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DISCURSO DEL SANTO PADRE FRANCISCO
A LOS MIEMBROS DEL GRUPO VILLA MARÍA CARE & RESEARCH

Sala Clementina
Sábado, 1 de febrero de 2020

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Queridos hermanos y hermanas:

Os doy mi cordial bienvenida, representantes del Grupo Villa María: médicos, enfermeras y enfermeros, personal administrativo y gerentes. Agradezco al presidente sus palabras. He escuchado la ilustración de los objetivos e intenciones que animan la vida de vuestro grupo, activo desde hace cuarenta años en el sector sanitario y al servicio de la salud de las personas. Me congratulo por el dinamismo que os ha llevado a extender vuestra actividad, además de a Italia, a otros países, siempre al servicio de la vida humana marcada por la enfermedad. Os animo a perseverar con entrega en las obras emprendidas, y espero que vuestras sedes, lugares de sufrimiento pero también de esperanza y experiencia humana y espiritual, estén cada vez más marcadas por la solidaridad y el cuidado del enfermo.

La evolución tecnológica y los cambios mismos de naturaleza social, económica y política han modificado el tejido sobre el que se asienta la vida de los hospitales y de las estructuras sanitarias. De ahí la necesidad de una nueva cultura, especialmente en la preparación técnica y moral de los trabajadores de la salud en todos los niveles.

En esta perspectiva, es importante lo que ha hecho hasta ahora el Grupo Villa María para satisfacer las necesidades de los pacientes y de sus familias, que a veces se ven obligados a emigrar a centros especializados lejos de su propio territorio. El esfuerzo de ampliar el radio de acción con la adquisición o la creación de nuevas estructuras y la ampliación de las infraestructuras, muestra la voluntad de asegurar los instrumentos y la comodidad necesaria para los enfermos y su curación.

Es de esperar que las casas de cura sean cada vez más casas de acogida y de consuelo, donde el enfermo encuentre amistad, comprensión, amabilidad y caridad. En resumen, encuentre humanidad. El enfermo no es un número: es una persona que necesita humanidad. En este sentido, es necesario estimular la colaboración de todos, para salir al encuentro de las necesidades de los enfermos con espíritu de servicio y actitud de generosidad y sensibilidad. Esto no es fácil, porque el enfermo se encuentra mal, y pierde la paciencia y está “fuera de sí” muchas veces. No es fácil, pero hay que hacerlo. Para lograr estos objetivos, es necesario no dejarse absorber por los “sistemas” que sólo apuntan al componente económico-financiero, sino actuar un estilo de proximidad a la persona, para poder asistirla con calor humano frente a las ansiedades que la afectan en los momentos más críticos de la enfermedad. De esta manera se contribuye concretamente a humanizar la medicina y la realidad hospitalaria y sanitaria. He dicho una palabra: proximidad. No debemos olvidarla. La proximidad también es —digamos así— el método que Dios usó para salvarnos. Ya al pueblo judío le dijo: “Dime, ¿qué gente tiene a sus dioses tan cercanos, tan próximos como tú me tienes a mí?”. El Dios de la proximidad se hizo próximo en Jesucristo: uno de nosotros. La proximidad es la clave de la humanidad y del cristianismo.

Los que se reconocen en la fe cristiana están llamados a realizar su servicio en el espíritu de las palabras de Jesús: «Todo lo que hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis» (Mt 25,40). Aquí se encuentra el fundamento evangélico del servicio a los demás. Así, los enfermos y los que sufren se convierten para los que tienen fe en signos vivos de la presencia de Cristo, el Hijo de Dios, que vino a sanar y a curar, asumiendo sobre sí nuestra fragilidad, nuestra debilidad. Cuidar del hermano que sufre significará, en este sentido, hacer sitio al Señor. De los lugares de curación y dolor también viene un mensaje para la vida de todos; una gran lección que ninguna otra cátedra puede impartir. Efectivamente, el hombre que sufre, comprende mejor la necesidad y el valor del don divino de la redención y de la fe, y ayuda también a los que están cerca de él a apreciar y buscar este don.

Y precisamente es a los enfermos y a las personas enfermas de vuestras sedes a las que me gustaría expresar mi cercanía, mi proximidad, que os ruego les transmitáis. Me uno a ellos en su expectativa de curación, compartiendo espiritualmente su prueba y deseando que termine pronto, para que todos regresen a su hogar y a su familia lo antes posible. Para ellos invoco del Señor los dones de la paciencia y la confianza, junto con tanta fuerza para soportar, para ser siempre dóciles a la voluntad de Dios, confiando en su bondad paternal y providente.

A todos vosotros, queridos amigos, renuevo mi agradecimiento por vuestro servicio a las personas enfermas, servicio de humanidad. Gracias, gracias por ello. Confío vuestro trabajo a la intercesión maternal de la Virgen María Salus infirmorum y os bendigo de todo corazón. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Yo también lo necesito.


Boletín de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, 1 de febrero de 2020.

 



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