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MENSAJE DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LA COMPAÑÍA DE MARÍA EN SU XXXV CAPÍTULO GENERAL

 

Vaticano, 8 de julio de 2018

 

Queridos Hermanos:

Habéis acudido a la ciudad de Roma para celebrar vuestro XXXV Capítulo General, en el contexto gozoso del reciente bicentenario de la fundación de las Hijas de María Inmaculada y de la Compañía de María, respectivamente. Se trata de un aniversario importante, digno de ser celebrado con gran alegría, en acción de gracias a Dios por estos dos siglos de vida religiosa marianista, de la cual sois, al mismo tiempo, herederos y corresponsables. Muy reciente en el tiempo está también la beatificación de Adela de Batz de Trenquelléon, cofundadora del Instituto de las Hijas de María Inmaculada Marianistas. Quiero unirme a vosotros en vuestra acción de gracias al Señor por todos los dones recibidos a lo largo de este tiempo, y expresaros mi cercanía espiritual, animándoos a que esta circunstancia sirva para la renovación interior y para impulsar el carisma recibido, siguiendo el camino espiritual que sugieren las palabras de María a los servidores de Caná: «Haced lo que Él os diga» (cf. Jn 2, 5).

Esta disponibilidad de la Madre de Dios ha inspirado vuestra gran familia marianista, con «la finalidad de llegar a la conformidad con Cristo y de trabajar por la venida de su Reino» (cf. Regla de Vida, art. 2). El beato José Guillermo Chaminade vivió en un contexto de indiferencia religiosa y abandono de la vida cristiana. Él mismo sufrió la persecución y el exilio, sin embargo, bajo la acción del Espíritu Santo, vislumbró un nuevo medio de recristianización del mundo: la comunidad. María, que acogió y meditó en su corazón la Palabra del Señor, ha guiado y guía vuestro carisma fundacional de preparar apóstoles y de hacer surgir comunidades de seglares comprometidos (cf. Regla de Vida, art. 71) en una misión en comunidad más que como individuos.

Como lema de vuestro Capítulo General habéis elegido una expresión del P. Chaminade, «un hombre que no muera», que nos recuerda la verdad fundamental de que los cristianos «muertos al pecado, estamos vivos para Dios en Cristo Jesús» (cf. Rm 6, 11). La fuente de la vida cristiana brota del Bautismo que nos incorpora a la Iglesia y nos hace hijos en el Hijo. De aquí surge la gracia para la misión permanente, para estar presentes en el mundo compartiendo sus alegrías y tristezas, desde una profunda experiencia de Dios que nos capacita para ser sus testigos.

Consagrados a María, hoy como ayer, sois sensibles a las personas, situaciones y acontecimientos que hicieron vibrar el corazón de pastor de vuestro Fundador, dispuestos a entregaros a la misión. Quisiera resaltar tres rasgos distintivos de vuestro carisma.

El primero es la dimensión eclesial. Nacidos en la Iglesia para servir a Dios, colaboráis en la construcción de su Reino, en diálogo con el mundo laico y su cultura. Como maestros en la educación humana, moral y religiosa, este Capítulo General es una ocasión para renovar el carisma de servir a los jóvenes y a los más necesitados, renovando la invitación de volverse al Señor y de asumir su misión en la Iglesia.

El segundo es la disponibilidad. La apertura de mente y corazón para conocer, amar y servir el espíritu y el carisma de la Compañía con una sólida formación humana y espiritual (cf. Regla de vida, art. 6.15). Enraizados en Cristo recibiréis la gracia para continuar con la misión de promoción de la fe y el compromiso por la justicia social.

El tercer elemento es la espiritualidad mariana. María, Virgen y Madre, «esclava del Señor», que se pone en camino para llevar la buena noticia del reino a su prima Isabel, es la maestra de la consagración a Dios. Por ello, os ruego que la consagración mariana se refleje tanto en las grandes obras apostólicas como también en el trabajo cotidiano y humilde.

Queridos hermanos: Podemos responder al Señor con generosidad cuando experimentamos que somos amados por Dios a pesar de nuestros pecados y debilidades. Os animo a vivir en la esperanza de que el Señor Jesús os mostrará un camino hermoso, por donde transitar con un espíritu renovado. Hoy nuestros contemporáneos necesitan ver testigos convencidos de Cristo (cf. Pablo VI, Evangelii nuntiandi, 41), que sepan anunciar la Buena Nueva con los medios oportunos, con la alegre convicción de que merece la pena el seguimiento de Cristo y la predicación del Evangelio vivido con radicalidad y sinceridad.

Pido al Señor que os dé la fuerza para levantar anclas, duc in altum, para que «el Espíritu de Dios conduzca siempre según sus designios lo que ha sido emprendido sólo para su gloria» (J. G. Chaminade, Escritos y Palabras).

Por favor, os ruego que no dejéis de rezar por mí. Que Jesús bendiga a todos los miembros de la Congregación y de la entera familia marianista, y la Virgen Santa os cuide.

Fraternalmente,

Francisco

 



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