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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DEL MALAWI
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Jueves 6 noviembre de 2014

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Queridos hermanos obispos:

Os doy una alegre bienvenida a vosotros, que habéis venido desde el «cálido corazón de África», mientras realizáis vuestra peregrinación a Roma, «el cálido corazón de la Iglesia». Pido al Señor que os bendiga abundantemente durante estos días de oración, de encuentro y de diálogo. Que los santos Pedro y Pablo, a quienes habéis venido a venerar, intercedan por todos nosotros para que se fortalezcan los vínculos de comunión espiritual entre el Sucesor de Pedro y la Iglesia en Malawi. Agradezco al obispo Joseph Zuza las cordiales palabras pronunciadas en vuestro nombre, así como de los sacerdotes, eligiosos y laicos de Malawi. Os pido amablemente que les aseguréis mi cercanía espiritual.

Deseo comenzar expresando mi estima por cada uno de vosotros y por el buen trabajo que realizáis —que, de hecho, el Señor realiza por medio de vosotros— con vuestro servicio al pueblo santo de Dios en Malawi. La eficacia de vuestros esfuerzos pastorales y administrativos es fruto de vuestra fe, además de la unidad y del espíritu fraterno que caracterizan a vuestra Conferencia episcopal. La comunión que vivís, signo de la unidad de Dios y de la unidad de la Iglesia universal, os ha permitido hablar al unísono sobre cuestiones importantes para la nación en general. De este modo, junto con vuestros sacerdotes, estáis garantizando que el mensaje evangélico de reconciliación, de justicia y paz (cf. Africae munus) se proclame para el bien de toda la sociedad. Rezo para que vuestra amistad en «un solo corazón y una sola alma» (Hch 4, 32) siga siendo un signo característico de vuestro ministerio, crezca siempre y siga dando abundantes frutos.

Deseo expresar también mi aprecio por el admirable espíritu de la gente de Malawi, que, aun debiendo afrontar numerosos obstáculos en términos de desarrollo, progreso económico y estándar de vida, se mantiene firme en su compromiso de vida familiar. Precisamente en la familia, con su capacidad única de transformar a cada miembro, en particular a los jóvenes, en una persona de amor, de sacrificio, de compromiso y fidelidad, la Iglesia y la sociedad en Malawi encontrarán los recursos necesarios para renovar y edificar una cultura de la solidaridad. Vosotros mismos conocéis bien los desafíos y la importancia de la vida familiar y, como padres y pastores, estáis llamados a alimentarla, protegerla y fortalecerla en el contexto de la «familia de fe» que es la Iglesia. De hecho, para los cristianos la vida familiar y la vitalidad eclesial dependen una de otra, y se fortalecen recíprocamente (cf. Evangelii gaudium, n. 62, 66-67).

Desde este punto de vista, queridos hermanos, es esencial que tengáis siempre presentes las necesidades, las experiencias y las realidades de las familias en vuestros esfuerzos por difundir el Evangelio. No hay ningún aspecto de la vida familiar —infancia y juventud; amistad, noviazgo y matrimonio; intimidad nupcial, fidelidad y amor; relaciones interpersonales y apoyo— que esté excluido del toque salvífico y fortalecedor del amor de Dios, comunicado a través de los Evangelios y enseñado por la Iglesia. La aportación más grande que la Iglesia puede dar al futuro de Malawi —y, de hecho, a su propio desarrollo— es un apostolado atento y gozoso a las familias. «La acción pastoral debe mostrar mejor todavía que la relación con nuestro Padre exige y alienta una comunión que sane, promueva y afiance los vínculos interpersonales» (Evangelii gaudium, 67), proceso que humaniza y santifica, e inicia y alcanza su perfección natural en la familia. Por lo tanto, haciendo todo lo posible por apoyar, educar y evangelizar a las familias, especialmente las que se encuentran en situaciones de dificultad económica, de ruptura, violencia o infidelidad, obtendréis beneficios inestimables para la Iglesia y para toda la sociedad de Malawi.

