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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A
LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO PARA PERSONAS DISCAPACITADAS,
ORGANIZADO POR LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA

Aula Pablo VI
Sábado 11 de junio de 2016

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Queridos hermanos y hermanas:

Os acojo con ocasión del 25° aniversario de la institución del Sector para la catequesis de las personas discapacitadas de la Oficina catequística nacional italiana. Una conmemoración que estimula a renovar el compromiso a fin de que las personas discapacitadas sean plenamente acogida en las parroquias, en las asociaciones y en los movimientos eclesiales. Os agradezco las preguntas que me habéis hecho y que muestran vuestra pasión por este ámbito de la pastoral. Ello requiere una doble atención: la consciencia de la educabilidad en la fe de la persona con discapacidad, incluso graves y gravísimas; y la voluntad de considerarla como sujeto activo en la comunidad en la que vive.

Estos hermanos y hermanas —como demuestra también este Congreso— no son sólo capaces de vivir una genuina experiencia de encuentro con Cristo, sino que son también capaces de testimoniarla a los demás. Mucho se ha hecho en la atención pastoral de los discapacitados; hay que seguir adelante, por ejemplo reconociendo mejor su capacidad apostólica y misionera, y antes aún el valor de su «presencia» como personas, como miembros vivos del Cuerpo eclesial. En la debilidad y en la fragilidad se esconden tesoros capaces de renovar nuestras comunidades cristianas.

En la Iglesia, gracias a Dios, se cuenta con una difundida atención a la discapacidad en sus formas física, mental y sensorial, y una actitud de general acogida. Sin embargo, a nuestras comunidades aún les cuesta practicar una verdadera inclusión, una participación plena que al final llegue a ser ordinaria, normal. Y esto requiere no sólo técnicas y programas específicos, sino ante todo reconocimiento y acogida de los rostros, tenaz y paciente certeza que cada persona es única e irrepetible, y cada rostro que se excluye es un empobrecimiento de la comunidad.

También en este ámbito es decisiva la implicación de las familias, que piden ser no sólo acogidas, sino estimuladas y alentadas. Que nuestras comunidades cristianas sean «casas» donde el sufrimiento encuentre com-pasión, donde cada familia con su carga de dolor y fatiga pueda sentirse comprendida y respetada en su dignidad. Como expresé en la exhortación apostólica Amoris laetitia, «la atención dedicada tanto a los migrantes como a las personas con discapacidades es un signo del Espíritu. Porque ambas situaciones son paradigmáticas: ponen especialmente en juego cómo se vive hoy la lógica de la acogida misericordiosa y de la integración de los más frágiles» (n. 47).

En el camino de inclusión de las personas discapacitadas ocupa naturalmente un lugar decisivo su admisión a los Sacramentos. Si reconocemos la peculiaridad y la belleza de su experiencia de Cristo y de la Iglesia, debemos, como consecuencia afirmar con claridad que ellas están llamadas a la plenitud de la vida sacramental, incluso en presencia de graves disfunciones psíquicas. Es triste constatar que en algunos casos permanecen dudas, resistencias e incluso rechazos. A menudo se justifica el rechazo diciendo: «si no entiende», o bien: «no lo necesita». En realidad, con esa actitud, se muestra no haber comprendido verdaderamente el sentido de los Sacramentos mismos, y, de hecho, se niega a las personas discapacitadas el ejercicio de su filiación divina y la plena participación en la comunidad eclesial.

El Sacramento es un don y la liturgia es vida: ante aún de ser comprendida racionalmente, ella pide ser vivida en la especificidad de la experiencia experiencia personal y eclesial. En ese sentido, la comunidad cristiana está llamada a obrar con el fin de que cada bautizado pueda tener experiencia de Cristo en los Sacramentos. Por lo tanto, que sea una viva preocupación de la comunidad hacer lo posible para que las personas discapacitadas puedan experimentar que Dios es nuestro Padre y nos ama, que tiene predilección por los pobres y los pequeños a través de los simples y cotidianos gestos de amor de los cuales son destinatarios. Como afirma el Directorio general para la catequesis: «El amor del Padre hacia sus hijos más débiles y la continua presencia de Jesús con su Espíritu dan fe de que toda persona, por limitada que sea, es capaz de crecer en santidad» (n. 189).

Es importante prestar atención también a la ubicación y participación de las personas discapacitadas en las asambleas litúrgicas: estar en la asamblea y dar la propia aportación a la acción litúrgica con el canto y con gestos significativos, contribuye a sostener el sentido de pertenencia de cada uno. Se trata de hacer crecer una mentalidad y un estilo que resguarde de prejuicios, exclusiones y marginaciones, favoreciendo una efectiva fraternidad en el respeto de la diversidad apreciada como valor.

Queridos hermanos y hermanas, os doy las gracias por cuanto habéis hecho en estos veinticinco años de trabajo al servicio de comunidades cada vez más acogedoras y atentas a los últimos. Seguid adelante con perseverancia y con la ayuda de María santísima nuestra Madre. Rezo por vosotros y os bendigo de corazón; y también vosotros, por favor, rezad por mí.



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