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VIAJE APOSTÓLICO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A ARMENIA

(24-26 DE JUNIO DE 2016)

CONFERENCIA DE PRENSA DEL SANTO PADRE
DURANTE EL VUELO DE REGRESO A ROMA


Domingo 26 de junio de 2016

[Multimedia]


 

Padre Lombardi:

Santo Padre, muchas gracias por estar aquí al concluir este viaje, breve pero intenso. Nos ha alegrado acompañarlo y ahora, como de costumbre, queremos hacerle algunas preguntas aprovechando su gentileza. Tenemos una lista de personas que se han apuntado para hablar, y podemos comenzar, como es habitual, con el colega de Armenia, porque les damos prioridad. El primero es Arthur Grygorian, de la televisión pública armenia.

Papa Francisco:

Buenas tardes. Les agradezco mucho su ayuda en este viaje, y todo su trabajo, que hace tanto bien a la gente. Comunicar bien las cosas son buenas noticias, y las buenas noticias hacen siempre bien. Muchas gracias.

Arthur Grygorian, de la Televisión pública armenia

Santo Padre, he sabido que usted tiene amigos armenios y tenía ya contactos con la comunidad armenia en Argentina. En estos últimos tres días, usted ha podido, por decirlo así, palpar el espíritu armenio. ¿Cuáles son sus sentimientos, sus impresiones, y cuál es su mensaje para el futuro, sus oraciones para nosotros armenios?

Papa Francisco:

Bien, empecemos por el futuro y luego iremos al pasado. Espero para este pueblo la justicia y la paz. Y rezo por esto, porque es un pueblo valiente. Rezo para que encuentre la justicia y la paz. Sé que tantos trabajan por ello; y me he alegrado mucho la semana pasada al ver una fotografía del presidente Putin, con los dos presidentes, armenio y azerbaiyano. Al menos se hablan, y también con Turquía. El Presidente de la República [de Armenia] ha hablado claro en el discurso de bienvenida. Ha tenido la valentía de decir: «Pongámonos de acuerdo, perdonémonos y miremos el futuro». Esto es una gran valentía para un pueblo que ha sufrido tanto. La imagen del pueblo armenio ―y este pensamiento lo he tenido hoy mientras rezaba un poco― es la de una vida de piedra y una ternura de madre. Ha cargado cruces, pero cruces de piedra ―se pueden ver [las características cruces de piedra llamadas khachkar]―, pero no ha perdido la ternura, el arte, la música, esos «cuartos tonos», muy difíciles de comprender, y con gran genialidad. Un pueblo que ha sufrido mucho en su historia, y que sólo la fe lo ha mantenido en pie. Porque el hecho de haber sido la primera nación cristiana no es suficiente. Ha sido la primera nación cristiana porque el Señor la ha bendecido, porque ha tenido santos, ha tenido obispos santos, mártires. Y por eso se ha formado con su resistencia esa «piel de piedra» ―digámoslo así―, pero no ha perdido la ternura de un corazón materno. Armenia es también madre. Esta era la segunda pregunta, vayamos ahora a la primera. Sí, he tenido mucho contacto con los armenios: iba con frecuencia donde ellos a sus misas; tengo muchos amigos armenios. Y a una cosa que habitualmente no me agrada ir, para poder descansar bien, pero iba a cenar con ellos, y ustedes cenan muy fuerte. Pero soy muy amigo, muy amigo, ya sea del arzobispo Kissag Mouradian, de la Iglesia Apostólica, como de Boghossian, católico. Pero entre ustedes, más importante que pertenecer a la Iglesia Apostólica o a la Iglesia Católica, es la «armenidad». Esto lo he entendido en aquellos tiempos. Hoy me ha saludado un argentino de familia armenia que, cuando iba a misa, el Arzobispo siempre lo sentaba a mi lado para que me explicase algunas ceremonias o algunas palabras que no entendía.

Padre Lombardi:

Muchas gracias, Santo Padre. Ahora damos la palabra a otra representante armenia: a la señora Jeanine Paloulian, de «Nouvelles d’Arménie».

