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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS OBISPOS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE LA
REPÚBLICA DEMOCRÁTICA DEL CONGO
EN VISITA "AD LIMINA APOSTOLORUM"

Sala del Consistorio
Viernes 12 de septiembre de 2014

 

Queridos hermanos en el episcopado:

Con gran alegría dirijo mi saludo fraterno al cardenal Laurent Monsengwo Pasinya, y a cada uno de vosotros, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. Doy las gracias a monseñor Nicolas Djomo, presidente de vuestra Conferencia episcopal, quien, junto con vuestros sentimientos de comunión fiel, ha presentado algunas características de la vida de la Iglesia en la República democrática del Congo. Vuestra peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, unida al testimonio de Cristo muerto y resucitado hasta el sacrificio supremo, fortalece vuestros vínculos de comunión con la Sede apostólica, pero también entre vosotros y con los obispos de todo el mundo. Por mi parte, al expresaros mi profundo aprecio por vuestra solicitud y vuestro celo en el anuncio del Evangelio, quiero saludar y animar a los sacerdotes, a las personas consagradas y a los demás agentes de pastoral que colaboran con vosotros, así como a todos los fieles laicos de vuestras diócesis.

Con vosotros, doy gracias al Señor por los múltiples dones que ha concedido a la Iglesia en vuestro país. Familia de Dios en camino hacia al Reino, está constituida por comunidades vivas, cuyos miembros participan activamente en las celebraciones litúrgicas y dan un valiente testimonio de caridad. Según la hermosa expresión del salmista, el Señor concedió sus bienes y nuestra tierra ha dado sus frutos (cf. Sal 85, 13).

La fidelidad al Evangelio implica que el obispo guíe y gobierne con sabiduría el rebaño que se le ha confiado. El buen pastor conoce a sus ovejas y sus ovejas lo conocen a Él (cf. Jn 10, 4). La presencia, la cercanía y la estabilidad del obispo en su diócesis son necesarias para dar seguridad a los sacerdotes y a los candidatos al sacerdocio, y para que todos los fieles se sientan acompañados, seguidos y amados.

Una característica importante de la Iglesia en vuestro país es que se encuentra en una fase de pleno crecimiento. ¡Es tan hermoso constatar que las comunidades cristianas crecen! Pero sabéis que lo esencial para la Iglesia no es en primer lugar los números, sino la entrega total y sin reservas al Dios revelado en Jesucristo. La cualidad de la fe en Cristo muerto y resucitado, la comunión íntima con Él, es el fundamento de la solidez de la Iglesia. En consecuencia, es de vital importancia evangelizar en profundidad. La fidelidad al Evangelio, a la Tradición y al Magisterio son puntos de referencia seguros, que garantizan la pureza del manantial al que conducís al Pueblo de Dios (cf. Carta encíclica Lumen fidei, 36)

La Iglesia en la República democrática del Congo, donde algunas diócesis celebraron recientemente el primer centenario de su evangelización, es una Iglesia joven. Pero es también una Iglesia de jóvenes. Los niños y los adolescentes, en particular, tienen necesidad de la fuerza de Dios para resistir a las múltiples tentaciones, consecuencia de la precariedad de su vida, de la imposibilidad de proseguir los estudios o de encontrar trabajo. Soy sensible a su difícil situación, y sé que compartís sus sufrimientos, sus alegrías y esperanzas. En particular, pienso con horror en los niños, en los jóvenes, reclutados por la fuerza en las milicias y obligados a matar a sus mismos compatriotas. Por tanto, os aliento a profundizar en la pastoral de los jóvenes. Ofreciéndoles toda la ayuda posible, sobre todo a través de la creación de espacios de formación humana, espiritual y profesional, podéis revelarles la vocación profunda que los predisponga a encontrar al Señor.

El medio más eficaz para vencer la violencia, la desigualdad y también las divisiones étnicas, consiste en dotar a los jóvenes de un espíritu crítico y en proponerles un itinerario de maduración en los valores evangélicos (cf. Evangelii gaudium, 64). También se necesitaría fortalecer la pastoral en las universidades, así como en las escuelas católicas y públicas, conjugando la tarea educativa con el anuncio explícito del Evangelio (cf. Evangelii gaudium, 132-134). Queridos hermanos en el episcopado: os invito a ser apóstoles de la juventud en vuestras diócesis.

