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SANTA MISA CON OCASIÓN DEL 200 ANIVERSARIO DE LA GENDARMERÍA

HOMILÍA DEL SANTO PADRE FRANCISCO

Basílica Vaticana
Domingo 18 de septiembre de 2016

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Las lecturas bíblicas de domingo nos presentan tres tipos de persona: el explotador, el estafador y el hombre fiel.

El explotador es de quien habla el profeta Amós en la primera lectura (cf. 8, 4-7): se trata de una persona obsesionada de forma maníaca por la ganancia, hasta el punto de sentir fastidio e irritación por los días litúrgicos de descanso, porque rompen el ritmo frenético del comercio. Su única divinidad es el dinero, y su actuar está dominado por el fraude y la explotación. Los que pagan las consecuencias son sobre todo los pobres y los indigentes, esclavizados y cuyo precio es igual al de un par de sandalias (v. 6).

Desgraciadamente es un modelo humano que se encuentra en cada época, hoy también hay muchos.

El estafador es el hombre que no tiene fidelidad. Su método es cometer estafas. Nos habla de él el Evangelio con la parábola del administrador deshonesto (cf. Lc 16, 1-8). ¿Cómo ha llegado este administrador al punto de estafar, de robar a su dueño? ¿De un día para otro? No. Poco a poco. Quizás repartiendo un día una propina aquí, otro día un soborno por allá, y así poco a poco se llega a la corrupción. En la parábola, el dueño alaba al administrador deshonesto por su astucia. Pero esta es una astucia mundana y fuertemente pecadora, y ¡que hace tanto daño! Existe, sin embargo, una astucia cristiana de hacer las cosas con picardía, pero no con el espíritu del mundo: hacer las cosas honestamente. Y esto es bueno. Es lo que dice Jesús cuando invita a ser astutos como serpientes y simples como las palomas: poner juntas estas dos dimensiones es una gracia del Espíritu Santo, una gracia que debemos pedir. También hoy hay muchos de estos estafadores, corruptos... A mí me impresiona ver cómo la corrupción está extendida por todas partes.

El tercer hombre es el hombre fiel. El perfil del hombre fiel lo podemos encontrar en la segunda lectura (cf. 1 Tm 2, 1-8). Él, efectivamente es quien sigue a Jesús, el cual se ha dado a sí mismo como rescate de todos, ha dado su testimonio según la voluntad del Padre (cf. vv. 5-6). El hombre fiel es un hombre de oración, en el doble sentido que reza por los demás y confía en la oración de los demás por él, para poder «vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad» (v. 2). El hombre fiel puede caminar con la cabeza alta.

También el Evangelio nos habla del hombre fiel: uno que sabe ser fiel tanto en las cosas pequeñas como en las grandes (cf. Lc 16, 10).

La Palabra de Dios nos conduce a una elección final: «ningún criado puede servir a dos señores porque aborrecerá a uno y amará al otro; o bien se entregará a uno y despreciará al otro» (Lc 16, 13). El estafador ama la estafa y odia la honestidad. El estafador ama los sobornos los acuerdos oscuros, esos acuerdos que se hacen en la oscuridad. Y la cosa peor es que él cree ser honesto. El estafador ama el dinero, ama las riquezas: las riquezas son un ídolo. A él no le importa —como dice el profeta— pisotear a los pobres. Son los que tienen las grandes «industrias del trabajo esclavo» . Y hoy en el mundo, el trabajo esclavo es un estilo de gestión.

Queridos hermanos, vosotros que hoy celebráis vuestra misión, ¿Cuál es vuestra misión? Vosotros que hoy celebráis 200 años de servicio, también contra la estafa, contra los estafadores... Con las palabras de San Pablo podemos decir: «Que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1 Tm 2, 4). Vuestra misión es evitar que se cometan cosas feas como las del estafador y el explotador. Vuestra misión es defender y promover la honestidad, y muchas veces mal pagados. Yo os agradezco vuestra vocación; os agradezco el trabajo que hacéis. Sé que muchas veces debéis luchar contra las tentaciones de quienes quieren compraros, y me siento orgulloso de saber que vuestro estilo es decir: «no, en esto no entro». Os agradezco este servicio de dos siglos, y espero para todos vosotros que la sociedad del Estado del Vaticano, que la Santa Sede, desde el último hasta el más alto, reconozcan vuestro servicio, un servicio que custodia, un servicio que busca, no sólo hacer que las cosas vayan de la manera adecuada, sino además hacerlo con caridad, con ternura, e incluso arriesgando la propia vida. Que el Señor os bendiga por todo esto. Gracias.

 



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