Jeanine Paloulian, de «Nouvelles d’Arménie

Gracias, Santo Padre. Ayer en la tarde, en el encuentro ecuménico de oración, usted pidió a los jóvenes que fueran artífices de la reconciliación con Turquía y con Azerbaiyán. Quisiera preguntarle simplemente, ya que dentro de algunas semanas irá a Azerbaiyán: ¿Qué puede hacer más concretamente usted, qué puede hacer la Santa Sede para ayudarnos, para ayudarnos a avanzar? ¿Cuáles son los signos concretos? Usted los ha hecho en Armenia. ¿Qué signos hará Azerbaiyán?

Papa Francisco:

Hablaré a los azerbaiyanos de la verdad, de lo que he visto y oído. Y también los animaré. Me he encontrado con el presidente azerbaiyano y he hablado con él. Y diré también que no hacer la paz por un pedacito de tierra ―porque no es una gran cosa― significa algo oscuro. Pero eso se lo digo a todos, a los armenios y a los azerbaiyanos. Quizás no se ponen de acuerdo sobre la forma de hacer la paz, y sobre esto se debe trabajar. Pero no sé decir más. Diré lo que en el momento me salga del corazón, pero siempre en positivo, buscando encontrar soluciones que sean viables, que permitan avanzar.

Padre Lombardi:

Muchas gracias. Y ahora damos la palabra a Jean-Louis de la Vaissière, de «France Presse». Creo que es el último viaje que hace con nosotros. Nos alegra por tanto darle la palabra.

Jean-Louis de la Vaissière, de «France Presse»

Santo Padre, deseo ante todo agradecerle de mi parte y de parte de Sébastien Maillard, de «La Croix». Nosotros nos vamos de Roma y queremos agradecerle de corazón por esa brisa de primavera que sopla sobre la Iglesia. Tengo una pregunta. ¿Por qué ha decidido agregar abiertamente la palabra «genocidio» en su discurso en el Palacio presidencial? Sobre un tema tan doloroso como este, piensa que es útil para la paz en esta región complicada?

Papa Francisco:

Gracias. En Argentina, cuando se hablaba del exterminio armenio, siempre se usaba la palabra «genocidio». No conocí otra. En la Catedral de Buenos Aires, en el tercer altar a la izquierda colocamos una cruz de piedra recordando el «genocidio armenio». Vino el Arzobispo con los dos Arzobispos armenios, el católico y el apostólico, para inaugurarla. También el Arzobispo Apostólico de la iglesia católica de San Bartolomé ―otra [iglesia]― levantó un altar en memoria de san Bartolomé [evangelizador de Armenia]. Pero siempre así, no conocía otra palabra. Yo vengo con esta palabra. Cuando llego a Roma, oigo otra palabra, «el Gran Mal» o «la tragedia terrible», pero en lengua armenia [Metz Yeghern], que no sé pronunciar, y me dicen que la de genocidio es ofensiva, que se debe decir esta. Siempre he hablado de los tres grandes genocidios del siglo pasado, siempre tres: el primero, el armenio; luego, el de Hitler; y el último, el de Stalin. Los tres. Hay otros más pequeños. Hubo otro en África [Rwanda], pero en la órbita de las dos grandes guerras, están estos tres. He preguntado, porque hay quien dice: «Algunos piensan que no es verdad, que no ha sido un genocidio». Otro me decía ―me lo dijo un jurista, y me ha interesado mucho―: «La palabra genocidio es una palabra técnica, una palabra que tiene un significado técnico, que no es sinónimo de exterminio». Se puede decir extermino, pero declarar un genocidio implica acciones de resarcimiento y cosas por el estilo». Esto me ha dicho el jurista. El año pasado cuando preparaba el discurso [para la celebración del 12 de abril de 2015 en Roma], he visto que san Juan Pablo II usaba la palabra, usó las dos: «El Gran Mal» y «genocidio». Y yo he citado esta entre comillas, y no cayó bien. El gobierno turco hizo una declaración. A los pocos días, Turquía llamó a Ankara al embajador ―que es un buen hombre, un embajador «de lujo» que nos envió Turquía― y ha regresado hace dos o tres meses. Ha sido un «ayuno diplomático». Pero es un derecho: todos tenemos derecho a protestar. En este discurso [en Armenia], al inicio no estaba la palabra, esto es cierto. Y respondo por qué la he añadido. Después de escuchar el tono del discurso del Presidente, y mi relación con esta palabra en el pasado, y habiendo dicho esta palabra también el año pasado en San Pedro, públicamente, habría sonado al menos muy extraño no decir lo mismo. Pero debo subrayar otra cosa, y creo ―si no me equivoco― que he dicho: «En este genocidio, como en los otros dos, las grandes potencias internacionales miraban hacia otro lado». Y esta ha sido la crítica. En la Segunda Guerra Mundial, algunas potencias tenían fotografías de las vías de los ferrocarriles que conducían a Auschwitz: tenían la posibilidad de bombardearlas, y no lo hicieron. Es un ejemplo. En el contexto de la Primera Guerra, donde se presentó el problema con los armenios, y en el contexto de la Segunda Guerra, donde estaba el problema de Hitler o Stalin, después de Yalta, de los campos de concentración, de todo aquello, ¿ninguno habla? Se debe subrayar esto, y hacer la pregunta histórica: ¿Por qué no han hecho esto? Ustedes, potencias ―no acuso, hago la pregunta―. Es interesante: se miraba, sí, a la guerra, a tantas cosas, pero no a aquel pueblo. No sé si es cierto, pero me gustaría saber si es verdad que, cuando Hitler perseguía tanto a los judíos, una de las cosas que él habría dicho es: «¿Pero quién recuerda hoy a los armenios? Hagamos lo mismo con los judíos». No sé si es verdad, quizás son de esas cosas que se dicen, pero lo he oído decir. Que los historiadores busquen y vean si es verdad. Creo haber respondido. Pero esta palabra, nunca la he dicho con ánimo ofensivo, sino más bien objetivo.