Con el mismo espíritu, ante la disgregación familiar provocada, en particular, por la guerra y la pobreza, es indispensable valorar y promover todas las iniciativas destinadas a consolidar a la familia, fuente de toda fraternidad, fundamento y camino primordial para la paz (cf. Mensaje para la XLVII Jornada mundial de la paz, 2014, n. 1).

La fidelidad al Evangelio implica también que la Iglesia participe en la construcción de la ciudad. Una de las contribuciones más valiosas que la Iglesia local puede ofrecer a vuestro país consiste en ayudar a las personas a redescubrir la pertinencia de la fe en la vida diaria y la necesidad de promover el bien común. Del mismo modo, los responsables de la nación, iluminados por los pastores y en el respeto de las competencias, también pueden recibir apoyo para integrar la enseñanza cristiana en su vida personal y en el ejercicio de sus funciones al servicio del Estado y de la sociedad. En este sentido, el magisterio de la Iglesia, en particular la encíclica Caritas in veritate y la exhortación apostólica postsinodal Africae munus, así como la reciente exhortación apostólica Evangelii gaudium, constituyen una ayuda valiosa.

Queridos hermanos en el episcopado: os invito a trabajar sin descanso por el establecimiento de una paz duradera y justa a través de una pastoral del diálogo y de la reconciliación entre los diversos sectores de la sociedad, apoyando el proceso de desarme y promoviendo una colaboración eficaz con las demás confesiones religiosas. Mientras vuestro país se dispone a vivir encuentros políticos importantes para su futuro, es necesario que la Iglesia ofrezca su contribución, evitando al mismo tiempo reemplazar a las instituciones políticas y las realidades temporales que conservan su autonomía (cf. Constitución pastoral Gaudium et spes, 36). En particular, los pastores deben evitar ocupar el lugar que corresponde con pleno derecho a los fieles laicos, que tienen precisamente la misión de testimoniar a Cristo y el Evangelio en la política y en todos los otros ámbitos de su actividad (cf. Decreto conciliar Apostolicam actuositatem, 4 y 7). Es fundamental, pues, que los fieles laicos se formen con esta visión, y que vosotros no dejéis de apoyarlos, orientarlos y brindarles criterios de discernimiento para iluminarlos. En este sentido, no tengo dudas de que seguiréis trabajando para sensibilizar a las autoridades públicas a fin de llevar a término la negociación para la firma de un acuerdo con la Santa Sede.

Es de desear que, con espíritu de solidaridad y comunión, se desarrolle una colaboración más estrecha con todos los agentes de pastoral que actúan en los diferentes ámbitos del apostolado y de la pastoral social, en particular, en la educación, la sanidad y la asistencia caritativa. Muchos esperan de vosotros vigilancia y solicitud en la defensa de los valores espirituales y sociales: estáis llamados a proponer orientaciones y soluciones para la promoción de una sociedad fundada en el respeto de la dignidad y de la persona humana. A propósito de esto, la atención a los pobres y a cuantos tienen necesidades, como los ancianos, los enfermos y las personas discapacitadas, debe constituir el objeto de una pastoral adecuada, continuamente reexaminada. De hecho, la Iglesia debe preocuparse por el bien común de estas personas y a atraer la atención de la sociedad y de las autoridades públicas hacia su situación. Felicito y aliento la obra de todos los misioneros, de los sacerdotes, los religiosos, las religiosas y los demás agentes de pastoral que se entregan al servicio de los heridos por la vida, por las víctimas de la violencia, sobre todo en las regiones más aisladas y remotas del país. Al mencionar este tema, dirijo un pensamiento especial a los refugiados internos y a los numerosos refugiados que provienen de los países vecinos.

Queridos hermanos en el episcopado: por último, quiero confirmaros todo mi afecto y mi aliento. Perseverad en vuestro generoso compromiso al servicio del Evangelio. Sed hombres de esperanza para vuestro pueblo. Que el testimonio luminoso de la beata María Clementina Anuarite Nengapeta y del beato Isidoro Bakanja os inspire siempre. Encomendándoos a la intercesión materna de la Virgen María, Reina de los Apóstoles, os imparto de corazón la bendición apostólica, que extiendo de buen grado a vuestros colaboradores, sacerdotes, religiosos y laicos, y a cada una de vuestras diócesis.

 



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