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CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO I
AL CARDENAL JOSEPH RATZINGER
ENVIADO EXTRAORDINARIO
PARA EL III CONGRESO MARIANO NACIONAL DE ECUADOR

 

A nuestro venerable hermano,
cardenal Joseph Ratzinger,
arzobispo de Munich y Freising (Alemania).

El concierto de alabanzas, con que suele honrarse a la Virgen María en todo el orbe de la tierra tendrá un punto culminante —como es fácil suponer— en este mes de septiembre en una ciudad del Ecuador, Guayaquil, donde se reunirá un Congreso nacional para clausurar el Año Mariano que en honor a la Virgen ha venido celebrándose en todo el país. Todavía se recuerda allí una reunión similar que tuvo lugar en la misma ciudad hace veinte años y que resultó muy importante por sus solemnes ceremonias y abundancia de frutos espirituales.

Con decisión realmente muy acertada, habida cuenta de las exigencias y necesidades de los actuales tiempos, se han propuesto dos documentos del magisterio del Romano Pontífice para estudiarlos detenidamente durante esas celebraciones: las Exhortaciones Apostólicas: Marialis cultus y Evangelii nuntiandi. Con ello, se espera un doble fruto de este Congreso: el aumento de la devoción a la Madre de Dios y un intensificado ardor por esparcir en todo el mundo el mensaje salvador de Cristo.

Nos. que amamos sinceramente al pueblo ecuatoriano, quisiéramos participar de algún modo en estas solemnidades, para infundirles mayor fuerza y esplendor. Por lo cual, con esta Carta, te elegimos, nombrarnos y designamos como Enviado Ex­raordinario Nuestro, encargándote que presidas, en Nuestro Nombre y con Nuestra Autoridad; esas celebraciones marianas. Y no dudamos que sabrás cumplir acertada, diligente y fructíferamente esa noble tarea, dada la densa doctrina que posees y la acendrada devoción que siempre has demostrado hacia la Madre de Cristo Salvador y Madre nuestra.

Que resplandezca. por tanto, en Guayaquil, con nuevo esplendor el misterio mariano, sobre el cual exclamaba estupefacto San Agustín: «¿Qué mente podrá pensar y qué lengua explicar no solamente que en un principio fue el Verbo, sin haber tenido principio alguno, sino también que el Verbo se hizo carne, eligiendo una virgen para hacerla su madre y haciéndose una madre conservándola virgen...? ¿Qué es esto? ¿Quién puede hablar de ello? ¿Quién puede callarlo? Es algo admirable: lo que no somos capaces de explicar, no lo podemos silenciar; predicamos hablando lo que ni siquiera comprendemos pensando»  (Sermo 215, 3; PL 38, 1073).

Deseando y pidiendo a Dios que esas solemnidades tengan saludables resonancias en la vida de los individuos y de la sociedad, a ti, Venerable hermano Nuestro, así como a tu colega, el eminentísimo cardenal Pablo Muñoz Vega, arzobispo de Quito —el cual, con sus auxiliares, han trabajado con gran esmero en la preparación de ese Congreso— lo mismo que a los demás prelados, autoridades, sacerdotes, religiosos y fieles que ahí se reúnen con este motivo, impartimos de buen grado la bendición apostólica, prenda de dones celestiales.

Roma, junto a San Pedro, día 1 de septiembre de 1978, año I de nuestro Pontificado.

 

IOANNES PAULUS PP. I



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