Padre Lombardi:

Muchas gracias, Santidad. Ha tocado un argumento delicado, con gran sinceridad y profundidad. Ahora damos la palabra a Elisabetta Piqué que, como sabe, es argentina, de «La Nación»

Elisabetta Piqué, de «La Nación»

Antes de nada, felicidades por el viaje. Sabemos que usted es el Papa y está también el Papa Benedicto, el Papa emérito. Pero últimamente hicieron un poco de ruido unas declaraciones del Prefecto de la Casa Pontificia, Mons. Georg Ganswein, que sugirió que había un ministerio petrino compartido con un Papa activo y otro contemplativo. ¿Hay dos Papas?

Papa Francisco:

Hubo una época de la Iglesia en que hubo tres. No he leído las declaraciones porque no he tenido tiempo de ver esas cosas. Benedicto es Papa emérito. Él ha dicho claramente aquel 11 de febrero que daba su dimisión a partir del 28 de febrero, que se retiraba para ayudar a la Iglesia con la oración. Y Benedicto está en el monasterio rezando. Yo he ido a visitarlo muchas veces o le hablo por teléfono. El otro día me ha escrito una carta ―aún firma con esa firma suya―, felicitándome por este viaje. Y una vez ―no una vez, sino varias veces― he dicho que es una gracia tener en casa al «abuelo» sabio. Lo he dicho delante de él y se ríe. Pero él para mí es el Papa emérito, el «abuelo» sabio, el hombre que me guarda las espaldas con su oración. Nunca olvido aquel discurso que nos dirigió a los cardenales el 28 de febrero: «Uno de ustedes será seguramente mi sucesor. Prometo obediencia». Y lo ha cumplido. Después he oído ― pero no sé si es cierto―, y lo subrayo, he oído: tal vez sean chácharas, pero van bien con su carácter, que algunos han ido allá a lamentarse por «este nuevo Papa...», y los ha echado, con el mejor estilo bávaro, educado, pero los ha echado. Si no es cierto está bien dicho, porque este hombre es así: es un hombre de palabra, un hombre recto, recto. Es el Papa emérito. Además, no sé si usted recuerda que he agradecido públicamente ―no sé cuándo, creo que durante un vuelo― a Benedicto por haber abierto la puerta a los papas eméritos. Hace 70 años no existían los obispos eméritos, y hoy los hay. Con con este alargamiento de la vida, se puede regir una iglesia a esta edad, con achaques, o no? Y él, con valentía, con oración y también con ciencia, con teología, ha decidido abrir esta puerta y creo que esto es bueno para la Iglesia. Pero hay un solo Papa y el otro... o tal vez ―como los obispos eméritos―, no digo muchos pero tal vez pueda haber dos o tres. Serán eméritos, han sido [papas], ahora son eméritos. Pasado mañana, se celebra el 65 aniversario de su ordenación sacerdotal. Estará su hermano Georg [no se ha confirmado su presencia] porque los dos fueron ordenados juntos. Habrá un pequeño acto con los Jefes de los Dicasterios y poca gente, porque él prefiere... Ha aceptado, pero muy modestamente. También estaré yo y le diré unas palabras a este gran hombre de oración, valiente, que es el Papa emérito ―no el segundo Papa―, que es fiel a su palabra y un hombre de Dios. Es muy inteligente y para mí es el abuelo sabio en casa.

