquí, inmediata por parte del Papa, la referencia a la contemporaneidad: es entonces, dijo, que «nos convertimos en católicos “infieles”, católicos “paganos” o, más feo todavía, católicos “ateos”, porque no tenemos una referencia de amor al Dios viviente». Ese «no escuchar y dar la espalda» que «nos hace endurecer el corazón», lleva por tanto al hombre «en el camino de la infidelidad».

Y no termina aquí. Hay «más». El vacío interior que creamos con nuestra infidelidad, de hecho, «¿cómo se llena?». Se llena, respondió el Pontífice, «en una forma de confusión» en la que «no se sabe dónde está Dios, donde no está» y «se confunde a Dios con el diablo». Es precisamente la situación descrita en el Evangelio de Lucas (11, 14-23), en la cual se narra el episodio en el que «a Jesús, que hace milagros, que hace tantas cosas por la salvación y la gente está contenta, está feliz», algunos dicen: «y esto lo hace porque es un hijo del diablo. Es el poder de Beelzebul». Esta, explicó Francisco, «es la blasfemia. La blasfemia es la palabra final de este recorrido que comienza con el no escuchar, que endurece el corazón, te lleva a la confusión, te hace olvidar la fidelidad y, al final, blasfemias». Comentó el Papa: «¡ay del pueblo que se olvida de ese estupor, de ese estupor del primer encuentro con Jesús!». Es el estupor descrito también en el Evangelio —«las multitudes fueron tomadas por sorpresa»— que «abre las puertas a la Palabra de Dios».

Por eso, concluyó el Pontífice invitando a todos a un serio examen de conciencia, «cada uno de nosotros hoy puede preguntarse: “¿Me detengo para escuchar la Palabra de Dios, tomo la Biblia en las manos, y me está hablando?»; y también: «¿mi corazón se ha endurecido? ¿Me he alejado del Señor? ¿He perdido la fidelidad al Señor y vivo con los ídolos que me ofrece la mundanidad de cada día? ¿He perdido la alegría del estupor del primer encuentro con Jesús?».

De aquí la invitación: «Hoy es una jornada para escuchar. “Escuchad, hoy, la voz del Señor”, hemos rezado. “No endurezcáis vuestro corazón”». Y la sugerencia para la oración personal: «Pidamos esta gracia: la gracia de escuchar para que nuestro corazón no se endurezca».

 



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