Index   Back Top Print

[ DE  - EN  - ES  - FR  - IT  - PT ]

DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A
UNA REPRESENTACIÓN DE MÉDICOS ESPAÑOLES Y LATINOAMERICANOS

Sala Clementina
Jueves 9 de junio de 2016

[Multimedia]


 

Gentiles señoras y señores, ¡buenos días!

Me alegra encontrarme con todos ustedes, miembros de las Asociaciones médicas latinoamericanas. Agradezco al Dr. Rodríguez Sendín, Presidente de la Organización médica colegial de España, sus amables palabras.

En este año la Iglesia Católica celebra el Jubileo de la Misericordia, y esta es una buena ocasión para manifestar reconocimiento y gratitud a todos los profesionales de la sanidad que, con su dedicación, cercanía y profesionalidad a las personas que padecen una enfermedad, pueden convertirse en verdadera personificación de la misericordia. La identidad y el compromiso del médico no sólo se apoya en su ciencia y competencia técnica, sino principalmente en su actitud compasiva —padece-con— y misericordiosa hacia los que sufren en el cuerpo y en el espíritu. La compasión, es de alguna manera el alma misma de la medicina. La compasión no es lástima, es padecer-con.

En nuestra cultura tecnológica e individualista, la compasión no siempre es bien vista; en ocasiones, hasta se la desprecia porque significa someter a la persona que la recibe a una humillación. E incluso no faltan quienes se escudan en una supuesta compasión para justificar y aprobar la muerte de un enfermo. Y no es así. La verdadera compasión no margina a nadie, ni la humilla, ni la excluye, ni mucho menos considera como algo bueno su desaparición. La verdadera compasión, la asume. Ustedes saben bien que eso significaría el triunfo del egoísmo, de esa «cultura del descarte» que rechaza y desprecia a las personas que no cumplen con determinados cánones de salud, de belleza o de utilidad. A mí me gusta bendecir las manos de los médicos como signo de reconocimiento a esa compasión que se hace caricia de salud.

La salud es uno de los dones más preciados y deseados por todos. En la tradición bíblica siempre se ha puesto de manifiesto la cercanía entre salvación y la salud, así como sus mutuas y numerosas implicaciones. Me gusta recordar ese título con el que los padres de la Iglesia solían denominar a Cristo y a su obra de salvación: Christus medicus, Cristo médico. Él es el Buen Pastor que cuida a la oveja herida y conforta a la enferma (cf. Ez 34,16); Él es el Buen Samaritano que no pasa de largo ante la persona malherida al borde del camino, sino que, movido por la compasión, la cura y la atiende (cf. Lc 10,33-34). La tradición médica cristiana siempre se ha inspirado en la parábola del Buen Samaritano. Es un identificarse con el amor del Hijo de Dios, que «pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos» (Hch 10,38). ¡Cuánto bien hace al ejercicio de la medicina pensar y sentir que la persona enferma es nuestro prójimo, que él es de nuestra carne y sangre, y que en su cuerpo lacerado se refleja el misterio de la carne del mismo Cristo! «Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25,40). 

La compasión, este padecer-con, es la respuesta adecuada al valor inmenso de la persona enferma, una respuesta hecha de respeto, comprensión y ternura, porque el valor sagrado de la vida del enfermo no desaparece ni se oscurece nunca, sino que brilla con más resplandor precisamente en su sufrimiento y en su desvalimiento. Qué bien se entiende la recomendación de san Camilo de Lellis para tratar a los enfermos. Dice así: «Pongan más corazón en esas manos». La fragilidad, el dolor y la enfermedad son una dura prueba para todos, también para el personal médico, son un llamado a la paciencia, al padecer-con; por ello no se puede ceder a la tentación funcionalista de aplicar soluciones rápidas y drásticas, movidos por una falsa compasión o por meros criterios de eficiencia y ahorro económico. Está en juego la dignidad de la vida humana; está en juego la dignidad de la vocación médica. Vuelvo a lo que dije sobre bendecir las manos de los médicos. Y si bien en el ejercicio de la medicina, técnicamente hablando, es necesaria la asepsia, en el meollo de la vocación médica la asepsia va contra la compasión, la asepsia es un medio técnico necesario en el ejercicio pero no debe afectar nunca lo esencial de ese corazón compasivo. Nunca debe afectar el “pongan más corazón en esas manos”.

Queridos amigos, les aseguro mi aprecio por el esfuerzo que realizan para dignificar cada día más su profesión y para acompañar, cuidar y valorizar el inmenso don que significan las personas que sufren a causa de la enfermedad. Les aseguro mi oración por ustedes: pueden hacer tanto bien, tanto bien; por ustedes y sus familias, porque cuántas veces sus familias tienen que acompañar soportando la vocación del o de la médico, que es como un sacerdocio. Y les pido también que no dejen de rezar por mí, que algo de médico tengo. Muchas gracias.



Copyright © Dicastero per la Comunicazione - Libreria Editrice Vaticana