Padre Lombardi:

Ahora damos la palabra a Alexej Bukalov, uno de nuestros decanos y que ―como sabe bien― representa a Itar-Tass, y por tanto es la cultura rusa entre nosotros.

Papa Francisco:

¿Ha hablado ruso en Armenia?

Alexej Bukalov, de Itar-Tass:

Sí, con mucho gusto. Siempre se lo agradecemos. Gracias, Santidad por este viaje, que es el primero en el ex territorio soviético. Para mí ha sido muy importante seguirlo. Mi pregunta va un poco fuera de este argumento: Sé que usted ha alentado mucho este Concilio Panortodoxo: ya en el encuentro con el Patriarca Kirill en Cuba fue mencionado como deseo. ¿Qué juicio le merece este —digámoslo así— forum?

Papa Francisco:

Un juicio positivo. Se ha dado un paso adelante, no al cien por cien, pero un paso adelante. Las causas que han justificado, entre comillas [las ausencias], son sinceras para ellos; son cosas que se pueden resolver con el tiempo. Querían ―los cuatro que no han asistido― hacerlo un poco más adelante. Pero creo que el primer paso se da como se puede. Como los niños dan sus primeros pasos como pueden. Primero se mueven a gatas, y después dan sus primeros pasos. Estoy contento. Hablaron de muchas cosas. Creo que el resultado es positivo. El mero hecho de que estas Iglesias autocéfalas se hayan reunido en nombre de la Ortodoxia, para mirarse a la cara, orar juntos, hablar y tal vez decir alguna ocurrencia, es muy positivo. Doy gracias al Señor. En el próximo serán más. ¡Bendito sea el Señor!

Padre Lombardi:

Gracias, Santidad. Ahora pasamos el micrófono a Edward Pentin, que representa un poco el idioma inglés: esta vez al National Catholic Register.

Edward Pentin, del National Catholic Register:

Santo Padre, usted, como Juan Pablo II, parece ser partidario de la Unión Europea: ha elogiado el proyecto europeo cuando ha recibido recientemente el Premio Carlomagno. ¿Está preocupado porque el Brexit podría llevar a la desintegración de Europa y, eventualmente, a la guerra?

Papa Francisco:

