Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La Asamblea del Sínodo de los obispos, que concluyó hace poco, reflexionó en profundidad sobre la vocación y la misión de la familia en la vida de la Iglesia y de la sociedad contemporánea. Ha sido un acontecimiento de gracia. Al finalizar, los padres sinodales me entregaron el texto de sus conclusiones. He querido que ese texto fuese publicado, para que todos sean partícipes del trabajo al que durante dos años nos hemos dedicado juntos. No es este el momento de examinar dichas conclusiones, sobre las que debo meditar.
Pero, entretanto, la vida no se detiene; en especial la vida de las familias no se detiene. Vosotras, queridas familias, estáis siempre en camino. Y continuamente escribís en las páginas de la vida concreta la belleza del Evangelio de la familia. En un mundo que a veces llega a verse árido de vida y