Un resultado natural de este apostolado será el aumento del número de jóvenes hombres y mujeres dispuestos y capaces de dedicarse al servicio de los demás en el sacerdocio y en la vida religiosa. Mientras la Iglesia en Malawi sigue madurando, es fundamental que evangelizadores locales, hombres y mujeres, construyan sobre los sólidos fundamentos puestos por generaciones de fieles misioneros. Jamás podemos contentarnos con las conquistas del pasado, sino que siempre debemos tratar de compartir las bendiciones y llevar adelante la misión de la Iglesia (cf. Evangelii gaudium, n. 69). Este es un signo cierto de que nos motiva un amor que busca el bien del otro. Donde se alimenta el amor auténtico a Cristo y al prójimo, no habrá carencia de sacerdotes generosos ni de hombres y mujeres consagrados a Dios en la vida religiosa.

De modo especial, os pido que estéis cerca de vuestros sacerdotes, que los escuchéis y los apoyéis. Con frecuencia se sienten tironeados por diversas direcciones, respondiendo con caridad y, a menudo, con gran sacrificio personal. Deben saber que los amáis como debe hacerlo un padre. Un modo indispensable de demostrar esta solicitud paterna es ofrecer a los candidatos al sacerdocio una formación humana cada vez más completa, de la que depende una formación espiritual, intelectual y pastoral integral. Os animo a proseguir vuestros esfuerzos para garantizar que los seminaristas y religiosos se preparen adecuadamente para el ministerio en vuestro país, a fin de que Dios, que inició en ellos la buena obra, la lleve a la perfección (cf. Flp 1, 6). A su vez, sacerdotes y religiosos bien formados estarán en condiciones de poner con alegría y generosidad los frutos de su formación al servicio de la nueva evangelización, tan necesaria para Malawi y para todo el mundo.

Sé que sois conscientes de la responsabilidad de la Iglesia hacia los jóvenes, que son una parte valiosa del presente de Malawi y la promesa de su futuro. No dudéis en ofrecerles la verdad de nuestra fe y mostrarles la alegría de vivir las exigencias morales del Evangelio. Anunciad a Cristo con convicción y amor, promoviendo así la estabilidad de la vida familiar y contribuyendo a una cultura más justa y virtuosa.

Queridos hermanos, el número de personas en Malawi que viven en la pobreza y tienen una esperanza de vida muy limitada es una tragedia. Mi pensamiento se dirige a quienes sufren de sida y, en particular, a los niños huérfanos y a los padres, dejados sin amor y sin apoyo como consecuencia de esta enfermedad. Seguid estando cerca de quien sufre, de los enfermos y, especialmente, de los niños. Os pido de modo particular que expreséis mi gratitud a los numerosos hombres y mujeres que dan a conocer la ternura y el amor de Cristo en las instituciones católicas de asistencia sanitaria. El servicio que la Iglesia brinda a los enfermos a través del cuidado pastoral, la oración, las clínicas y los hospicios, siempre debe encontrar su manantial y su modelo en Cristo, quien nos amó tanto que dio su vida por nosotros (cf. Ga 2, 20). En efecto, ¿de qué otro modo podríamos seguir al Señor, si no es comprometiéndonos personalmente en el servicio a los enfermos, a los pobres, a los moribundos y a los necesitados? De la fe en Cristo, nacida tras reconocer nuestra necesidad de Él, que vino a curar nuestras heridas para enriquecernos, para darnos la vida, para alimentarnos, «brota la preocupación por el desarrollo integral de los más abandonados de la sociedad» (Evangelii gaudium, n. 186). Os agradezco que estéis tan cerca de los enfermos y de todos los que sufren, brindándoles la amorosa presencia de su pastor.

Con estas reflexiones, queridos hermanos obispos, os encomiendo a todos vosotros a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, y con gran afecto os imparto mi bendición apostólica, que extiendo de buen grado a todos los amados sacerdotes, religiosos y fieles laicos de Malawi.

 



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