La guerra ya está en Europa. Hay ya un aire de división, y no sólo en Europa, sino dentro de los mismos países. Recordemos Cataluña, el año pasado Escocia... No digo que estas divisiones sean peligrosas, pero tenemos que estudiarlas bien y, antes de dar un paso hacia una división, hablar bien entre nosotros y buscar soluciones viables. Realmente, no lo sé, no he estudiado cuáles son las razones por las que el Reino Unido haya tomado esta decisión. Pero hay decisiones de independencia —y creo que he dicho esto otra vez; no sé dónde, pero lo he dicho— que se hacen por la emancipación. Por ejemplo, todos nuestros países latinoamericanos, y también de África, se han emancipado de las coronas de Madrid, Lisboa. También en África se han emancipado de París, Londres; de Ámsterdam, Indonesia, especialmente... La emancipación es más comprensible porque hay detrás de ella una cultura, una forma de pensar. Sin embargo, la secesión de un país ―no estoy hablando ahora de la Brexit―, pensemos en Escocia, es algo que se ha llamado ―y lo digo sin ofender, usando esa palabra que los políticos utilizan― «balcanización», sin hablar mal de los Balcanes. Es un poco una secesión, no una emancipación; y detrás hay historias, culturas, malentendidos; también mucha buena voluntad de otros. Hay que tener esto muy claro. Para mí, la unidad es siempre superior al conflicto, ¡siempre! Pero hay diferentes formas de unidad; y también la hermandad ―y aquí vuelvo a la Unión Europea― es mejor que la enemistad o la distancia. Respecto a las distancias ―digamos―, es mejor la hermandad. Y los puentes son mejores que los muros. Todo esto debe hacernos reflexionar. Es verdad, un país [dice]: «Estoy en la Unión Europea, pero quiero tener ciertas cosas que son mías, de mi cultura...». Este es el paso ―y aquí me refiero al Premio Carlomagno― que debe dar la Unión Europea para recuperar la fuerza que ha tenido en sus raíces, es un paso de creatividad y también de «sana desunión»: es decir, dar más independencia, dar más libertad a los países de la Unión. Pensar en otra forma de unión, ser creativos. Creativos respecto a puestos de trabajo, a la economía. Hoy en Europa hay una economía «líquida» que propicia ―por ejemplo en Italia― que los jóvenes de 25 años o menos no tengan trabajo: ¡el 40 por ciento! Hay algo que no va en esa Unión masiva... Pero no tiremos por la ventana al niño con el agua sucia. Tratemos de rescatar las cosas y recrear. Porque recrear las cosas humanas ―incluso nuestra personalidad― es un recorrido, y siempre hay que hacerlo. Un adolescente no es lo mismo que un adulto o un anciano: es el mismo y no es el mismo, se recrea continuamente. Y esto le da vida y ganas de vivir, y le da fecundidad. Y subrayo esto: hoy las dos palabras clave para la Unión Europea son creatividad y fecundidad. Es el reto. No sé, yo pienso así.

Padre Lombardi:

Gracias Santidad. Ahora damos la palabra a Tilmann Kleinjung, de ADR, la radio nacional alemana. Creo que también para él este será su último viaje. Nos complace, pues, darle esta posibilidad.

Tilmann Kleinjung, de Adr:

Sí, también yo estoy regresando a Baviera. Gracias por permitirme hacer esta pregunta. «Zu viel Bier, zu viel Wein» [ndr. «demasiada cerveza, demasiado vino»]. Santo Padre, quisiera hacerle una pregunta. Hoy habló de los dones que comparten las Iglesias, en conjunto. Visto que dentro de cuatro meses irá a Lund para conmemorar el 500 aniversario de la Reforma, creo que tal vez este sea el momento justo, no sólo para recordar las heridas de ambas partes, sino también para reconocer los dones de la Reforma y tal vez ―esta es una pregunta herética― ocasión también para anular o retirar la excomunión a Martín Lutero, o para alguna forma de rehabilitación.

Papa Francisco:

