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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS PARTICIPANTES EN EL CAPÍTULO GENERAL DE LA CONGREGACIÓN
DE LA RESURRECCIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Sala del Consistorio
Sábado 24 de junio de 2017

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Queridos hermanos:

Os acojo con alegría con ocasión de vuestro Capítulo general. Doy las gracias al Superior General sus palabras; y, a través de vosotros, saludo a todos vuestros hermanos presentes en quince países de cuatro continentes.

Hijos espirituales de Bogdan Jański, apóstol de los emigrados polacos en Francia durante el siglo XIX, habéis nacido para dar testimonio de que la resurrección de Cristo está en la base de la vida cristiana, para anunciar la necesidad de la resurrección personal y apoyar a la comunidad en su misión al servicio del Reino de Dios. En estrecha relación con el carisma del Instituto, habéis elegido para este capítulo el tema «Testigos de la presencia del Señor resucitado: de la comunidad al mundo». Querría detenerme en tres expresiones.

1. Testigos de la presencia del Señor resucitado: es decir, misioneros, apóstoles del Viviente. Por eso os propongo como icono a María Magdalena, la apóstola de los apóstoles, que en la mañana de Pascua, después de encontrar a Jesús resucitado, lo anuncia a los otros discípulos. Buscaba a Jesús muerto y lo encuentra vivo. Y esta es la alegre Buena Nueva que lleva a los demás: Cristo está vivo y tiene el poder para vencer la muerte y darnos la vida eterna.

De aquí recabamos una primera reflexión: la nostalgia de un pasado que ha podido ser fructífero en vocaciones y grandioso en obras no os impida ver la vida que el Señor hace brotar a vuestro lado en el momento presente. No seáis hombres nostálgicos, sino hombres que, movidos por la fe en el Dios de la historia y de la vida, anuncian la llegada del alba incluso en plena noche (cf. Isaías 21, 11-12). Hombres contemplativos que, con la mirada del corazón fija en el Señor, saben ver lo que otros no ven, impedidos por las preocupaciones de este mundo; hombres que saben proclamar, con la audacia que viene del Espíritu, que Cristo está vivo y es el Señor.

Una segunda reflexión es esta: María Magdalena y las otras que van al sepulcro (cf. Lucas 24, 1-8) son mujeres “en salida”: abandonan su “nido” y se ponen en camino, saben arriesgarse. El Espíritu os llama también a vosotros, Hermanos de la Resurrección, a ser hombres en camino, un Instituto “en salida”, hacia las periferias humanas, allí donde es necesario llevar la luz del Evangelio. Os llama a ser buscadores del rostro de Dios allí donde se encuentra: no en las tumbas —“¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?" (v. 5)—, sino donde Él vive: en la comunidad y en la misión.

2. De la comunidad al mundo. Como los discípulos de Emaús, dejaos alcanzar por el Resucitado, tanto individualmente como comunitariamente, especialmente a lo largo de los caminos de la desilusión y el abandono (cf. Lucas 24, 11 y ss). Y este encuentro os hará correr de nuevo, llenos de alegría y sin demora, a la comunidad, y de ella a todo el mundo para anunciar: «¡Verdaderamente el Señor ha resucitado!» (v. 34).

Los que creen en el Resucitado tienen el valor de “salir” a llevar la Buena Nueva de la Resurrección, asumiendo los riesgos del testimonio, como hicieron los apóstoles. ¡Cuántos son aquellos que esperan esta alegre noticia! No es lícito privarles de ella. Si la Resurrección de Cristo es nuestra mayor certeza y el tesoro más preciado, ¿cómo no correr a anunciarlo a los demás?

Y una forma concreta de manifestarla es la vida fraterna en comunidad. Se trata de acoger a los hermanos que Señor nos dona: no a los que elegimos nosotros, a los que el Señor nos dona. Puesto que Cristo ha resucitado ya no se nos permite, como dice el apóstol Pablo, mirar a los otros a la manera humana (cf. 2 Corintios 5, 16). Les vemos y les acogemos como un regalo del Señor. El otro es un don que no puede ser manipulado ni despreciado; un don para acoger con respeto, porque en él, especialmente si es débil y frágil, Cristo sale a mi encuentro.

Os exhorto a ser constructores de comunidades evangélicas y no meros “consumidores” de ellas; a asumir la vida fraterna en la comunidad como la primera forma de evangelización. Las comunidades estén abiertas a la misión y huyan de la autorreferencialidad, que conduce a la muerte. Que los problemas —que siempre los hay— no os ahoguen, sino que podáis cultivar la “mística del encuentro” y buscar, junto con los hermanos que el Señor os ha donado e iluminados «por la relación de amor que recorre las tres Personas Divinas» el camino y el método para ir adelante (cf. Carta apostólica A todos los consagrados, 21 de noviembre de 2014, I, 2). En una sociedad que tiende a nivelar y masificar, donde la injusticia contrapone y divide, en un mundo lacerado y agresivo, ¡no dejéis que falte el testimonio de la vida fraterna en comunidad!

3. Profetas de la alegría y la esperanza pascual. El Resucitado ha derramado sobre sus discípulos dos formas de consuelo: la alegría interior y la luz del misterio pascual. La alegría de reconocer la presencia del Resucitado os introduce en su Persona y en su voluntad: por esto conduce a la misión. Y por otro lado, la luz del misterio pascual hace recuperar la esperanza, una «esperanza fiable», como dijo el Papa Benedicto XVI (Enc. Spe salvi, 2).

Resucitados para hacer resucitar, liberados para liberar, generados a nueva vida para generar nueva vida en todos los que encontramos en nuestro camino. Esta es vuestra vocación y la misión de los Hermanos de la Resurrección. «¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?» (Lucas 24, 5). Que en vuestros corazones resuene constantemente esta palabra. Os ayudará a salir de los momentos de tristeza y os abrirá a horizontes de alegría y esperanza. Os permitirá volcar las piedras de los sepulcros y os dará la fuerza para anunciar la Buena Noticia en esta cultura tantas veces marcada por la muerte. Si tenemos el valor de bajar a nuestros sepulcros personales y comunitarios, veremos cómo Jesús es capaz de hacernos resucitar de ellos. Y esto nos hará redescubrir la alegría, la felicidad y la pasión de los primeros momentos de nuestro darnos.

Queridos hermanos, concluyo recordando lo que tantas veces he dicho a los consagrados especialmente durante el Año de la Vida Consagrada: hacer memoria agradecida del pasado, vivir el presente con pasión, abrazar el futuro con esperanza. Recuerdo agradecido del pasado: no arqueología, porque el carisma es siempre una fuente de agua viva, no una botella de agua destilada. Pasión para mantener siempre vivo y joven el primer amor, que es Jesús. Esperanza: sabiendo que Jesús está con nosotros y guía nuestros pasos como guió los pasos de nuestros fundadores.

María, que de manera particular vivió y vive el misterio de la Resurrección de su Hijo, vele como madre en vuestro camino. Os acompañe también mi bendición. Y, por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!

 



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