Creo que las intenciones de Martín Lutero no eran equivocadas, era un reformador. Tal vez algunos métodos no eran los indicados, pero en aquel entonces, si leemos por ejemplo la historia de Pastor ―un alemán luterano que, cuando vio la realidad de aquel tiempo, se convirtió y se hizo católico― vemos que la Iglesia no era precisamente un modelo que imitar. En la Iglesia había corrupción, mundanidad, apego al dinero y al poder. Y por esto él protestó. Además, él era una persona inteligente. Dio un paso hacia adelante, justificando el motivo por el que lo hacía. Y hoy, luteranos y católicos, junto con todos los protestantes, estamos de acuerdo con la doctrina de la justificación. Y sobre este punto tan importante no se había equivocado. Él elaboró una «medicina» para la Iglesia, y luego esta medicina se consolidó en un estado de cosas, en una disciplina, en un modo de creer, en una manera de hacer, en una forma litúrgica. Pero no era sólo él. Estaban Zwinglio, Calvino,... Y detrás de ellos, ¿quiénes estaban? Los príncipes, «cuius regio eius religio». Debemos entrar en la historia de aquel tiempo. Es una historia nada fácil de entender. Luego, las cosas siguieron su curso. Actualmente, el diálogo es muy bueno y aquel documento sobre la justificación creo que sea uno de los documentos ecuménicos más ricos que existen, más rico y más profundo. ¿Está de acuerdo? Existen divisiones, pero dependen también de las Iglesias. En Buenos Aires había dos iglesias luteranas, una pensaba de un modo y la otra de otro. En la misma Iglesia luterana tampoco hay unidad, pero se respetan, se aman. La diversidad es lo que quizás nos ha hecho daño a todos nosotros y hoy tratamos de retomar el camino para encontrarnos después de 500 años. Yo creo que debemos rezar juntos, rezar. Por esto la oración es importante. En segundo lugar, trabajar por los pobres, por los perseguidos, por tanta gente que sufre, por los prófugos. Trabajar juntos y rezar juntos. Y que los teólogos estudien juntos, buscando. Es un camino largo, larguísimo. Una vez dije bromeando: «Yo sé cuándo será el día de la plena unidad» ―«¿Cuándo?». ―«El día después de la venida del Hijo del hombre», porque no se sabe. El Espíritu Santo hará esta gracia, y mientras tanto es necesario rezar, amarse y trabajar juntos, sobre todo por los pobres, por la gente que sufre, por la paz y por muchas cosas más, contra la explotación de la gente. Son muchas las cosas por las que se está trabajando en conjunto.

Padre Lombardi:

Gracias. Ahora le damos la palabra a Cécile Chambraud de «Le Monde», que también representa a la lengua francesa.

Cécile Chambraud, de «Le Monde»:

Hace unas semanas habló de una comisión para reflexionar sobre si las mujeres podían ser diaconisas algún día. Quisiera saber si ya existe esa comisión y cuáles son las preguntas que tendrían que estudiar y que todavía están por resolver. Y por último, a veces una comisión sirve para olvidarse de problemas: quisiera saber si este es el caso.

Papa Francisco:

Había un presidente en Argentina que aconsejaba a los presidentes de otros países: «Cuando tú quieras que una cosa no se resuelva, crea una comisión». El primer sorprendido por la noticia sobre la comisión fui yo, porque el diálogo con las religiosas, que fue grabado y luego publicado en L’Osservatore Romano, era otra cosa, en este sentido: «Hemos oído que en los primeros siglos había diaconisas ¿Se podría hacer un estudio sobre esto? ¿Formar una comisión?» Y nada más. Hicieron la pregunta, fueron educadas, y no sólo educadas sino apegadas a la Iglesia, mujeres consagradas. Yo conté que conocí a un sirio, a un teólogo sirio ya fallecido, que se encargó de hacer la edición crítica de san Efrén en italiano. Una vez, hablando durante el desayuno sobre las diaconisas ―porque cuando yo venía a Roma me alojaba en la Via della Scrofa y él vivía ahí― me dijo: «Sí, existían, pero no se sabe bien lo que eran, si tenían la ordenación o no». Sin duda alguna existían estas mujeres que ayudaban al obispo en tres cosas: primero, en el bautismo de las mujeres, porque era por inmersión; segundo, en las unciones pre y post bautismales de las mujeres; y tercero, aunque haga reír, cuando una mujer casada iba a quejarse con el obispo de que el marido le pegaba, el obispo llamaba a una de estas diaconisas para que examinara el cuerpo y viera si había moratones que probaran la veracidad de la denuncia.

Y yo dije que se podía estudiar la cuestión, que «diría a la [Congregación para la] Doctrina de la Fe que se formara esta Comisión». Al día siguiente [en los diarios], se leía: «La Iglesia abre las puertas a las diaconisas». Es verdad, me enfadé un poco con los medios de comunicación porque esto no es decirle la verdad a la gente. Hablé después con el Prefecto de la [Congregación para la] Doctrina de la Fe, que me dijo: «Mire que existe ya un estudio que hizo la Comisión Teológica Internacional en los años ochenta». Hablé también con la presidenta [de las Superioras Generales] y le dije: «Por favor, mándeme una lista de personas que usted crea que puedan formar parte de esta Comisión». Y me mandó la lista. También el Prefecto me mandó una lista, y las tengo en mi escritorio, para formar esta comisión. Creo que este tema se ha estudiado bastante a fondo durante los años ochenta, así que no será difícil arrojar luz sobre este tema. Pero hay algo más. Hace un año y medio, formé una comisión de mujeres teólogas que trabajaron con el cardenal Riłko [Presidente del Consejo Pontificio para los Laicos] e hicieron un buen trabajo, pues es muy importante el pensamiento de la mujer. Para mí, la función de la mujer no es tan importante como su pensamiento: la mujer piensa de otro modo respecto a nosotros, los hombres. Y no se puede tomar una decisión adecuada, buena y justa, sin escuchar a las mujeres. En Buenos Aires, a veces, consultaba a mis consejeros, los escuchaba sobre un tema; luego, llamaba a algunas mujeres y les exponía la cuestión; ellas veían las cosas desde otra perspectiva, y esto enriquecía mucho; y la decisión era mucho más fecunda, muy hermosa. Debo encontrarme con estas mujeres teólogas, que han hecho un buen trabajo, pero que ahora se ha suspendido. ¿Por qué? Porque el Dicasterio para los Laicos ahora cambia, se reestructura. Y espero un poco hasta que se lleve a cabo, para continuar con esta segunda tarea: la cuestión sobre las diaconisas. Algo más sobre las mujeres teólogas ―y quisiera subrayarlo―: es más importante la manera de entender, pensar y ver las cosas que tienen las mujeres, que su funcionalidad. Y repito lo que siempre digo: La Iglesia es mujer, es «la» Iglesia. No es una mujer solterona, sino una mujer casada con el Hijo de Dios, su Esposo es Jesucristo. Piense sobre esto y luego me dice lo que cree.

Padre Lombardi:

Bueno, ya que ha hablado sobre las mujeres, dejemos que la última pregunta la haga otra mujer. En seguida, le haré yo otra y concluiremos. Así, después de una hora de diálogo, lo dejamos tranquilo. Cindy Wooden, responsable de Cns, Agencia católica de los Estados Unidos.

Cindy Wooden, de Cns:

Gracias Santidad. En los últimos días el cardenal alemán Marx, hablando en una conferencia muy importante en Dublín, sobre la Iglesia y el mundo moderno, dijo que la Iglesia católica debe disculparse con la comunidad gay por haber marginado a estas personas. En los días siguientes a la masacre de Orlando muchos dijeron que la comunidad cristiana tiene algo que ver con el odio hacia estas personas ¿Qué piensa usted?

Papa Francisco:

Repetiré lo mismo que dije en el primer viaje, y repito también lo que dice el Catecismo de la Iglesia Católica: no deben ser discriminados, sino respetados, acompañados pastoralmente. Pueden ser condenados, no por motivos ideológicos, sino por motivos ―digamos― de comportamiento político, como ciertas manifestaciones demasiado ofensivas para los demás. Pero estas son cosas que nada tienen que ver con el problema. Porque si el problema es una persona que tiene esa condición, que tiene buena voluntad y busca a Dios, ¿quiénes somos nosotros para juzgarla? Debemos acompañar bien, como dice el Catecismo. El Catecismo es bien claro. Además, hay tradiciones en algunos países, en algunas culturas que tienen una mentalidad diferente sobre este problema. Creo que la Iglesia no sólo tiene que pedir disculpas ―como dijo el cardenal «marxista» [cardenal Marx] ― a esta persona gay, a la que ha ofendido, sino también a los pobres, a las mujeres y a los niños explotados en el trabajo. Tiene que pedir disculpas por haber bendecido muchas armas. La Iglesia debe pedir disculpas por no haberse comportado bien muchas veces. Y cuando digo «la Iglesia» me refiero a los cristianos, porque la Iglesia es santa, los pecadores somos nosotros. Los cristianos deben pedir disculpas por no haber apoyado muchas opciones, a muchas familias: por ejemplo, recuerdo que de niño, según la cultura de Buenos Aires, una cultura católica cerrada ―yo vengo de allí―, no se podía entrar en casa de una familia divorciada. Estoy hablando de hace ochenta años. Gracias a Dios, la cultura ha cambiado. Como cristianos tenemos que pedir muchas disculpas, y no sólo por esto. Pedir perdón, no sólo disculpas. «Perdón, Señor», es una palabra que olvidamos ―ahora hablo como pastor y hago la prédica―. Pero es verdad, muchas veces encontramos al «sacerdote tirano» y no al sacerdote padre, al sacerdote «que regaña» y no al sacerdote que abraza, perdona y consuela; pero hay muchos sacerdotes buenos. Muchos capellanes de hospitales, de cárceles, santos, que no se ven, porque la santidad es «pudorosa», se esconde; el cinismo, en cambio, es descarado y se exhibe. Hay muchas organizaciones, con gente buena y gente menos buena, o gente a la que se le da una «bolsa» un poco grande y mira para otro lado, como hicieron las potencias internacionales con los tres genocidios. Es verdad que nosotros los cristianos ―sacerdotes, obispos― también hemos hecho esto, pero también es verdad que los cristianos tenemos una Teresa de Calcuta y muchas otras Teresas de Calcuta. Tenemos muchas monjas en África, muchos laicos, muchas parejas de esposos santos. El trigo y la cizaña juntos. Así dice Jesús que es el Reino. No debemos escandalizarnos de ser así. Tenemos que rezar para que el Señor haga que esta cizaña se termine y haya más trigo. Pero esta es la vida de la Iglesia. No se puede poner un límite. Todos somos santos, porque tenemos al Espíritu Santo dentro de nosotros, pero también somos pecadores, todos, y yo el primero, ¿de acuerdo?

Gracias. Espero haber respondido. No sólo pedir disculpas sino perdón.

Padre Lombardi:

Santo Padre, me permito de hacerle una pregunta más, y luego le dejamos en paz.

Papa Francisco:

No me ponga en apuros...

Padre Lombardi:

Se refiere al próximo viaje a Polonia, al que ya nos estamos preparando. Usted se dedicará a su preparación en el mes de julio. ¿Quisiera decirnos algo sobre los sentimientos con los que se acerca a esta Jornada Mundial de la Juventud, en este Jubileo de la Misericordia? Y otro punto más específico: hemos visitado con usted el Memorial Tzitzernakaberd durante la visita a Armenia, y usted visitará también Auschwitz y Birkenau durante el viaje a Polonia. He oído que usted quiere vivir estos momentos con el silencio más que con las palabras: hacer también en Birkenau como ha hecho aquí. Quisiera preguntarle si piensa hacer allí un discurso o prefiere más bien tener un momento de oración en silencio con una motivación específica.

Papa Francisco:

Hace dos años, en Redipuglia, hice lo mismo para conmemorar el centenario de la Gran Guerra. En Redipuglia fue en silencio. Luego tuvo lugar la misa, y en la misa tuve la homilía, pero era otra cosa. El silencio. Hoy hemos visto ―esta mañana― el silencio... ¿Ha sido hoy? [P. Lombardi: No, ayer]. Quisiera ir a ese lugar de horror sin discursos, sin gente, solamente los pocos necesarios... Seguro que habrá periodistas. Pero sin saludar: esto no, no. Entraré solo a rezar. Y que el Señor me dé la gracia de llorar.

Padre Lombardi:

Gracias, Santidad. Le acompañaremos también en la preparación de este próximo viaje, y le agradecemos mucho por el tiempo que nos ha dedicado. Ahora descanse un poco, coma algo también usted. Y se descanse también en el mes de julio.

Papa Francisco:

Muchas gracias. Gracias de nuevo, gracias también por su trabajo y por su benevolencia.



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